Navidad
A medida que envejecemos, la Nochebuena se va cargando de espectros y sombras
Mi hija (que no es millenial, sino generación Z, o sea, más joven que los millenials de los que se habla tanto) dice que las ... Navidades tienen una maldición por haber cristianizado los viejos festivales de invierno (en lo referente al sentido del humor, creo que la generación Z y los millenials no se diferencian mucho). Total, que los viejos dioses siguen ahí debajo, vencidos, pero no acabados como en una novela de Neil Gaiman y vengándose con mala leche y astucia. Son ellos los que invitan a los fantasmas a la mesa de Nochebuena (fantasmas del pasado, del presente y hasta del futuro), los que incitan al exceso que alimenta la resaca, los que calientan las discusiones familiares para llevarlas al fuego de la discordia. Están resentidos estos viejos dioses, a pesar de que en los cómics y en la novela fantástica tienen una nueva vida, y, como venganza, se dedican a organizar las cenas de empresa que no salen del todo bien y las reuniones de viejos amigos que terminan como el rosario de la aurora. Son ellos, también, los que hacen girar el bombo de la lotería para hipnotizarnos con el hechizo de la suerte, ese espectáculo de fuegos de artificio que produce una locura temporal semejante a una inundación brillante y seductora: cuando se retiran las aguas, resulta que esa fuerza portentosa que iba a arreglarlo todo ha sido una marea y un chispazo, un poco más de lo de siempre: fantasía, ilusión y negocio seguro para la casa.
A medida que envejecemos (es algo que nos pasa a los individuos y a la población) la Nochebuena se va cargando de espectros, sombras y enviados de los dioses más fastidiosos. Creo que cuanto menos nos dejemos llevar por los cantos de sirena (esos seres mitológicos) y los deseos inútiles, mejor llevaremos la luz del día de después, que es el día de Navidad, cuando vuelve a nacer el mundo. Ahora que la generación Z ha entrado en la adolescencia y sus estribaciones, el ambiente navideño en mi casa es más bien pobre. La Navidad sin infancia pierde mucho. Ángel de la Fuente (dicen que es la persona que más sabe del sistema español de pensiones) acaba de publicar un estudio (lo publicó el lunes Fedea, Fundación de Estudios de Economía Aplicada) en el que estudia la demografía, la evolución del empleo, la productividad y los salarios. El envejecimiento poblacional no le va nada bien al sistema de pensiones, pero peor le sienta la moderación salarial, que a su vez depende no solo de la reforma de Rajoy, sino de la productividad, que a su vez depende de los sectores donde se concentra el empleo.
Vamos, que si los Reyes, Olentzero y San Nicolás no nos traen buenas inversiones en Investigación y Desarrollo (y buenas políticas de conciliación), la gente seguirá teniendo salarios bajos, la población seguirá encogiendo y la Navidad también. Por no hablar de las pensiones. Poco turrón se puede comprar con muchas de ellas.
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