Navidad y esa gente de fe
Pensemos en los más desvalidos y olvidados del mundo, que tienen los mismos derechos y deberes que nosotros
Sin discusión, ya estamos dentro de los días más especiales del año, aquellos en que la vida alcanza la mayor distancia entre las expectativas y ... la realidad. A los ojos de un observador imparcial es un combinado de propósitos y logros, de recuerdos y olvidos, de experiencias y motivaciones que casi siempre nos desbordan a unos y satisfacen sin casi sombras a otros. Todo depende de las esperanzas depositadas en cada fiesta y el buen conformar al recoger los frutos de su paso entre nosotros. Porque son las fiestas las que pasan entre nosotros y nos prestan su sentido propio, al aíre de la familia, los amigos, la ciudad y los noticiarios. No pocos, por supuesto, con el sentido profundo de lo religioso y trascendente, y de lo inmanente hecho historia cotidiana del bien y la solidaridad.
Todo lo dicho son lugares comunes que desde niños hemos vivido y seguimos renovando su potencia a medida que se acercan las fechas más señaladas. Reconozco y recuerdo a aquellos que sienten la dificultad personal de sumarse al optimismo ambiental; tal vez por su natural ser legítimamente escéptico o por alguna experiencia difícil que en fechas recientes los haya golpeado. Porque la vida sigue y las mil caras del dolor están ahí para muchos. Lejos, sobre todo; cerca, también. Cuando son duras por una vez en la vida, todos podemos sobreponernos a ellas, y en el futuro cada Navidad será ocasión de recordar a ese ser querido o esa circunstancia vital difícil; cuando son duras por mil veces en la vida, casi no hay manera de sobreponerse y cada Navidad será como el paso de un viento feo que nunca cesa del todo. Pero dejemos este camino.
En el marasmo de propuestas y llamadas de estos días, en el placer de un recorrido por la ciudad entre luces, escaparates y personas de toda edad, algunos componemos la tradicional estampa de mirarnos en belenes, iglesias, cantos, celebraciones religiosas y, de verdad, de verdad -por una vez me lo permito- mucha sensibilidad por inspirar algunos programas de justicia y solidaridad que, juntas, trenzan una realidad pequeña para el agujero que el mundo tiene, pero notable por la generosidad que representa.
Sí, ya sé que hay ejemplos de muchos egoísmos y tacañería entre los creyentes. La crítica bien fundamentada, y es fácil, se agradece, porque quien te critica es que espera otra cosa de ti. Pienso esto como contrapunto de cada crítica que como iglesia recibimos: al menos esperan otra cosa de nosotros, ¡ay del día que no digan nada! Pero dejo esa crítica para otros amigos de los medios y la ciudad, y se lo agradeceré, y prosigo mirando a los creyentes como a otros ciudadanos, lo que somos, y valorando todo lo que podemos hacer, y tenemos ganas de hacer, y hacemos.
Hoy no es posible vivir la fe cristiana sin colocar en el centro al prójimo más necesitado; ninguna virtud ni liturgia es mayor ni más querida que ponerse en el lugar del otro -sobre todo, en sus situaciones de sufrimiento y miseria-, sentir como propias sus necesidades, cargar con ellas y sumarse a resolverlas como si fueran nuestras. Igual que Jesús hizo y dijo. Si en estas fechas la ciudad nos preguntara qué aportamos nosotros, además de no añadir muchas palabras, la respuesta más cierta sería «ven y lo verás…»; con calma, con la mejor disposición, con enorme humildad, «porque los pájaros tienen nido, las zorras madriguera, pero Jesús no tiene dónde reclinar la cabeza», y lo siguieron a muerte.
Que sí, que es verdad, que las catedrales y las iglesias, y los conventos, y los seminarios, y las casas curales no parecen eso, y que hacerlo patrimonio de los pueblos y sociedades sería tal vez lo más acertado; pero mi experiencia me dice que no hay nada importante que vender. En esta tierra, aquí, donde usted vive, si algo tiene valor artístico, a un museo, y si sirve para el culto, el pueblo lo toma y protege. Se puede revisar al detalle lo que digo y encontrar fallos, pero la línea de fondo es esta.
A veces hay que dar este rodeo por lo sencillo para dirigirse a lo fundamental. Y esto era, recordemos, ponte en el lugar de los más desvalidos y olvidados del mundo, piensa en sus derechos y deberes; sí, piensa en sus derechos; son como los tuyos, compáralos si a igual esfuerzo y necesidad les ha tocado lo mismo; piensa dónde estarías tú sin el patrimonio de tus padres o abuelos, o nacido en otro lugar, otra raza, otra condición; piénsalo, y ahora medita si lo quieres para los otros tan necesitados como tú, ¿lo quieres? ¿Quieres para ellos lo mismo que para ti sabiendo que hay que esforzarse, compartir y mermar? Esta es la pregunta por el prójimo. Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo, como a los de tu sangre y familia, a todos.
Y ahora ¿entiendes de qué va la memoria de esa gente que habla como cristianos y lo celebra? De acuerdo, muy criticables; de acuerdo, fundamentalistas a veces; de acuerdo, pecadores también. Pero están ahí con su buena noticia: Jesús es ungido de Dios, su Mesías, y lo es vaciándose por la gente más olvidada, lo es por decirles «Dios es buena noticia de vida para ti y te ama como lo que eres, un hijo, una hija, y si vivís como hermanos, Dios mismo se muere de felicidad a vuestro lado, y lo veréis». Algo así.
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