El ‘procés’ nació en Kosovo
Historiador y analista político ·
Vivimos una época convulsa que no aventura nada bueno. Todos los indicios apuntan a ello. Todas las señales nos remiten a pasajes pasados de luctuosos recuerdos. Numerosos acontecimientos evocan lo que ocurrió hace una centuria y que tanta literatura ha generado, desde 2014 hasta el centenario de la Revolución Rusa de octubre de 2017. Sucesos, circunstancias y una concreta coyuntura han germinado en un proceso que no ha surgido por generación espontánea, sino que se ha ido desarrollando durante los últimos años. La realidad son los hechos y aunque parezcan diferentes de los que se dieron en el pasado no lo son si les quitamos la fina pátina que los recubre. Así ocurre con la efervescencia nacionalista que recorre el planeta y que tiene su última y más importante manifestación en un ‘fenómeno catalán’ que no puede comprenderse en su totalidad si no se analiza el contexto en el que se ha producido y si no se vincula con una reacción a la crisis global que sacude al mundo occidental, y que hemos definido en numerosas ocasiones como un sistema en decadencia. La crisis económica de 2008 ha provocado respuestas políticas, hasta ahora desconocidas, como el terrible despertar de la ultraderecha y de su populismo xenófobo, la aparición de una nueva izquierda, su indudable influencia en el resultado del ‘Brexit’ y, finalmente, como gasolina para los nacionalismos que, además de alimentarse de la misma, recogen lo sembrado en la desintegración yugoslava y en la aberración kosovar. Y no debemos olvidar que todo ello nos obliga a recordar que las últimas ocasiones que las élites mundiales perdieron el control de la situación (1910 y 1930) se produjeron, «casualmente», sendas guerras mundiales. Las recientes declaraciones del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, manifestando que nos encontramos en el momento más peligroso de las últimas dos décadas, ¿tienen acaso que ver con ello?
Que la crisis catalana tiene dimensión europea, si no mundial, es una realidad incontestable. La secesión de una región respecto a un Estado miembro generaría la primera quiebra (ilegítima y sin pacto) de las fronteras de la Unión desde sus orígenes. La salida automática de Cataluña de la misma definiría un proyecto claramente antieuropeo dinamitando el lema comunitario de «unidos en la diversidad», la convergencia de identidades plurales y la constante vital de integración de economías y sociedades. La independencia de Cataluña provocaría, sin duda alguna, un efecto dominó que alimentaría las tensiones territoriales en otros estados de la Unión con movimientos nacionalistas (Bretaña, Córcega y Occitania en Francia; Flandes en Bélgica; Véneto o Tirol del Sur en Italia; Baviera en Alemania; Silesia en Alemania, Polonia y República Checa; Frisia con zonas de Alemania, Dinamarca y Países Bajos; Bohemia y Moravia en República Checa; Sápmi, que incluiría territorio del norte de Finlandia, Laponia, Noruega, Rusia y Suecia; las islas Feroe en Dinamarca; o Escocia, Reino Unido; sin olvidar todos los de los países de la Europa del Este y de la desaparecida URSS). Sea cual sea el resultado, la convulsión que ha generado no se podrá parar y no solo porque todos los independentistas del planeta estén observando con extrema ansiedad el resultado de una tragicomedia que en otra época de la historia sería un fenómeno reivindicativo más, pero que en estos momentos adquiere mayor trascendencia a causa de la crisis general que padece el mundo occidental.
Y es ahora cuando tenemos que volver la vista a la también excepcional, a la par que abyecta e ignominiosa, Declaración de Independencia de Kosovo, decidida unilateralmente por el Parlamento kosovar el 17 de febrero de 2008, y con la que se creó un nuevo Estado, la República de Kosovo, amparado por EE UU y la UE, y que la Resolución 1244 del Consejo de Naciones Unidas ratificó, el 22 de julio de 2010. Esta broma de mal gusto destrozó la doctrina y los principios del derecho internacional, que fueron arrojados al ‘basurero de la historia’. Con este precedente, ¿cómo podemos hablar de derecho y de que la integridad territorial de los estados democráticos y respetuosos del Estado de Derecho no puede ser puesta en tela de juicio por una declaración unilateral, sea esta consecuencia de un referéndum o no? Lo que fue válido para Kosovo es ahora aprovechado por cualquier independentismo irredento, tal y como manifestábamos que iba a ocurrir en algunos artículos escritos en este mismo medio hace más de ‘una década (‘Cal en Kosovo y brea en Serbia’, 19/12/2007; ‘Kosovo, ni justicia ni verdad’, 25/01/2011; etc.). Cuando los dirigentes catalanes se refieren al «modelo esloveno», ¿aluden acaso también a los ‘borrados’ y a la ‘limpieza étnica’ que ejercieron contra miles de ciudadanos que de la noche a la mañana perdieron todos sus derechos? (‘Los borrados de Eslovenia no presiden la UE’, 22/01/2008). Cuando se utiliza el argumento kosovar, ¿los nacionalistas consideran las consecuencias de dicha ideología en el pasado siglo y que su ideario es un subproducto del romanticismo que engloba tanto la llamada a la tierra y a la sangre del tradicionalismo (reacción violenta contra la universalización de los valores revolucionarios de igualdad y libertad), como la elevación de la religión y de la lengua a principios definidores de una comunidad política? ¿O es que como bien sabemos el ‘deber de memoria’ es incompatible con el nacionalismo?
El soberanismo siempre ha estado presente en el continente europeo y por eso conviene tener presente que Yugoslavia no se dividió, la partieron; no murió, fue asesinada. España parece muy diferente, pero no lo es cuando se trata de sentimientos que menoscaban la razón. Conviene tenerlo presente porque aprovechando la situación catalana todas las fuerzas más reaccionarias de nuestra sociedad se han puesto en marcha.