'La infiltrada' en ETA de Díaz Yanes defrauda en San Sebastián
'Un fantasma en la batalla' pretende ser más didáctica y ambiciosa que la cinta de Arantxa Echevarría, pero cae en los clichés y no transmite la angustia de su protagonista
Digámoslo ya: 'Un fantasma en la batalla' no es, ni de lejos, la gran película sobre ETA que lleva cincuenta años pendiente de hacerse. El ... regreso a la dirección de Agustín Díaz Yanes ocho años después de la debacle en taquilla de 'Oro' ha desilusionado en el Festival de San Sebastián (fuera de concurso), que en su edición anterior no seleccionó 'La infiltrada', rodada en la capital guipuzcoana, que recibió el Goya a mejor película ex aequo con 'El 47' y se acercó en taquilla al millón y medio de espectadores.
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La cita a la cinta de Arantxa Echevarría no es baladí. 'Un fantasma en la batalla' cuenta exactamente la misma historia, la heroicidad suicida de una guardia civil (en 'La infiltrada' Carolina Yuste era policía nacional), que se camufla en círculos abertzales de la Parte Vieja donostiarra hasta acabar formando parte de un comando de ETA. Susana Abaitua es la esforzada protagonista de un largometraje en el que el espectador, al menos durante la primera hora inicial, no puede dejar de establecer comparaciones con el filme de Echevarría.
Amaia pasa una década como agente encubierta hasta que gracias a su labor se descubren los zulos de la banda terrorista en el sur de Francia. La Operación Santuario, en colaboración con la Policía francesa, fue clave para terminar con ETA y marcó un antes y un después en la lucha antiterrorista. Si 'La infiltrada' apostaba por las hechuras de un thriller de acción comercial de reivindicación feminista, 'Un fantasma en la batalla' se muestra más didáctica y ambiciosa. La peripecia de la protagonista no oculta su intención de contar a su vez la historia de un país que sufrió la violencia durante medio siglo.
Estamos ante una producción de Netflix, con Juan Antonio Bayona como productor, que poca carrera hará en las salas cuando se estrene el 3 de octubre porque el 17 del mismo mes ya estará disponible en la plataforma. Para esos espectadores del resto del mundo los créditos iniciales informan de que ETA contabilizó 44 asesinatos hasta la llegada de la democracia desde su nacimiento en 1959.
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Díaz Yanes no se corta y apuesta por las imágenes documentales cuando repasa los hitos macabros de ETA, del atentado contra Carrero Blanco a las masacres de Hipercor y la casa cuartel de Zaragoza. Como en 'La infiltrada', se escenifica el asesinato del concejal donostiarra del PP Gregorio Ordóñez, aunque esta vez la cámara se queda en la puerta del bar La Cepa. También se dramatiza el secuestro de José Antonio Ortega Lara y el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Hay imágenes de noticiarios de muchos otros crímenes: Fernando Buesa, Ernest Lluch, José Luis López de Lacalle, Fernando Múgica, Francisco Tomás y Valiente...
Tal cúmulo de recursos televisivos acaban por empantanar la acción. La pesadilla de esta chica huérfana que es traductora de Yeats (¡) habla euskera y pide que la envíen a Euskadi nunca termina de inquietarnos. No nos metemos en su cabeza. Díaz Yanes salta de un mitín de Herri Batasuna a la ikastola donde trabaja la protagonista y cuya directora es responsable de los comandos legales de ETA. Hay brocha gorda en la caracterización de personajes como el jefe de Amaia (Andrés Gertrúdix en el papel de Luis Tosar en 'La infiltrada') o el etarra con el que convive, que Raúl Arévalo aborda casi de manera caricaturesca, siempre receloso y paranoico. Lo mismo se puede decir de la terrorista que encarna Ariadna Gil.
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También hay trazo grueso, indigno del autor de 'Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto', en escenas como en la que Amaia, ya retirada de la misión (como si entrar y salir de ETA fuera fácil), se prueba un vestido de novia pero ve por televisión que han secuestrado a Miguel Ángel Blanco. El recurso a los versos de Yeats y la utilización de canciones italianas de Mina y Nicola Di Bari como código secreto para comunicarse con sus superiores también resultan difíciles de digerir, por no decir risibles. Se citan las torturas a manos de cuerpos policiales, por aquello de no resultar maniqueo. La aparición de Jaime Chávarri como Txiki el Viejo, veterano dirigente etarra todavía desconcierta más.
ETA y el dolor que provocó todavía siguen muy presentes en nuestra sociedad. De los primeros acercamientos cinematográficos centrados en los terroristas hemos pasado, por fortuna, a dar el protagonismo a las víctimas y a los héroes que acabaron con la barbarie. 'Un fantasma en la batalla' «podría ser la historia», advierten los créditos, de una de las agentes que durante una década interrumpió su vida y sufrió cada segundo la angustia de ser descubierta. Un historión que, por desgracia, ya vimos el año pasado y por eso ahora se merecía menos clichés y más atrevimiento.
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