La Ertzaintza no va a ser el único cuerpo policial del país que hace pública la nacionalidad de los detenidos. Por lo pronto, se apuntan ... los Mossos. Lo anunció ayer Josep Lluis Trapero, al que recordarán del 'procés', cuando la Policía autonómica catalana se convirtió en una referencia nórdica por arte de magia -el sueño de Otegi- y su rostro llegó a imprimirse en camisetas. Ahora Trapero sirve con un Govern socialista y va a entrar en detalles estadísticos respecto a la procedencia de los detenidos. En enero llegará el primer informe pormenorizado. Y no pasará gran cosa porque el mejor modo de que algo no llame la atención es, como se sabe, publicarlo. Aunque puede que sí pase algo y el vicelehendakari Torres esté ahora mismo telefoneando enfadadísimo a Salvador Illa para decirle que no le gusta nada «esa deriva» que puede «dar alas a la derecha y a la extrema derecha con mensajes que son peligrosos». Las comillas llegan hasta aquí directas desde una entrevista que Mikel Torres le concedió hace un mes a este periódico. De un modo llamativo, todas ellas hacen referencia al Gobierno vasco que el mismo Torres vicepreside.
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La semana pasada fue el ministro de Interior quien aseguró que lo de la nacionalidad no tiene importancia. Lo hizo, concretamente, a su manera vanguardista: «Desde la evidencia científica y lo que me dicen mis asesores no entiendo que la nacionalidad, el DNI, el pasaporte o el lugar de nacimiento sea un elemento necesario o preciso para poder trabajar en la prevención del delito». Fue terminar el ministro la frase y tener yo ganas de acogerme a ella cuando un uniformado me exija la documentación. «¡Pues su jefe, la ciencia y los asesores dicen que no es un elemento necesario o preciso!» Como no es del todo inhabitual entre nosotros, la ciencia cambiará ahora de opinión si lo necesita el PSC. Y es probable que acierte porque alguna relevancia tendrá la información que desde siempre se consigna y aún no se sabe con qué autoridad paternalista se le venía ocultando esta información al ciudadano. Que en Cataluña la extrema derecha ya esté en la estratosfera, y subiendo, hace pensar que lo que realmente da alas al extremismo en boga es esconder los datos y escurrir el bulto, o viceversa.
Ucrania
Ver para creer
Han pasado casi diez meses desde aquel encuentro entre Zelenski y Donald Trump en el Despacho Oval. La escena es, sin embargo, inolvidable. Por lo que tuvo de abuso matonesco y de perspectiva aterradora. Que la invasión rusa de Ucrania es para Trump otra de esas cosas que pasan quedó entonces confirmado. Al mismo tiempo, lo que quedó claro para Europa y para el propio Zelenski es que la coba más impúdica y el toreo técnico más disimulado (capotazo por aquí, capotazo por allá) constituyen el único modo de manejarse con el inquilino de la Casa Blanca. De ese modo, la propuesta de paz con sello ruso presentada por Trump ha sido acogida por Zelenski y sus socios europeos como un interesantísimo punto de partida a partir del que sin embargo hay mucho que trabajar. Y venga capotazos. Ahora es Rusia quien rechaza las aportaciones europeas al plan, lo que lo complica todo, pero al tiempo aleja la amenaza del ultimátum impuesto por la Casa Blanca. «No lo crean hasta que lo vean, pero algo bueno podría estar sucediendo», ha tuiteado Trump, incapaz de entender que su espectáculo funciona la mayoría de las veces precisamente al revés: es lo que vemos lo que nos resulta imposible de creer.
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