Y tras la pandemia, ¿qué?
Euskadi afronta el reto de adaptar su economía con criterios de responsabilidad social: progreso, igualdad y sostenibilidad
Centrado como debe estar el debate público en la lucha contra el Covid, si elevamos la mirada hacia el horizonte, no parece descabellado decir que ... se ha cumplido un ciclo económico. La pandemia ha contraído las tendencias acelerando el cumplimiento de las previsiones en un período de tiempo exiguo. Cuestiones que se preveían como contingencias en el siguiente lustro, desde el ámbito sociosanitario hasta el industrial o productivo, se han adelantado y han pasado de ser temas importantes a ser asuntos urgentes.
En nuestro pasado cercano, el acierto de la planificación industrial de Euskadi a finales del siglo XX nos ha permitido ser una nación con cotas de prosperidad elevadas. No obstante, la desaparición de demanda derivada de los confinamientos y la absoluta exposición de nuestras estructuras asistenciales a un virus letal hacen que nos encontremos de nuevo ante un escenario de grandes transformaciones, tras las que, como sociedad, vamos a tener que identificar los retos y reimaginar la economía de nuestro futuro.
En primer lugar, un gran condicionante será el reto demográfico. Euskadi alcanzó en 2019 su máximo histórico de población y también la mayor cota de esperanza de vida. En la Europa de 2060, uno de cada tres habitantes será mayor de 65 años. Este segmento contará con sus propias formas de consumo y se convertirá en el motor de la llamada 'silver economy', creando nuevas actividades económicas y empleos. La asistencia o cuidados personalizados serán el nuevo paradigma de nuestra política asistencial y la necesidad nos creará una oportunidad para generar riqueza de un bien social (el cuidado digno de nuestros mayores). Todo ello como consecuencia de más y mejores oportunidades laborales de perfiles especializados y los avances en biociencia e industrias tecnológicas ligadas a la Inteligencia Artificial (IA), el Internet de las Cosas (IoT) o los sistemas diagnósticos predictivos basados en el análisis de grandes bancos de datos (e-Health). Todo un mundo de oportunidades, en un entorno predictible y seguro: todos dejaremos de ser jóvenes.
En segundo lugar, el Covid-19 ha puesto de manifiesto la debilidad de las economías basadas en el sector servicios. Euskadi debe seguir fortaleciendo su PIB industrial mediante la digitalización, la innovación tecnológica y la flexibilidad (resiliencia). La digitalización aumentará la capacidad de analizar datos para conseguir una producción más eficiente. Y una mayor inversión en innovación para generar negocio traerá competitividad por la mejora del conocimiento. Así, nuestra industria debe transitar hacia modelos productivos que se permitan adaptarse a tiempos de incertidumbre y cambios constantes.
Por otro lado, recuperar el empleo perdido será el primer objetivo de esta política industrial. Habrá empleos que, con el cambio de ciclo y abordada la digitalización, desaparezcan definitivamente. En ese caso, el objetivo será analizar las megatendencias económicas y reorientar nuestra capacidad industrial (conocimiento en fabricación avanzada) hacia horizontes de futuro, sustituyendo los empleos perdidos por unos de nueva generación. Quien producía motores de combustión fósil e interpreta que el futuro es el coche eléctrico tendrá que aprender a producir baterías, o pilas de combustible si apuesta por el motor de hidrógeno.
En tercer lugar, debemos abordar la transición energética. Una oportunidad ligada a un deber humano: revertir el cambio climático para salvar nuestro planeta. La industria energética vasca debe integrarse en las cadenas de valor globales de la energía mediante la diversificación de fuentes y el impulso de las renovables. El mundo afronta la esperanza de la repartición igualitaria de la energía a través del hidrógeno, y Euskadi debe apostarlo todo para jugar un papel protagonista como proveedor de esta energía a través de la inversión público-privada y una regulación ágil y eficiente. El hidrógeno es la siguiente revolución.
Por último, la fiscalidad será un instrumento importantísimo en un entorno de competitividad fiscal cada vez mayor. Debemos fortalecer nuestro Concierto Económico (un auténtico poder soberano compartido) impulsando la participación de nuestras instituciones en la gobernanza económica europea y adaptando el Concierto a la nueva fiscalidad internacional. Las grandes multinacionales tendrán cada vez más difícil eludir obligaciones tributarias y trasladar sus beneficios tras la implantación de la nueva fiscalidad internacional (BEPS). Preparar el Concierto para incorporar puntos de conexión que permitan recaudar impuestos como las tasas Google o Tobin y no perder recursos en favor de la Hacienda estatal será determinante para la financiación de nuestro autogobierno.
Euskadi afronta un reto: mantener su identidad, bienestar y prosperidad en un siglo de profundas transformaciones. Y para ello, nuestra economía requerirá adaptarse y hacerlo no sólo con criterios económicos sino también humanos y de responsabilidad social: progreso, igualdad y sostenibilidad.
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