Técnica de las medias verdades
Lo anormal es tener a Iglesias de guardián de unas reglas en las que no cree
Como buen populista que es, cuando Pablo Iglesias lanza últimamente sus dardos envenenados contra el sistema político español construido de 1977 para acá, se cuida ... mucho de no incurrir en falsedad o mentira palmarias. De una manera mucho más habilidosa que la del torpe y desmañado Trump (un caso cercano en cuanto a la curiosa situación de atacar un sistema político desde su propia cúspide) lo que él afirma es de entrada verosímil (una categoría diversa de lo verdadero), algo que no suena mal a los oídos de la opinión porque tiene algo de cierto, si bien implica una notoria distorsión del juicio completo que merece una situación compleja. En definitiva, lo que dice es más una 'media verdad' que una falsedad completa. De ahí lo complicado que resulta refutarle.
Valga como ejemplo su afirmación sobre la «anormalidad» de la situación política por respecto a los patrones ordinarios de una democracia liberal europea tipo, sobre la base de que existen una serie de políticos catalanes que fueron autoridades públicas de su Gobierno y que ahora están en prisión o en fuga. Dejando de lado lo impreciso del concepto mismo de 'normal' si se pretende utilizar para medir la calidad de una democracia (en el fondo, todas y cada una de las europeas son 'normalmente anormales' porque todas tienen su historia peculiar), no cabe duda de que no es frecuente ni usual que el jefe de Gobierno de una región esté procesado y huido de la Justicia, y otros miembros de su Ejecutivo en prisión. Igual que no es normal que el presidente de EE UU hasta ayer mismo esté imputado de serios delitos ante el Senado. Si nos quedamos en esa primera cara de la realidad, el juicio de Iglesias es correcto: la situación no es normal.
Pero, si damos un paso más, y el ejemplo de Trump nos sirve muy bien: ¿no son precisamente los más demócratas en EE UU los que promueven la acusación contra el expresidente y, al hacerlo, crean una situación anormal? Sí, nos contestarían ellos mismos (y también Iglesias), pero es que fue el propio Trump el que actuó de una manera anormal, pues no es normal que el Ejecutivo llame a las masas a subvertir el Legislativo e invadir su recinto sagrado. De manera que la anormalidad del juicio no es sino la cara secundaria de la anormalidad inicial y básica de un poder ejecutivo que delinque. Vamos, que la verdad es poliédrica y no tan simple como la que presenta quien sólo quiere ver su mitad.
En el caso español, lo originariamente anormal desde el punto de vista de una democracia asentada es que el Gobierno de una región decida saltar por encima de la legalidad vigente e infrinja deliberadamente las reglas del Estado de Derecho, apoyándose para ello en una apelación directa al pueblo efectuada fuera de toda legalidad. Esto fue verdaderamente anormal, por infrecuente y bárbaro en el cuadro de funcionamiento de una democracia liberal. Y si ocultamos este hecho para ver sólo sus consecuencias posteriores estaremos faltando a la verdad al describir una realidad compleja de una manera selectiva y parcial. Media verdad.
Sí, claro, pero al fin y al cabo «la esencia de la democracia es el conflicto», decía también Iglesias hace un par de semanas. Y reprimir un conflicto mediante el Derecho Penal será por tanto antidemocrático, añadía. De nuevo la media verdad: es correcto decir que la esencia de la sociedad moderna pluralista es el conflicto y no el consenso. La Ilustración misma lo proclamó (léase a Kant) y la mejor sociología del siglo XIX lo confirmó (léase a Marx). Pero para que el conflicto sea productivo y no se agote en estéril pugna y exterminio es necesario un sistema de reglas de encauzamiento, algo que llamamos 'Estado de Derecho' y permite gobernar los conflictos de una manera progresista hasta a «un pueblo de demonios». La democracia liberal no es sino el mejor sistema de reglas de encauzamiento de conflictos que ha encontrado hasta ahora la Humanidad. Un sistema que opera como algo parecido a la «mano invisible» del mercado de Adam Smith, al transformar la disidencia en motor para una mejor situación colectiva.
Una cosa es el conflicto político y social entre los intereses y deseos contrapuestos de individuos y sectores sociales, y otra el conflicto sobre las mismas reglas para encauzar los conflictos. Estas vienen dotadas en todo sistema de una estabilidad y blindaje especial, pues son las que garantizan que el sistema no se derrumbe, son algo así como las 'metarreglas' del sistema. Están en la Constitución sobre todo. ¿Pueden ser objeto de conflicto e intentos de cambio? Obvio que sí, pero de una manera muy cautelosa y deferente.
Pues bien, el problema del discurso de Iglesias, buen populista sin duda, es el de que esconde también esta distinción básica entre el conflicto social generalizado y las metarreglas que regulan cómo se encauzan los conflictos. Y, al hacerlo, llega implícitamente a proclamar que «es normal» que unas autoridades públicas recurran a la voluntad directa del pueblo para saltar por encima de las metarreglas que les han situado a ellos donde están precisamente para observarlas. Que es normal lo que hizo Trump el mes pasado.
Al final, lo anormal es tenerle a Iglesias de guardián de unas reglas en las que no cree.
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