Separatismo religioso
Las exigencias de Macron al islam son pertinentes. Su generalización, arriesgada
Emmanuel Macron explicó en la ciudad alsaciana de Mulhouse su plan para combatir el «separatismo islamista». Después de muchas dudas, este es el término adoptado ... por el presidente francés para designar la estrategia que denuncia por parte de las minorías musulmanas en Francia para constituir lo que llamaríamos guetos expansivos; es decir, espacios político-religiosos en los cuales imperasen las reglas de comportamiento y de vestido propias del islam rigorista, del islamismo.
Se trata de una orientación que viene gestándose hace tiempo en medios intelectuales y políticos franceses, propiciada por los atentados yihadistas, y que tiene como principal punto de apoyo doctrinal el principio de laicidad, núcleo de la identidad republicana. Más las consecuencias del crecimiento demográfico de la población musulmana, cuya juventud afectada por la marginalidad incrementaría la presión identitaria sobre el colectivo de creyentes. A modo de amenaza que despunta en el fondo del escenario, la emergencia de partidos confesionales musulmanes, ya actuantes y con notable respaldo en Bélgica, implantados en los barrios periféricos de Bruselas y Amberes.
Frente a esta amenaza, real o imaginada, la expresión 'separatismo islamista' cobró fuerza a partir del llamamiento de los Cien, que en marzo de 2019 suscribieron personalidades como Bernard Kouchner, Alain Finkielkraut, Ibn Warraq y Pierre Nora, con presencia de firmantes judíos y musulmanes. Denuncian un proyecto de conquista forjado por el islamismo, que partiría de un sentimiento de humillación, para como rechazo reivindicar su hegemonía. Buscarían segregarse del conjunto de la sociedad para construir su propio poder «ya que el islamismo detesta la soberanía democrática». Un 'apartheid' a la inversa.
Estamos ante el peligro que acompaña a todo dualismo: el otro deviene inmediatamente en enemigo y desde tal consideración se esfuman todos los matices de la realidad. Entretanto la lógica de enfrentamiento permanece y tiende a agudizarse. Es cierto que por la importancia de la cohesión religiosa en cuanto principio ordenador de la vida de los musulmanes, y más desde las pasadas tensiones de los atentados, se ha incrementado la propensión al cierre sobre sí mismos frente al resto de la sociedad. Solo que también ha subido la islamofobia, muchas veces exagerada por sus destinatarios, pero que no es un invento de los imanes. En consecuencia, la condena rotunda del yihadismo no debe contaminar la relación con todos los colectivos musulmanes, y este es el principal riesgo de combatir el 'separatismo islamista'.
Más aún cuando la derrota del Estado Islámico elimina de momento el riesgo de que creyentes y conversos europeos vayan hacia él en sus hégiras individuales, alimentando el sueño o pesadilla de una yihad universal. Los conflictos y los peligros permanecen, pero a bajo nivel. La asimilación y la integración plena han fracasado, como era lógico. Pero eso no significa excluir la posibilidad de una fórmula que tenga en cuenta la singularidad de la comunidad (religiosa) musulmana, evitando su conversión en una comunidad religioso-política.
El punto de partida consiste en ver a los creyentes como ciudadanos de pleno derecho, tanto en el orden jurídico como en el simbólico, y eso significa que comparten deberes con los demás, en lo que toca al cumplimiento de leyes por comportamientos que la sharía puede autorizar (ejemplo, la poligamia). El discurso de Macron en Mulhouse se ha centrado en este punto: la república no puede autorizar que se exijan certificados de virginidad para el casamiento o que alguien se niegue a dar la mano a una mujer por serlo. «Nunca se puede aceptar que las leyes de la religión estén por encima de las leyes de la república». Hasta aquí, todo resulta lógico; el problema es la etiqueta usada para plantearlo.
Ante la complejidad del tema, nuestros responsables debieran conocer la doctrina islámica, y también los añadidos por usos ajenos a la misma (niqab o burka, de muestra), a efectos de evitar valoraciones y medidas erróneas. El mensaje del Profeta puede ser compatible con la democracia (como antecedente, la shura), pero no lo es subordinado al yihadismo. Resulta sencillo en cuanto construcción teológica en el islam de la Meca, y un laberinto cuando se reduce a citas de textos con intención polémica (lo de la gran y la pequeña yihad). Y a partir de ahí resulta posible la integración, respetando lo esencial de la diferencia, sin olvidar que la barrera infranqueable se sitúa en el imperio de la ley y en la inadmisibilidad de la violencia. Son cosas a tener en cuenta también para la formación de nuestros niños y jóvenes musulmanes como ciudadanos.
Pensando en Francia, no es fácil fijar la frontera entre la oposición al 'separatismo islamista' y el cerco al islam, más aún cuando la islamofobia está viva, de un lado, y la tentación radical, de otro. Las exigencias de Macron, en concreto, son pertinentes. Su generalización, arriesgada.
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