¡A sus órdenes!, en el Picón Blanco
Espinosa de los Monteros (Burgos) ·
Falta todavía mucho, faltan meses aún. Y por eso ahora se puede decidir una u otra manera de subir y ver el Picón Blanco, ver ... los horizontes inmensos, explorar y descubrir. En solitario, o casi, cualquiera de esas mañanas de invierno que nos enseñan las cimas de la Cordillera Cantábrica como un pastel merengado, abrigados bajo plumas o tiritando de frío y sintiendo volar la mirada como cuchillo de hielo en busca de señales de vida, de casitas, de ganados, de chimeneas humeantes exhalando calor de hogar.
Se puede, si no, esperar al 7 de septiembre ¡uf, qué lejos! y buscar un hueco en cualquiera de las estrechas cunetas del Picón o acodarse en un rincón de su plataforma cimera y esperar. Esperar entre el bullicio y la hinchada de aficionados al ciclismo que querrán ver ese día subir y sudar a sus héroes del asfalto en la Vuelta a España. Aquellos, cabalgando sus modernas bicicletas, habrán pasado antes por Estacas de Trueba, por La Braguía, el Alto del Caracol, Lunada, La Sía y Los Tornos, todos puertos rompepiernas que atraviesan montañas entre los más excelsos paisajes de la linde altiva donde Burgos y Cantabria se abrazan.
Día rotundo aquel lejano 7 de septiembre que ya nos convoca porque además Espinosa de Los Monteros estará en plenas fiestas patronales. Se correrála penúltima etapa de la Vuelta y hay quien dice que ese sueño de aficionado de subir al Picón Blanco se convertirá en pura poesía de la carretera. Y no es de extrañar porque en esa alineación de puertos y montañas se pasa en un santiamén del sol a la lluvia, del calor al frío, de la luz a la sombra. La proximidad del mar y la orografía acostumbran allí a hacer jugarretas con la meteorología y las temperaturas. Algo asegurado para ese 7 de septiembre es que habrá épica ciclista, batalla con vencedores y vencidos, espectáculo, emociones... Pero ¿habrá niebla? ¿lloverá? ¿azotará la canícula?.
Ahora, mañana mismo, el Picón Blanco puede verse con las emociones de lo íntimo. Subiendo a pie por sus senderos naturales, pedaleando y persiguiendo un reto personal, o zigzagueando revueltas mientras dominas paisaje en tu propio auto.
Arriba, en uno de los puntos culminantes del valle de Soba, se contabilizan 1.529 metros de altitud, pero con más de 700 metros de desnivel y prominencia. Allí se sostiene aún, abandonada desde los años 90, la base militar del Picón. Ni el paso ligero, ni los «¡a sus órdenes!», ni el «cambio y corto» de los radiofonistas del que fue cuartel y Centro de Transmisiones de la Unidad de Ingenieros del Ejército se oyen allá arriba. Cuatro naves de hormigón, muros y estancias vacías en las que el ganado ha encontrado su refugio y los grafiteros paredes para jugar. Dicen que las van a demoler y restaurar el área natural, pero dicen que eso no sucederá hasta 2026.
En el Picón, donde se ha dicho que pudieron haber acampado los romanos cuando vinieron a echar a los cántabros de sus poblados, se sostiene aún en uno de sus flancos el poblado de Castromorca; conserva desde hace casi 5 siglos los muros de sus cabañas pasiegas, tan vacías y abandonadas como los pabellones militares.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión