El atardecer ofrece bellas vistas en esta zona de la capital cántabra.
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Leyendas negras en el Cabo Mayor de Santander

Al norte todo mar, abajo las olas baten sobre un acantilado impenitente

Jueves, 16 de octubre 2025, 19:44

A poniente de la bahía que acoge el puerto de Santander la costa se encrespa en acantilados violentos. Una pequeña prominencia se adentra en el ... mar: el Cabo Menor. Otra menos prominente pero más grande se eleva sobre el horizonte: el Cabo Mayor. En el Cabo Mayor se sostiene un faro, el de Bellavista. Al norte todo mar, abajo las olas baten sobre un acantilado impenitente que todavía esconde leyendas negras.

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«En la Guerra Civil, aquí los rojos arrojaban al mar a sus prisioneros», escuché contar allí a una señora. El relato del bando franquista detallaba cómo lo hacían: bien atados los reos a grandes pesos que los llevaban mar adentro, bien muertos de un tiro antes de echarlos al mar, o despeñados en vivo para que el mar se llevara luego su cadáver. Solo era propaganda de guerra, porque cuando los vencedores de la contienda decidieron buscar a los responsables de aquellas matanzas se pusieron a rastrear testimonios y a intentar localizar restos de aquello por todo el pie de los acantilados no encontraron ni lo uno ni lo otro.

Una auditoría de 1938 concluyó que no se pudieron llevar a cabo aquellas ejecuciones sin haberlo sabido, por ejemplo, cualquiera de los dos torreros del faro, que allí hacían siempre guardia. A pesar de todo, poniendo la leyenda de guerra a su favor, el gobierno fascista mandó en 1941 erigir allí una gran cruz en homenaje a los caídos. La placa y los emblemas fueron arrancados, pero la cruz sigue sosteniendo su leyenda. No es el único resto de los episodios bélicos que sufrió Santander, la ciudad entera está llena de búnkeres, refugios y defensas de la guerra del 36. En Cabo Mayor el promontorio que se adentra en el mar esconde muy poco una vieja casamata de hormigón que reforzó seguramente la instalación de un cañón que apuntaba al mar.

El monumento de la cruz da la espalda al océano y la cara al faro de Bellavista que guía a los barcos que navegan en la costa cántabra desde el año 1839. Antes, en el Atalayón de Cabo Mayor, solo se instalaba un atalayero que hacía señales con fuegos y banderas. El faro se edificó bajo el diseño del Capitán de Navío Felipe Bauzá y fue adaptado por Domingo Rojí en sillería de arenisca. Su base cilíndrica soporta un primer cuerpo octogonal y se eleva después sobre un cilindro troncocónico que es base de un anillo abalconado que sostiene la linterna tradicional de hierro y cristal. No sabemos quién de los que intervinieron en su construcción era masón, pero los símbolos propios de esta práctica recorren los muros del faro, tanto en la escalinata del cilindro de la torre y sus ventanas como en los muros situados frente a la entrada. Sabemos que los masones, entre sus reglas particulares, establecen normas de arquitectura basadas en sus principios estéticos particulares. Pues sí, en las piedras del faro del Cabo Mayor está también su huella.

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El faro abriga una galería de arte, la terraza conecta con un bar donde las banderas rojigualdas invaden la vista, el océano en el horizonte habla de paisajes y de leyendas y, cuando llega el otoño, el sol se esconde allí donde los acantilados y el agua salada se abrazan. Es un bonito lugar.

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