Mientras Cataluña siga en guerra, la paz no será posible en ningún sitio, ni siquiera en la pobre Andalucía, donde todos vienen a llevarse algo, aunque sólo sea un trozo de sol pegado a su piel
Manuel Alcántara
Viernes, 11 de mayo 2018, 00:36
No va a ser fácil quitar a unos y poner a otros, porque se parecen tanto que no es posible distinguirlos. Todos aspiran al llamado bien común, pero este no es comunitario. Hemos hecho una patria provincial donde cada región funciona por su cuenta y por nuestro riesgo. La bronca en el Congreso no ha llegado a las manos, porque todos las tienen boca arriba, a ver lo que les cae. Mientras, el ministro de Economía, Román Escolano, después de la marcha de Luis de Guindos, se declara lo que presuntamente somos todos, excepto los fanáticos: liberal, reformista y de centro. Sólo tiene una pega: que para ese hermoso propósito hay que recuperar un millón de empleos. Los enfrentamientos entre Rivera y Rajoy, que no son frontales sino oblicuos, siguen dependiendo de Cataluña. Mientras, Rajoy se permite la chulada de acusar al presidente del Congreso de «aprovechategui», cosa impropia de sus habituales buenos modos.
Lo cortés no quita lo valiente, pero hace que los valerosos se escondan esperando mejor ocasión. ¿Cómo va a terminar este duelo al sol si los catalanes, o la mitad de ellos, olvidan el 'seny' y se apuntan al delirio soberanista? La locura no es únicamente un problema individual y ahí tenemos a Puigdemont para demostrarlo. El juez del Supremo confirma el procesamiento del expresident. Mientras Cataluña siga en guerra, la paz no será posible en ningún sitio, ni siquiera en la pobre Andalucía, donde todos vienen a llevarse algo, aunque sólo sea un trozo de sol pegado a su piel. Zanjada la polémica con Montoro sobre la malversación hace falta saber dónde ha ido el dinero malversado. Todo sería divertido si no fuera dramático, pero Rivera acusa a Rajoy de haber desaprovechado el artículo 155, que no tenía desperdicio hasta que descubrimos que los desperdiciados éramos nosotros.
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