El revés más duro para el lehendakari
Urkullu toma conciencia de estar a merced del interés común de la oposición
Si de algún halo invisible le gusta rodearse a Iñigo Urkullu, aunque no presuma de ello, es del de la ejemplaridad y la rectitud. ... El personaje del lehendakari, que se superpone a la persona, es el de un político serio y templado, poco amigo de escándalos y de aspavientos, mucho más hormiga que cigarra y deliberadamente previsible en tiempos de desahogos en 140 caracteres. De hecho, esta semana se tuvo que refrenar para no expresar su enfado por las dudas que Carles Puigdemont había sembrado sobre la veracidad de su testimonio en el juicio del 'procés', pese a estar convencido de que insinuó que era un mentiroso para evitar quedar como un líder timorato y superado por las circunstancias en su pugna con Oriol Junqueras. Pero hete aquí que lo que de verdad preocupaba a Urkullu esta semana, pese a las apariencias, no eran las 'boutades' del fugado de Waterloo. Lo que le quitaba el sueño era la dimisión forzosa, decidida por ambos la semana pasada, de uno de los puntales de su Gobierno, Jon Darpón.
La salida del ya exconsejero de Salud ha sido, sin duda, el revés más duro que ha sufrido Urkullu no ya esta legislatura, sino probablemente en sus más de seis años de mandato. Y lo ha sido por varias razones. La más obvia, la fenomenal bola de nieve en que se han acabado convirtiendo las denuncias de filtración de exámenes en la última OPE de Osakidetza, hasta el punto de hacer caer a su máximo responsable, un desenlace nunca visto en cuarenta años de democracia en Euskadi. En puertas de dos convocatorias electorales encadenadas y no tan lejos de las autonómicas de 2020, cualquier tormenta política que acabe en dimisión es una muy mala noticia para cualquier Gobierno. Y más si, como es el caso, afecta al ideal de excelencia en la gestión que ese Ejecutivo abandera.
Por eso, y porque lo cree, Urkullu despidió ayer a Darpón con loas a su honestidad y a su proceder «intachable». El Gobierno, incluida su 'pata' socialista, está convencido, de hecho, de que Darpón ha sido el cabeza de turco de un tejemaneje poco presentable, pero asumido durante décadas como un modo de proceder más o menos habitual para que los jefes de servicio pudieran mantener a sus equipos de confianza en los hospitales.
Un caso de corporativismo médico -apuntan unos- o como mucho de rechazable nepotismo -abundan otros- del que todo el mundo parecía tener noticia pero que nadie, incluido el ya exconsejero, tuvo los suficientes reflejos para frenar a tiempo. Un error por omisión que ahora Urkullu y su Gabinete están pagando muy caro. Jeltzales y socialistas coinciden, en todo caso, en que no se puede responsabilizar directamente a Darpón del fraude. Pero el listón ético se ha elevado para todos y por eso Urkullu no ha tenido más remedio que aceptar su dimisión irrevocable. No solo por una elemental cuestión de cálculo coste-beneficio sino, sobre todo, por la convicción de que el temporal amenazaba con arreciar.
El lehendakari y Darpón tenían claro que, con la investigación ya en manos de la Fiscalía, la oposición, tras la reprobación del jueves, no solo no iba a detenerse sino que acabaría presentando una moción de censura. La imagen, en plena vorágine electoral, de un consejero cesado por el Parlamento habría sido letal. Pero el verdadero drama para Urkullu es que la dimisión de una de las personas de su máxima confianza no le garantiza, ni mucho menos, pasar página. Ni en este asunto ni en muchos otros, como demuestra el freno que el «tridente» -en expresión nada inocente de Ortuzar- puso ayer mismo a un proyecto de ley impulsado por el Gobierno. La lectura profunda que se hace en el Ejecutivo es que el PP ha tomado la decisión de cambiar de bando con todas las consecuencias y operar conjuntamente con Podemos y EH Bildu por una cuestión de interés político. Que la legislatura empezó a convertirse en un calvario el día en que el PNV decidió apoyar la moción de censura de Pedro Sánchez. La caída de Darpón trasciende el 'shock' puntual porque ha hecho que el lehendakari tome dolorosa conciencia de estar a merced del interés común de sus adversarios hasta que tome la decisión de disolver la Cámara.
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