Solo en el poder
La inexperiencia de los nuevos ministros socialistas se enfrenta al bloque de Podemos. Casi un contragobierno capaz de arruinar la gestión en economía
En ocasiones la política ofrece rasgos de humor, aunque en el caso que nos ocupa se trate de un humor terriblemente negro. Aludimos a uno ... de los comentarios más elogiosos, elaborados para presentar con rasgos favorables el cambio de Gobierno. La periodista iba repasándolos, y al llegar a la ministra de Sanidad no dudó en escribir que Sánchez la mantuvo para que resolviera de modo tajante el problema del coronavirus. Si pensamos que Carolina Darias no solo está fracasando en su gestión de la pandemia, sino que ha coronado ese fracaso con la declaración de que «ya no es tiempo de mascarillas, sino de sonrisas», cabe suponer que la única razón para su supervivencia es que secundó sin reservas el infundado optimismo del presidente, que nos ha llevado a la catástrofe actual.
Tal vez como regalo póstumo de Iván Redondo, Sánchez ha conseguido esconder la dimensión más grave de la crisis política, que no es el desgaste propio y del PSOE o la necesidad de sumirse de nuevo en las aguas socialistas, sino que la explosión de contagios en curso ha puesto de relieve el desastre sanitario causado por su acción de gobierno. Siempre, desde el 7-M, el presidente ha subordinado los criterios técnicos a la afirmación pública de su infalible poder y a la necesidad de que saliera impoluto de cada momento desfavorable. Ante todo había que salvar su imagen, cayera quien cayera por la enfermedad, la cual pasó a su lado, como en el célebre misterio, sin rozarlo ni mancharlo. Ninguna prueba mejor que su total automarginación de las imágenes de muerte y de dolor que se han sucedido en este año y medio.
La increíble fiesta del Orgullo Gay ha sido la mejor expresión de lo que cabe considerar la apoteosis de un pseudoprogresismo suicida, templada por las cuidadas imágenes de los medios oficiales. El festejo estaba justificado por su finalidad, como el 7-M, pero ante una circunstancia como la subida en flecha del virus, la inconsciencia resultó criminal, ante todo por parte de las autoridades. TVE nos mostraba el supuesto orden en la manifestación, con todos amontonados ya en su cabeza, y eludió la noche de Walpurgis sucesiva. ¿Tienen la culpa los jóvenes? La tienen los gobiernos, del Estado y de la comunidad, que crearon la atmósfera de felicidad colectiva. A la vista del triunfo de Ayuso, esa insensata tolerancia da votos, lo que les importa a ella y a Sánchez.
Por eso, increíblemente, la explosión de contagios ha estado ausente de las sucintas explicaciones de Sánchez sobre el cambio en una rueda de prensa sin preguntas, donde se limitó a insistir en su inquebrantable progresismo: relevo generacional, feminismo, ecología. Capacidad y eficacia están ausentes como criterios, en la pauta de su Gobierno anterior. Salvo en lo que concierne por fortuna a Nadia Calviño, Sánchez parece empeñado en transmitir a su equipo su propio bagaje de conocimientos limitados: personas a veces sin base suficiente, y en puestos cambiados: hasta ahora teníamos al médico en Hacienda, el baloncestista en Cultura, la jurista en Sanidad. Ahora una maestra en Educación, sin al parecer experiencia previa para el ministerio, el último de la clase en Cultura y, menos mal, un diplomático de primer orden en Exteriores
El mensaje de La Moncloa, apoyado en la salida de Iván Redondo, es que Sánchez regresa al partido. Lo hace de manera muy rara, eliminando a los pesos pesados que le rodeaban, y que representaban sin duda al PSOE, mejor que unas gestoras de rango inferior, militantes, pero que no son ministras por su 'cursus honorum' en el partido, sino por una designación personal, sultánica y no orgánica, de un jefe que se aísla para concentrar en sí todo el poder. Los dos nombramientos de importancia decisiva, Félix Bolaños y Óscar López, son sin duda bienvenidos por su capacidad probada; también ilustran la vocación de aislamiento de Sánchez. El Gobierno es Presidencia. La vuelta al partido tendrá lugar para eliminar al molesto García-Page; le tocará a la ministra nombrada portavoz. En el PSOE de Sánchez no caben ni debate interno ni disidencias.
Lo peor es que la soledad no es absoluta. Tiene que contar con la presencia de Podemos, un peso muerto ya que no colaborará en el esfuerzo del equipo ministerial y sí actuará como muro infranqueable en la defensa de su corporativismo partidario. Una vez quitada la máscara ciberdemocrática de UP con el ordeno y mando de Iglesias en su dimisión, se han disipado las expectativas de una intervención más flexible de Yolanda Díaz, tal vez sometida al mando a distancia del ausente. La inexperiencia de los nuevos ministros PSOE y la voluntad de mando de Sánchez se enfrentan a un bloque, nulo en política salvo Díaz, y ensimismado. Casi un contragobierno, capaz de arruinar con sus vetos la gestión eficaz que en economía busca Pedro Sánchez. Menos mal que este cuenta con Casado.
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