Fuegos artificiales
Comienza el nuevo año como se terminó el anterior. Con la polémica servida y la sociedad partida en dos, para beneplácito de los aficionados a ... la pesca en río revuelto. El Gobierno ya ha anunciado que este 2025 será un año conmemorativo y Pedro Sánchez presidirá el día 8, en el Museo Reina Sofía de Madrid, el primero de los más de cien actos institucionales que está previsto se celebren para recordar la muerte del dictador Francisco Franco como el gran hito que marcó el inicio de una era de libertad para los españoles. Lo hace, dice, para aleccionar a los más jóvenes acerca de lo que supuso esa negra etapa de nuestro pasado reciente ante el peligro de su creciente reivindicación por sectores de ultraderecha que aprovechan la desmemoria y la ignorancia de las nuevas generaciones para venderles gato por liebre. Y, así contado, la cosa podría tener su razón de ser, a efectos de hacer pedagogía social, que buena falta nos hace, si no fuera porque, en realidad, no es eso lo que Sánchez persigue.
Lejos de promover la reconciliación entre españoles, sus discursos se tornan cada vez más peligrosos e incendiarios, siendo la utilización de la negra historia de las dos Españas el campamento base para el inicio de una escalada de reproches mutuos que no es de subida hacia la redención, sino de descenso a los infiernos. Ya no le basta con alentar la lucha de clases, intentando pescar en el caladero de Podemos. Ahora se trata de volver a resucitar al difunto, cuyo cadáver consiguió la gesta épica de evacuar del Valle de los Caídos, para situarlo de nuevo en el centro del debate público. Justo lo que los alemanes e italianos evitaron hacer siempre con Hitler o Mussolini. Más por vergüenza histórica colectiva y por negarles esa dignidad, que por un intento de olvidar sus abominables acciones.
¿Y el Rey qué dice? ¿Asistirá a los fastos organizados por Moncloa? «Somos dos países con memoria, con una clara conciencia del pasado, en particular del que no puede ni debe repetirse, ni siquiera como caricatura» fue la críptica advertencia de Felipe VI desde Roma, durante su visita de Estado a Italia en días previos a la Navidad, subrayando que la sociedad española hace ya tiempo que decidió mirar al presente y al futuro y que, con sus muchos defectos, la Transición abrió la vía a un espíritu de concordia que hizo posible el progreso económico y la modernización del país de la mano de unas clases medias dispuestas a pasar página.
Por eso debemos ser muy pulcros y cuidadosos a la hora de remover los rescoldos y echar leña al fuego, especialmente ahora que algunos pirómanos vuelven a empuñar desafiantes el mechero de la intolerancia y la radicalidad, dispuestos a ajusticiar en la hoguera a los discrepantes. Es hora de saber leer la gravedad del momento y actuar con altura política que contribuya a serenar los ánimos. Se equivocan quienes ven rentable atizar el fuego de los extremismos. Pretender asentar las libertades y la democracia sobre las cenizas del fuego enemigo es no entender que, una vez desatado el incendio, no habrá quién se salve de la quema.
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