El suicidio como fenómeno humano
Sin esperanza, sin poder compartir la vida con los demás, sin propósitos en la vida, sin valores es cuando surge el deseo de morir
«Pensé en el suicidio». A Carlos López-Otín, científico de gran nivel, «le hicieron la vida imposible otros científicos. Cayó en un agujero negro ... del que aún no ha salido». Son recientes titulares en prensa relativos a la presentación de un libro del biólogo citado. Más próximo todavía el eventual suicidio del expresidente de Perú, Alan García, al parecer por no haber podido soportar una situación personal crítica. El suicidio es un hecho frecuente entre los enfermos psíquicos y corresponde a la Psiquiatría estudiar sus características y su relación con las enfermedades mentales. Pero la motivación suicida no se debe siempre a una alteración psíquica sino que puede corresponder a una conducta voluntaria elegida por una persona 'normal'. En todo caso, en la base de las motivaciones para el acto suicida podemos encontrar elementos parecidos en personas sanas y enfermas. A través del estudio de las motivaciones de la conducta suicida, especialmente aquellas que se encuentran en la enfermedad mental, pero que son motivaciones humanas, podemos llegar a comprender mejor el por qué se suicidan las personas 'normales'. No en vano, como señalaba Binswanger «la locura» debía ser entendida como una modalidad de la existencia y que, en este sentido, era igual de comprensible o incomprensible que la conducta de la persona normal, solo que en algunos aspectos era diferente. Sin duda el análisis de las conductas patológicas, entendidas como conductas humanas, muchas veces ayudan a entender mejor a la persona 'normal', porque lo que hace la enfermedad es actuar como una lente de aumento haciendo más visibles los matices que están en la base de la conducta y que en la situación de normalidad puede pasar desapercibida. Demetrio Barcia, psiquiatra recientemente fallecido, describió cuatro estados de ánimo fundamentales en la conducta suicida: la desesperación, la desesperanza, la soledad y el cansancio de la vida.
La desesperación surge cuando alguien entiende que en la vida hay algo por lo que vale la pena luchar pero que no puede ser alcanzado a pesar de los esfuerzos realizados para obtener lo que es deseado vivamente. En relación a la desesperación, citando a Von Siebeck, decía que no queremos vivir para estar sanos sino que queremos estar sanos para vivir y este vivir nuestro es la realización de un proyecto que de sentido a la vida, un propósito de vida. Cuando esto no es posible aparece la desesperación. Estas personas viven penosamente su incapacidad para alcanzar lo que tan vehementemente desean.
Frente al 'desesperado' encontramos al que no tiene esperanza, el 'desesperanzado' que es el que llega a la convicción de que no hay que esperar. Más que el hecho de vivir, lo que para este no vale la pena es el hecho de esperar. Esta es la experiencia del enfermo deprimido. En adolescentes, con frecuencia, la vivencia de desesperanza, la sensación de que no vale la pena esperar por nada, es más frecuente que un auténtico deseo de morir. No pueden vivir porque nada en la vida vale la pena. No encuentran referentes, no encuentran su sitio en el mundo. Sería algo muy parecido a la sensación de vacío existencial.
¿Y qué decir de la soledad? Pues que hay muchas formas de estar solo y no todas son negativas. Hay una soledad deseada, por ejemplo, para la actividad creadora o para el desarrollo espiritual y ello no significa dificultad psicológica alguna, ni pone de manifiesto una incapacidad existencial para vivir en sociedad o para contactar con otras personas. Pero hay gente que a lo largo de la vida muestra muchas dificultades para interactuar a través de vínculos sólidos y profundos con los demás, lo que les hace vivir con la amenaza constante de la soledad. Esto se ve con frecuencia en adictos a drogas o enfermos alcohólicos, en los cuales no es infrecuente el suicidio, al unirse en ellos soledad y desesperanza.
La cuarta situación anímica que puede llevar al suicidio es el cansancio de la vida, en el sentido de pensar que la vida en tanto tal no vale la pena vivirla. Sería una forma de suicidio motivada desde planteamientos intelectuales y se corresponde con conductas libremente aceptadas, aunque siempre puede haber diferencias individuales. Sería lo que Laín Entralgo denominó 'suicidio metafísico'. Otras veces es la percepción de lo absurdo de vivir lo que induce al suicidio, una especie de 'nihilismo intelectual' donde la prospección de lo que debe dar la vida lleva a una concepción negativa de la misma, que concluye en que nada vale la pena. Pero también podemos percibir otro «nihilismo más afectivo y existencial» en el que quien lo padece, siente que en la vida seguramente hay muchas cosas que valen la pena pero estas no son para él. Es el 'cansancio de la vida', no el cansancio de la vida en general sino el cansancio de la propia vida. Podemos encuadrar aquí aquellos casos de sufrimiento causado por dolores físicos y/o mentales, sufrimientos intensos ante los que se apela a la eutanasia o al suicidio asistido, como ya dijimos en alguna otra ocasión.
Sin esperanza, sin poder compartir la vida con los demás, sin propósitos en la vida, sin valores es cuando surge el deseo de morir. El suicidio, entonces, aparece como un acto humano comprensible, como la solución de la vida, lo que pudiera parecer una contradicción llena de sentido.
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