Udaleku clandestino
Se acusa a las instituciones de inacción en el caso del udaleku de Bernedo, y es injusto. Porque la acción existe y es de altísimo ... nivel, solo que no parece pertenecer a la política sino más bien al teatro de vanguardia. Después de ver cómo en un primer momento el Gobierno vasco y las Diputaciones se pasaban la pelota de las denuncias sobre el campamento como maravillosas focas elusivas, llega la hora de ver a la consejera de Juventud asegurando que lo que no puede hacerse es mirar hacia otro lado. Nerea Melgosa anunció ayer en el Parlamento vasco las primeras medidas para controlar un poco lo que se hace con los niños en los campamentos y aseguró que la actividad del de Bernedo era «clandestina» y que eso impedía su «trazabilidad».
La posibilidad de que la invasión recurrente de un tranquilo pueblo alavés por centenares de niños y decenas de monitores -no todos ellos vestidos, al parecer- pudiese resultar secreta es fascinante. Pero es aún mejor que un Gobierno que tiene entre otras cosas competencias de seguridad parezca entender que las actividades que se ocultan por temor a la ley o para eludirla, o sea, las actividades clandestinas, son justo las que quedan fuera de su negociado. Como excusa administrativa aflora ahora una norma autonómica de 1985 que apenas obligaba a revisar las instalaciones de los campamentos, pero eso solo sirve para recordar que la nueva Ley de Juventud lleva tres años parada. Además, de haber revisado bien las instalaciones en Bernedo, habrían saltado las alarmas. Lo digo porque las duchas del udaleku no eran unas duchas normales sino unas extrañísimas que servían según se nos explica para normalizar y desexualizar cuerpos de menores.
No está de más recordar que lo importante es lo que les sucedió en un campamento de verano a algunos de esos menores. Lo de las olas reaccionarias, el fascismo y las feministas clásicas también está bien, pero es en este caso lo de menos. Recapitulando la versión oficial, lo de Bernedo era clandestino y de imposible trazabilidad. Se intuye que la consejera de Juventud escogió el término por la música. No parece probable que su Gobierno vaya a remontarse en la cadena de suministro cultural vasco hasta detectar el origen del problema.
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Nobel
Paz y política
El Nobel de la Paz se fue a Venezuela: María Corina Machado. Bastó con que se anunciase su nombre para detectarle a la Academia la finura diplomática. Si no vas a elegir a Donald Trump la semana en la que ha parado la guerra en Oriente Medio, elige a alguien que se oponga a un Gobierno al que Trump parezca a punto de declararle la guerra. Venezuela, claro. Bien pensado. «No puede parecerle tan mal», calcularían en Oslo. Ojalá pensasen también en darle un premio a algún Machado para resarcir a don Antonio. Por supuesto, en la Casa Blanca no gustó el fallo y acusaron al comité del Nobel de anteponer la política a la paz. No como Trump, que se emplea por la paz por razones humanitarias y está a punto de volverse Siddartha Gautama en este viaje suyo hacia la negación profunda de toda hostilidad. Mientras tanto, el premio para la líder de la oposición en Venezuela sitúa a la política española ante uno de sus clásicos: tenemos en el arco parlamentario un buen puñado de gente que considera que Venezuela no es una dictadura, como certifican ahora a su manera los del Nobel, sino una democracia original que celebra elecciones con todas las garantías y no muestras después las actas por las cosas de la vida.
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