Francisco, León y ahora el vasco Aguado
El bilbaíno y escolapio, ordenado obispo de Huesca y Jaca, cumple la preferencia papal por los que lideraron institutos religiosos
Doctor por las universidades de Deusto y el País Vasco
Jueves, 19 de junio 2025, 01:18
Un aspecto singular de los nombramientos realizados por el Papa Francisco es la designación como obispos de un pequeño grupo de sacerdotes que han estado ... al frente de institutos religiosos. Uno de ellos, el agustino Robert Francis Prevost, sucedió hace un mes al pontífice fallecido. El más reciente de estos nombramientos, a finales de marzo, fue el del escolapio y bilbaíno Pedro Aguado, quien el pasado fin de semana recibió la ordenación episcopal para presidir las diócesis de Huesca y Jaca.
Francisco, al ser además jesuita, era bien consciente tanto de la gran capacidad de trabajo y de mando como del profundo conocimiento de muy diferentes realidades eclesiales que los superiores generales acumulan al liderar órdenes y congregaciones religiosas repartidas por todo el mundo. Muy probablemente quiso poner en valor todo ello nombrando obispos a algunos de ellos. Es más, tales cualidades han tenido que ser decisivas en la elección de Prevost como nuevo Papa.
La designación de Aguado no me ha causado sorpresa, puesto que estaba al tanto de que la nunciatura apostólica llevaba cierto tiempo haciendo consultas en distintas diócesis españolas acerca de él. Sin embargo, dado su perfil singular, el nombramiento de Aguado tuvo que conversarse largamente y decidirse en las reuniones de trabajo habituales que, a primera hora de los sábados, mantenían a solas Francisco y el entonces cardenal Prevost, que en ese momento dirigía la Congregación para los Obispos, encargada de los nombramientos, del acompañamiento y la supervisión de los prelados.
En todo caso, la elección de Aguado hizo que se agolparan en mí recuerdos que se remontan casi cuarenta años atrás, cuando fui su alumno en el colegio de los escolapios de Bilbao. Su despacho era el que más libros almacenaba y siempre los prestaba a cualquier estudiante que se lo pidiera, sin anotar nunca a quién. Tanto era así que, al final de cada curso, se quedaba irremediablemente con media balda casi vacía. Aquellos libros estaban repletos de anotaciones, círculos y subrayados a lápiz. «Así es como se lee y se aprende», sentenciaba.
Dedicó muchísimas horas a hablar a solas con los estudiantes y nunca le vi disfrutar de un fin de semana para sí mismo, pues siempre debía acompañar a algún grupo de jóvenes. Cuando esto ocurría vestía una inconfundible chaqueta de chándal azul, con franjas amarillas y grises, y pantalones de pana en invierno o bañador cuando se trataba de un campamento de verano.
Ciertamente, llegada la época estival, muchos alumnos de aquel colegio preferíamos pasar parte de las vacaciones antes con Aguado y con otros escolapios que con nuestros propios padres, porque con aquellos religiosos sí teníamos la oportunidad de acampar en valles bucólicos y coronar cimas en los Pirineos. En una ocasión, Aguado nos aguardó en un apacible lago oscense, tras haber descendido del monte Bisaurín, y celebró misa allí mismo, sobre unas cajas de leche. Unas décadas después, se ha convertido precisamente en el obispo de aquellos lugares.
En sus clases, al tiempo que estudiábamos a Teresa de Calcuta, hacíamos lo propio con Hélder Câmara, Óscar Romero o Pedro Casaldáliga, representantes de la teología de la liberación. También insistía en que reflexionáramos críticamente sobre cómo madurar como seres humanos a la luz de las nociones de los grandes pensadores y de los paradigmas filosóficos de la historia. 'Ser persona' se tituló la disertación que nos pidió elaborar el último día de sus clases de filosofía, a la vez que nos advirtió de que, si durante el resto de nuestra vida leíamos solo un libro al año, superaríamos con creces la media española.
Puede llegar a sorprender que, a los 67 años –y, por lo tanto, a menos de ocho de presentar su renuncia por límite edad–, el superior general de una orden de cerca de 1.500 religiosos haya sido nombrado obispo de dos diócesis españolas con alrededor de un centenar de curas. Hay quien ha podido interpretar este gesto según el clásico dicho romano de 'promovetur ut amoveatur'; es decir, 'promovido para ser apartado'. No creo que sea el caso. Lo más probable es que el anterior y el nuevo Papa hayan pretendido con este nombramiento reforzar el episcopado español con religiosos con capacidad de liderazgo y una sólida experiencia pastoral.
Presiento que no será largo su paso por estas dos pequeñas iglesias locales de Aragón y que será enviado a una archidiócesis o una diócesis más poblada cuando llegue el momento de buscarles relevo. ¿Tal vez una diócesis vasca? Esta historia solo acaba de empezar y tiene el apoyo de dos papas. Y estoy seguro de que aún conserva aquella chaqueta de chándal.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.