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Winter is coming

Viendo el panorama desolador que se dibuja en el horizonte más inmediato, me pregunto qué podemos hacer y qué granito de arena poner para subir el ánimo de la comunidad y no caer en el desaliento otoñal que se anuncia

Viernes, 8 de septiembre 2017

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Los últimos días de agosto Vitoria se despereza siempre del mismo modo en que se levanta uno tras una noche de resaca: dando vueltas y más vueltas en la cama, rebozándote entre las sábanas, metiendo la cabeza bajo la almohada, estirándote y bostezando hasta descoyuntar la mandíbula inferior. Como si no quisieras abandonar el sopor del sueño protector, ni retomar la rutina del día a día que asoma por entre los pertinaces nubarrones que se adivinan tras los visillos.

Por el contrario, quienes no hemos vacacionado en agosto observábamos con estupor cómo la ciudad se iba tupiendo progresivamente de coches y de gente. Y también del ruido que define nuestra banda sonora urbana y que vuelve por sus fueros hasta hacerse reconocible, como si el DJ municipal responsable girara la rueda del volumen y acabara con el silencio estival del que venimos disfrutado desde que acabaran las fiestas patronales.

Iniciado septiembre, las vallas que anticipan obras por doquier comienzan a poblar nuestras calles y aceras y a dificultar el deambular de peatones, autos y ciclistas. Y las caras sonrientes que podías encontrar en cualquier terraza veraniega no hace tanto, van mudando su aspecto feliz para recuperar ese tono huraño ‘Made in Vitoria’ tan particular. Como si fuéramos tomando conciencia del Hemoal que nos queda por untar, en silencio, para el tránsito que resta hasta el próximo verano. Porque como ya anuncian en Juego de Tronos, ‘Winter is coming’.

Llegamos especialmente alicaídos a este inicio de curso por el impacto emocional que nos ha dejado el atentado de Barcelona, y por la tristeza infinita de amigos y familiares a los que arrancaron de un plumazo a sus seres queridos. Y no contentos con la pena abisal que sufrimos, debemos soportar los efectos secundarios de las reacciones de quienes, en vez de dar el pésame se afanan en dar por culo, aprovechando el dolor ajeno para sacar a pasear las banderas y el «de lo mío qué». Que viene a ser tal desafuero, como el de presentarse en un velatorio y ponerle pegatinas al ataúd. Qué osadía, Malaquías.

Y para más inri, acaba por salir en la tele el hijo de la Tomasa, rebautizado como ‘El Cordobés’, haciendo de portavoz de los asesinos del ISIS, y amenazándonos con responder a la reconquista de Don Pelayo y los Reyes Católicos con otra conquista de la Península para la instauración de un nuevo Califato. Esta sí que es para mear y no echar gota.

Que tiene bemoles que te digan que sólo hay un Dios verdadero, que es Alah. Y que o te lo comes con patatas o te porculizan. Y te llaman cristiano, como quien te llama hijo de puta. Y te hacen responsable de las perrerías del Torquemada y compañía, allende la Inquisición. Como si hubiéramos estado allí, personalmente, a pié de pira, con el chisquero, dándole lumbre al converso.

No sé quién dijo aquello de que, si lo piensas bien, «todos somos ateos respecto a la mayoría de dioses en los que la humanidad ha creído alguna vez. Algunos simplemente vamos un Dios más allá». Porque visto lo visto, no hay nada que haya provocado tanta desolación y tanta muerte en la historia de la Humanidad como la religión. Por eso, la hipótesis de que una de ellas fuera verdadera, me la trae al fresco. Así que, ‘Cordobés’, que te la pique un pollo o, como gustaba decir mi amigo Curro, ya difunto, que te folle un pez con pinchos.

Y en estas estamos, desempolvando los ansiolíticos y viendo llover. Y me pregunto qué podemos hacer, viendo el panorama desolador que se dibuja en el horizonte más inmediato, y qué granito de arena poner para subir el ánimo de la comunidad y no caer en el desaliento otoñal que se anuncia.

Con el afán de aportar, y aprovechando que el Ayuntamiento va a abordar la reforma de la Plaza de la Constitución, rellenando el agujero para dejar la plaza a ras de suelo, se me ha ocurrido que podíamos aprovechar para enterrar los muchos y variados fantasmas que nos llevan acojonando y lastrando el ánimo desde hace tanto.

Anunciaron desde el Consistorio que van a llenar el hoyo con piedras que traerán de no sé qué depósito, o planta de tratamiento. Y digo yo, ¿a quién coño se le ocurre tremendo dislate? Tengo para mí que es esta una ocasión inmejorable para convocar a la ciudadanía a un aquelarre popular.

Cada uno de nosotros podría arrojar al fondo del agujero cualquier objeto que represente el mal, que nos provoque una especial inquina o que queramos perder de vista. La foto de un antiguo novio, una figurita con la cara de Donald Trump, las maquetas de los proyectos fallidos que se amontonan en los depósitos municipales, las banderas de cualquier signo que tanto proliferan, el odio, el desamor, la envidia, la intolerancia. No sé. Lo que cada cual estime oportuno. ¿Alguien se apunta al Turno Popular?

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