A cuatro días de las elecciones europeas, es la pregunta que nos hacemos todos. ¿Está Europa al borde de un nuevo conflicto a gran escala ... por la amenaza del expansionismo ruso o es víctima de la retórica y la propaganda belicista de sus gobernantes? En los últimos meses, los líderes de los países miembros de la OTAN vienen alertando sobre la posibilidad de sufrir un ataque del Kremlin, justificando así el incremento milmillonario en sus presupuestos de Defensa. Y cada vez son más los que abogan por una intervención militar preventiva contra Rusia y a favor de Ucrania, a la que Pedro Sánchez ha decidido apoyar con más de 1.100 millones de euros en armamento en su lucha contra el invasor.
Macron ofrece a sus tropas de avanzadilla y estimula el ardor guerrero de sus vecinos europeos, Alemania moviliza a sus reservistas y el Reino Unido, Italia o Finlandia anuncian la vuelta del servicio militar obligatorio preparando a sus ciudadanos para lo que pareciera ser ya «inevitable». Mientras, en España, al menos una parte de su Gobierno intenta persuadirnos de que tal dispendio económico no debe verse como gasto sino como inversión, pues dicho arsenal armamentístico será «de fabricación nacional», en línea con las declaraciones del propio secretario general de la OTAN, el noruego Stoltenberg, que intentaba tranquilizar al contribuyente norteamericano diciéndole que la mayor parte del dinero que la administración Biden proporciona a Kiev se invierte en engordar los beneficios de la industria militar de defensa estadounidense.
No parece pues que las razones por las que Europa deba estar dispuesta a guerrear con Putin sean estrictamente una cuestión de seguridad. ¿Se acuerdan de Eisenhower? «Debemos cuidarnos de la adquisición de influencia injustificada, tanto solicitada como no solicitada, del complejo militar-industrial».
La guerra de Ucrania coloca a los europeos ante la necesidad de asumir que décadas de paz puedan llegar a su fin. Algo difícil de digerir, por más revistas de moda que se publiquen con sonrientes soldados en sus portadas para convencer a una generación de 'instagramer' de que la guerra «mola», cuando la mayoría no ha visto la muerte y la destrucción más que en el cine o en videojuegos.
Mi incorregible escepticismo, resultado de diversos trajines vitales, me ha llevado a sentir aversión por quienes alientan y promueven el conflicto, mandando a nuestros hijos a luchar en el frente que ellos jamás pisarán. La división del mundo en rojos y azules, zurdos y diestros, torcidos y rectos no determina a estas alturas mi visión del mundo. Comprendo que esa equidistancia a algunos les parezca sospechosa, pero siempre resultará más inteligente que la muy estúpida y peligrosa necesidad de tener que elegir entre un tirano fascista y corrupto, como Putin, y un autócrata neonazi y también corrupto, como Zelenski. Entre crucificar perros y matar niños, prefiero denunciar la alternativa. ¿Cómo puedo elegir? Y sobre todo: ¿por qué hemos de hacerlo a tan alto precio?
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