De conquistas e identidades
La caída de Tenochtitlán fue sanguinaria, pero no más que la pérdida de gran parte de su territorio por el México independiente
La conquista española de Tenochtitlán, la capital azteca que hoy es la Ciudad de México, se puede contemplar desde dos perspectivas muy diferentes; la del ... comienzo de siglos de ocupación o la del doloroso nacimiento del México moderno. Ni el discurso nacionalista mexicano sobre la conquista, elaborado en el siglo XIX, ni el discurso imperialista europeo explican, por sí solos, la complejidad de un acontecimiento histórico que inició la historia moderna de Occidente y que engendró la primera globalización de la historia.
La expansión europea hacia el Atlántico y las guerras de conquista transformaron el panorama de la época y propiciaron la comunicación y el contacto entre América, Asia y Europa. Nació el mundo moderno y apuntaló los cimientos de lo que hoy conocemos como España y México, donde coexisten visiones sociales equivocadas, manipuladas y pueriles sobre dicho acontecimiento histórico. Ni invasión española, ni nación indígena, ni estereotipos imperiales, ni misticismo colonial. No se puede entender el mundo actual sin comprender esa globalización que también acarreó la expansión de enfermedades y tecnologías de guerra.
Tenochtitlán, la gran urbe azteca sólo superada por Pekín, Constantinopla y Nápoles, ubicada en el lago Texcoco, comunicada por tierra mediante tres calzadas y defendida por miles de soldados, se consideraba inexpugnable. Y esto fue así, a lo largo de muchos años, hasta que unos cientos de europeos, la mayoría españoles, y unos 40.000 indígenas enemigos de los mexicas, liderados por Hernán Cortés, la sometieron tras hacer lo propio con las ciudades que la rodeaban (Chalco, Coyoacán, Cuernavaca, Tacuba, Texcoco, Xochimilco...).
Dos meses de cerco, miles de muertos, combates casa por casa... hasta que el 13 de agosto de 1521, cinco siglos atrás, concluyó la conquista de la capital mexica fundada en 1325, esplendorosa en el siglo XVI con sus 200.000 habitantes y los casi 500.000 de su área metropolitana. Para embarcarse en una aventura que a primera vista parecía un suicidio, Cortés tuvo muy claro que el asedio por tierra debía acompañarse de un cerco acuático y de ahí que se construyeran 13 barcazas, acompañadas de miles de canoas de indígenas deseosos de quitarse el yugo azteca (tarascos, purépechas, texcocanos, tlaxcaltecas, totonacas, otomíes, entre otros.). La caída de Tenochtitlán fue celebrada con júbilo por muchos pueblos de Mesoamérica, los que estaban oprimidos por los mexicas, los que perdían año tras año a sus hijos e hijas para ser sacrificados, los que padecieron un imperio inmisericorde.
Los acertados preparativos y la estrategia de Cortés, junto con la organización militar plasmada en las Ordenanzas Militares de 22 de diciembre de 1520 y la epidemia de viruela que diezmó a los defensores de la ciudad, permitieron conquistar Tenochtitlán y le otorgaron fama y reconocimiento, sobre todo cuando se convirtió en la capital del Virreinato de Nueva España (1535). Cortés fue un soldado duro y despiadado, como la época en que vivió, un político temerario y un hombre ávido de fortuna y poder, que con gran habilidad aprovechó la fragmentación y las debilidades mexicas para destrozar su imperio. Aunque los mexicas fueron derrotados, sus capas dirigentes colaboraron y se insertaron en la nueva organización política del virreinato. La conquista no fue una cuestión entre españoles e indígenas; fue un asunto de españoles que se aliaron con indígenas para derrotar a los mexicas.
La conquista la hicieron, en gran medida, los indios y claro que fue sanguinaria, como toda conquista de un pueblo a otro. Pero no más que la pérdida del México independiente desde 1821 de gran parte de sus territorios (un 60%), ratificada en el Tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848). He aquí una de las principales causas de las penurias mexicanas de hoy. El desgajamiento de Arizona, California, Nevada, Texas y Utah, así como de parte de Colorado, Nuevo México y Wyoming, supuso la pérdida, además del territorio, de sus ingentes recursos naturales (oro, petróleo...). No oímos muchas quejas respecto a esta cuestión.
Tampoco respecto al genocidio indio por parte de los norteamericanos. Y si nos remontamos en el tiempo, tampoco se destacan las proezas genocidas del Imperio británico ni de otros que también lo fueron. Y dónde se cuestiona el 'fundamentalismo indigenista' del Foro de San Pablo que dirige América hacia la balcanización territorial, política y lingüística y que siendo una 'construcción' neocolonial sirve muy bien al imperialismo neoliberal que dice combatir.
Claro que en nuestro país no podemos presumir mucho, puesto que es el líder europeo en autodesprecio y cuestionamiento de su propia historia e identidad, aunque los demás tampoco estén para tirar cohetes. Fieles acomplejados por la falsa leyenda negra, igual tenemos que rebelarnos contra un pensamiento tiránico que aspira a destruir la civilización, la cultura y la identidad occidental.
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