Grandeza y reconocimiento de la profesión docente
Transmite valores y abre horizontes para el desarrollo personal
El futuro de una sociedad depende en gran medida de su educación, y esta no se puede separar del trabajo de los docentes. Son un ... soporte insustituible para el progreso de los alumnos, llamados a orientar su futuro y acompañar su proceso de maduración. El trabajo de los maestros -en el sentido profundo y noble de la palabra- trasciende la enseñanza de conocimientos y la transmisión de competencias, aspectos por lo demás necesarios en una sociedad avanzada. También transmite valores y abre horizontes para el desarrollo de la persona.
Además de enseñar, los docentes contribuyen al crecimiento humano de los alumnos y suelen ser fuente de inspiración para su relación con los demás. Su actitud en las clases y en los diversos espacios del centro educativo, así como su manera de tratar a los estudiantes, lejos de la frialdad y de la confianza exagerada, y el modo de abordar las variadas situaciones que surgen cada día acaba generando entre docentes y alumnos una corriente de cercanía humana que tiende a permanecer en el tiempo. ¿Quién no recuerda, con el paso de los años, el ejemplo de aquel maestro o maestra que tanto le ayudó con su modo de ser y trabajar, o aquel consejo acertado en un momento crucial?
Al redactar estas reflexiones recuerdo una mesa redonda sobre los valores en la sociedad. Fue hace un tiempo, en el ciclo 'Mundo futuro'. Un mundo que debemos construir entre todos, y la contribución de los docentes puede ser significativa. Los argumentos presentados en aquella jornada me llamaron la atención por la conexión con mi trabajo en las aulas. La socióloga María Silvestre, el filósofo Daniel Innerarity y el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, criticaron el individualismo, la tendencia generalizada a reclamar derechos, mientras se tiende a dejar de lado las obligaciones, y trataron sobre el valor de la autoridad. Son aspectos destacados en la sociedad, con especial protagonismo en los jóvenes y adolescentes. Pensé en mis alumnos. En esas personalidades jóvenes -con un compromiso variable en lo que se refiere al aprendizaje y toda una vida por delante- destaca su corazón grande, junto a un individualismo inconsciente, tendente a una solidaridad selectiva con 'los míos', mientras 'los otros' pueden quedar al margen. Durante la mesa redonda, el alcalde concluyó que «conformar una ciudad mejor pasa por ser mejores personas». No le faltaba razón.
En el proceso de maduración de la personalidad destacan varios ámbitos de influencia: el principal sigue siendo la familia, y la escuela es su gran complemento, sin excluir hoy las redes sociales y los espacios de socialización durante el tiempo libre. Una parte importante de la jornada se desarrolla en el tiempo escolar. Compartimos muchas horas. En no pocos casos, los jóvenes pasan más tiempo con sus profesores que en el entorno familiar.
La docencia, considerada en profundidad, es una profesión apasionante, además de un arte centrado en el desarrollo de la persona. La preparación científica y didáctica, así como los valores que orientan la actuación de los maestros, deja siempre poso. El modo de plantear las clases, los temas propuestos para la reflexión y discusión, el análisis de los argumentos y las posibles conclusiones son el humus donde maduran los alumnos. Desde el comienzo hasta el fin de la jornada académica observan lo que hacen y dicen sus profesores. El conjunto de percepciones e interacciones constituye ese bagaje de humanidad, derivado de la profesión, que tantos reconocerán con el transcurso de los años.
Los periodos académicos son buen momento para trabajar la autoridad, el respeto y la libertad, aspectos importantes en la educación. Los planteamientos y reacciones de los alumnos, tantas veces en nuestra presencia, permiten hacer ver que la relación con los demás, característica de la persona, implica un modo de situarse: dependiendo de cómo vemos a 'los otros' se fortalecen los motivos para vivir la solidaridad. Las relaciones entre las personas son plenamente humanas cuando están presididas por el dinamismo del don, y no principalmente desde la reivindicación de unos derechos. Con el ejemplo, y también con la palabra, adecuada a las circunstancias de edad y madurez, podemos fortalecer el sentido de lo humano. Cuando se abre espacio para la conversación y el intercambio de opiniones, muchos alumnos lo aprovechan: un consejo acertado y la oportuna orientación, cuando procede, ayuda a enfrentarse a la vida real.
Los buenos docentes nacen, y también se hacen, cuando ponen en su trabajo ilusión, dedicación y esfuerzo. Esta actividad reclama compromiso y, al mismo tiempo, es fuente de algún desengaño y mucha satisfacción. Comienza un nuevo curso y la asignatura pendiente es un mayor reconocimiento público de su contribución a la sociedad. Mientras llega, la relación con tantas personalidades jóvenes, cuando transitan por las aguas agitadas de su crecimiento como personas, es una oportunidad para mostrar su rol de protagonistas de un mundo mejor.
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