Gastos militares colaterales
Da la impresión de que se aprovecha la ocasión que brinda la guerra declarada unilateralmente por Putin para colar un aumento del presupuesto de Defensa
Todas las guerras tienen efectos devastadores. El primero y más importante, el de las víctimas mortales que causan, lo que no es un accidente circunstancial sino que constituye la esencia misma de la guerra, en la que la eliminación del enemigo no solo está legalizada sino que incluso está considerada como un derecho y un deber de los combatientes. Todas las guerras causan grandes estragos materiales, en muchas ocasiones la destrucción del propio hábitat más próximo, con el consiguiente desarraigo colectivo y la generación de situaciones que frecuentemente dan lugar a movimientos migratorios masivos, impensables en condiciones normales. Tales son los efectos directos e inmediatos también de la que está teniendo lugar en Ucrania.
Pero, además de estas consecuencias, las más importantes y a las que es preciso otorgar prioridad absoluta sobre cualquier otra consideración, las guerras tienen lo que se ha venido a denominar 'efectos colaterales': los que, sin ser directamente buscados por los protagonistas del conflicto ni tampoco consecuencia necesaria de éste, son efectos derivados que inciden en otros escenarios, aunque éstos no tengan relación con las causas que han dado lugar al conflicto. Es el caso de algunos de los hechos que están ocurriendo en nuestro propio ámbito político, derivados de la situación creada como consecuencia de la invasión de Ucrania.
Uno de estos efectos colaterales hace referencia al anuncio del jefe del Gobierno de incrementar los gastos militares, hasta llegar al 2% del PIB, de acuerdo con las directrices de la OTAN y, asimismo, con las insistentes reclamaciones de los presidentes norteamericanos para que los países europeos -entre ellos, España de forma especial- suban sensiblemente su contribución a la Alianza. Teniendo en cuenta que el gasto actual está cuantificado en el 1,1% (aunque es preciso acoger esta cifra con muchas reservas, ya que depende de los criterios utilizados para conceptualizar los gastos como militares) no cabe duda de que se trata de un aumento muy importante, de casi el doble de lo destinado hasta ahora; en un momento, además, en el que, como consecuencia de la pandemia, no sobran los recursos.
El problema principal es que no es fácil establecer la conexión entre la solidaridad con el pueblo ucraniano, víctima de la agresión militar del Kremlin, y el aumento (además, en la cuantía y la proporción reseñadas) de la contribución a la OTAN; que ha anunciado reiteradamente que no va a intervenir en Ucrania. Más bien da la impresión de que se ha aprovechado la oportunidad que brinda la guerra declarada unilateralmente por Putin para colar un aumento del gasto militar que no tiene relación alguna con las necesidades que plantea la situación en Ucrania; en la que, además, la OTAN ha descartado su intervención.
Ello no es óbice para que, como efecto colateral de la guerra en Ucrania, se haya producido una aproximación entre el Gobierno -al menos, la principal formación política de éste- y la oposición sobre la necesidad de aumentar los gastos militares; aunque esta subida (hasta llegar al 2% del PIB) ha de hacerse, de acuerdo con las directrices de la OTAN y muy especialmente de EE UU, en el marco de la Alianza y no como una contribución orientada a la conformación de un sistema de defensa propio europeo. Se trata de un efecto colateral que ha servido para revitalizar la OTAN y, en el plano interno, proporcionar apoyos y cobertura a quienes abogan por aumentar el gasto militar.
Hay también otros efectos colaterales cuya incidencia en las relaciones políticas a escala estatal no puede pasar desapercibida. El más importante, la alteración de las relaciones entre el Gobierno (su componente principal) y la oposición, en las que ya es posible apreciar una convergencia sobre este tema que inevitablemente va a afectar a la dinámica de las relaciones políticas en general. Y de forma especial, a las relaciones en el seno del Ejecutivo, que no hay que olvidar que es de coalición y en el que una de las formaciones, aunque sea la menor, difícilmente puede asumir sin más unos efectos como los señalados, por muy tangenciales que sean.
Por último, una consecuencia colateral de especial interés por su incidencia en el desarrollo de la legislatura cuando a ésta le falta todavía casi la mitad del periodo para el que fue elegida, es la de poner a prueba la existencia de una mayoría parlamentaria que lo sea realmente; lo que a juzgar por algunos de los comportamientos recientes de quienes integran el 'bloque de la investidura' está por ver. En todo caso, y dado que la oposición no tiene ahora posibilidad alguna de articular una mayoría parlamentaria alternativa, es una buena ocasión para tratar de consolidar unos apoyos suficientes que permitan llevar a cabo los objetivos acordados en el programa del Gobierno de coalición, muy especialmente los referentes a las cuestiones sociales, que son los realmente decisivos y los que mejor pueden proporcionar cohesión al Gobierno y despejar incertidumbres sobre la continuidad de la legislatura.