El fantasmal encanto de los pueblos sumergidos
Duermen eternamente bajo el agua, aunque de vez en cuando se desperezan y asoman parte del cuerpo. Entonces, quien los ve aplaude, sorprendido ante su imagen
Aguantan la respiración bajo el agua, tratando de sobrevivir a una condena impuesta hace años. A veces consiguen sacar la cabeza para tomar aire, recuerdan a un mundo decidido a olvidarlos que siguen ahí, aunque traten de hundirlos. Los pueblos sumergidos son consecuencia de decisiones humanas, de planes hidrológicos que priorizaron la necesidad de agua a los vínculos emocionales de quienes los habitaron, gentes que debieron dejar atrás sus casas y partir a otros vecindarios.
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Algunos consiguieron superarlo, guardaron sus pertenencias y sus recuerdos en cajas y las introdujeron en el camión de la mudanza. Otros se aferraron a ellos, vivieron con dolor esa muerte del origen, de sus raíces, porque las raíces suponen una sujeción, anclan a la identidad, por eso perderlas viste de luto. Hay quienes aún tiemblan cuando las huellas de aquellos municipios resurgen, fantasmales, en épocas escasas de agua, quienes apartan la mirada al divisar la torre de la iglesia asomando sobre la superficie, pero también están esos que lograron recuperar su pasado sacándole brillo, mimando al pueblo renacido y convirtiéndolo en un destino ideal.
Los visitantes debemos acudir a esos embalses y pantanos conscientes de que no admiramos solo curiosos paisajes perfectos para películas con temática fantástica, sino lugares que atesoran evocaciones pretéritas, remembranzas familiares. Por eso conviene guardar cierto respeto, eso no suprime la capacidad de disfrute, por supuesto. Hasta estos fabulosos rincones se acude para complacerse con las vistas, caminar entre la naturaleza, practicar deportes acuáticos y relajarse. Vamos a ello.
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Villanueva de las Rozas (Cantabria)
La catedral acuática
Una pasarela acerca hasta la torre, luce reivindicativa, recordando que hace años aquel paisaje fue distinto. A veces se ve ese paso, otras no, depende del agua que acumule un embalse del Ebro empeñado en anegar la llamada de atención de piedra. Quienes se han acostumbrado a contemplarla le han puesto un bonito nombre que suena a metáfora y a poesía, la 'Catedral de los Peces'. Aplauden su heroica resistencia, el no querer morir de esta estructura arquitectónica situada en la comarca cántabra de Campo-Los Valles.
La denominación real es otra, se trata de lo que queda de la iglesia de Villanueva de las Rozas. Levantada a finales del siglo XIX, pone cima a las aguas extendidas entre las comunidades de Cantabria y Castilla y León, entorno que muchos buscan para dedicarse a observar pájaros, por algo ha sido nombrada Zona de Especial Protección para las Aves. También se practican allí deportes acuáticos cuando el buen tiempo lo permite. La naturaleza que rodea el lugar oferta, asimismo, multitud de rutas senderistas, caminos que arrancan, incluso, desde la presa del pantano.
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¿Vale la pena acercarse hasta lo que se ha convertido en mirador excelente?, sin duda. Incluso aunque encontrásemos la punta cubierta, es decir, incluso aunque tuviéramos la mala suerte de no ver siquiera su tejado. El entorno lo merece. Para recordar, además, un poco de historia, la que habla de la planificación del embalse de este gran río, un acopio de agua cuyos dominios se encuentran en un 70% en Cantabria y en un 30% en Burgos.
Su planificación surgió allá por los años 20 del pasado siglo. La propuso el ingeniero Manuel Lorenzo Pardo, buscando abastecer la actividad de la industria, y favorecer las comunicaciones, aunque, al final, no le encargaron a él la obra. Dos décadas pasarían hasta el momento en que las autoridades obligaron a abandonar las casas, a dejar atrás un pueblo para inaugurar en 1952 el embalse.
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Mansilla de la Sierra (La Rioja)
Un pueblo bajo el 'océano'
Seguimos con los nombres literarios, en el Mar de La Rioja, sumergidos dentro del océano de las 7 villas, a 72 kilómetros de Logroño. Nombre verdadero de la comarca, Alto Najerilla, por el río que la riega. Esta es otra narración de esas que empieza con 'Érase una vez un pueblo que logró convertirse en cabecera de comarca por su fuerte motor económico hasta que...'. Las vacas gordas llegaron, precisamente, gracias a la ganadería, la ovina en este caso, de la mano de la lana; las flacas tras la crisis de la ganadería trashumante y cuando sus habitantes debieron partir, en los años 60, al acabar sus hogares bajo las aguas.
El dolor invadió a un vecindario decidido a permanecer en la zona, fueron muchos los que emigraron para no sentirlo cada jornada. Los resistentes debieron conformarse con el pueblo nuevo, muy distinto a los de su zona, pues sus casonas blancas son adosadas. Hay quienes echan tanto de menos el anterior que cierran los ojos cuando el descenso del agua deja al descubierto las antiguas casas.
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La nostalgia pesa e incita a actuar. Por eso llevan tiempo tratando de recuperar lo que sobrevivió del anterior, y es fácil encontrar por el municipio estrenado más tarde escudos y blasones que antes adornaban las fachadas de aquel adorable anciano.
No es lo único que sorprende al acercarse al lugar. En una de las entradas del Nuevo Mansilla deja perplejo al visitante una enorme pasarela de piedra de un solo arco, levantada sobre la tierra, desencajada pues resulta obvio que ese nunca fue su emplazamiento originario... es tan raro como llamativo. Se trata del puente Suso (XVI), de un solo arco, fabricado en silley, trasladado desde el vaso del embalse, detalle importante.
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Del pueblo anterior queda aún la ermita de Santa Catalina (XII) salvada por localizarse en un alto. Desde su posición proporciona un buen mirador para observar los antiguos hogares cuando emergen. Suelen hacerlo durante el otoño y el invierno, momento en el que muchos aprovechan para caminar entre las calles de este antiguo pueblo fantasma sumergido.
En cuanto a los atractivos extras para hacer turismo, la iglesia de la Concepción guarda una cruz procesional de tradición mozárabe creada en el año 1109 y, como el pueblo se ubica en medio de los picos de San Lorenzo y de Urbión, es sencillo encontrar tiempo para dedicarse a la montaña, a caminar por sendas y disfrutar del deporte.
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La Muedra (Soria)
El imperecedero campanario
El soriano embalse de la Cuerda del Pozo, también denominado La Muera, se encuentra a poca distancia de la Sierra de Cebollera riojana, en el municipio de Vinuesa. Luce también nombre figurativo, «La playa de Soria», debido a que se practica hasta windsurf.
El campanario de la torre que coronaba la iglesia antaño, surge sobre la superficie del agua. Presente siempre, se desnuda en mayor o menor medida dependiendo del caudal. Es una imagen fantástica la de este bautizo diario de un cuerpo pétreo al que no le importa mostrarse mire quien mire.
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Las tablas de surf flotan sobre las aguas donde hoy día duerme sumergido el pueblo de La Muedra. Cuando la sequía amenaza estas tierras, la torre resurge todavía más, imponiendo su desgastada presencia a quienes la observan con admiración. Reivindica lo que queda de sí misma a un río Duero que concentra parte de su humedad en las 2.176 hectáreas ocupadas por este embalse, creado en el año 1941.
Aguarda a pocos kilómetros de la capital soriana, entre pinares, a los pies de los picos de Urbión, donde se han añadido playas. La presa de La Cuerda del Pozo se alza 36 metros y mide un total de 425. Es capaz de asumir 249 millones de metros cúbicos de agua. Cuentan que hasta el final de las obras hubo allí gente empeñada en mantener sus raíces, que uno de los últimos en salir del medio centenar de casas que poblaban este emplazamiento fue el maestro. Ahora el pantano atrae numeroso turismo, gentes que observan al obstinado campanario con respeto por saber mantenerse en sus trece.
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Lanuza (Huesca)
La insumergible
Este es un caso especial dentro de los pueblos anegados. Con final feliz, para variar. Gracias al viaje conocerás una de las aldeas de piedra y pizarra más bonitas de la provincia. En el poderoso valle de Tena, a más de 1.200 metros, entre los Pirineos y a orillas del embalse de Lanuza. El nacimiento del pantano ahogó la pedanía de Sallent de Gállego en 1978. El río Gállego cede sus aguas, en las que ahora los turistas se bañan y practican deportes acuáticos.
El caso es que si miras bien, dentro de este espectacular paisaje hay un precioso pueblo de estrechas callejuelas y arquitectura tradicional, con la iglesia de El Salvador al frente, vista que encandila y a la vez relaja, por cierto. ¿Cómo es posible la panorámica si el pueblo fue elegido para morir? Lanuza fue condenado por la Confederación Hidrográfica del Ebro, expropiado para cubrirlo. Sus vecinos debieron marcharse, por lo que en la década de los 70 amaneció deshabitado. El cálculo era que el embalse podría tragárselo, pero no lo hizo del todo. Sus gentes anhelaban regresar, así que en los 90 optaron por rescatar lo que seguía seco. Lo rehabilitaron y... quedó precioso.
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Habrá que imaginar la parte que bucea bajo el agua, y visitar lo visible. De lo antiguo, salvaron primero la iglesia de El Salvador, levantada en el siglo XIX sobre templo románico quemado en la guerra de la Independencia. Para lo nuevo construyeron el auditorio de Lanuza con increíbles vistas al embalse, un escenario con capacidad para hasta 5.500 personas que acoge el Festival Internacional de las Culturas Pirineos Surdon, donde han actuado artistas como Franco Battiato o Carlinhos Brown.
Suma a la belleza un entorno que pertenece a la Reserva de la Biosfera de Ordesa-Viñamala, repleto de rutas como la que permite al turista conocer el embalse partiendo desde Sallent de Gállego para llegar a la presa tras 6,5 kilómetros, señalizado, plano y con maravillosas vistas. O la ruta circular de El Frontón, que rodea el pueblo por la ladera de la montaña, un total de 8,18 kilómetros, con desnivel de 550 metros.
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Mediano (Huesca)
La torre y el diablo
Cuentan las crónicas que el 29 de abril de 1969, en Jueves Santo, ocurrió la desgracia. Las nubes llevaban días regando sin descanso las montañas del Sobrarbe. La zona no es ajena a la lluvia, por eso nadie imaginó que el agua destrozaría la vida de muchos. En unas horas rebosó calles y paredes, inundó casas y locales. Unos defienden que la Confederación Hidrográfica ya había avisado de que, algún día, el pueblo se inundaría; otros llegaron a asegurar que los túneles de la presa se mantuvieron cerrados a propósito. El caso es que el río Cinca se coló por todas partes en este lugar localizado en el municipio de La Fueva.
Desde entonces solo queda sobre las aguas la torre de la antigua iglesia del siglo XVI, considerada Bien de Interés Cultural, a la que algunos llaman 'La dama del lago'. Los antiguos feligreses, esos que debieron abandonar el lugar con prisas, sin desearlo, y sus herederos lograron esta declaración a base de empeño e insistencia. Consiguieron al menos salvar eso, aunque bajo las aguas quedaran sus recuerdos y sus corazones.
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En épocas de sequía o mantenimiento, cuando la humedad se evapora, es posible llegar hasta la base, ver de cerca los sillares heridos por tantos años de inmersión. Sumergido queda también el Puente del Diablo, que suma a su recuerdo una antigua leyenda. Asegura que el demonio hizo un pacto con el señor del pueblo. Que el dueño de los infiernos prometió acabar la pasarela antes de que cantara el primer gallo para, a cambio, recibir como pago a su destreza y rapidez a las tres mozas más bellas del lugar. Pero los habitantes fueron más listos, mataron a los gallos y, cuando solo faltaban dos piedras para acabar el trabajo, uno imitó el canto del animal. Así, dicen, nacía la pasarela que unió antaño las dos riberas del río Cinca.
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