Juventud bajo amenaza de ETA
Estos días de encierro, quizás sea bueno recordar que muchas personas padecieron esto durante años por defender sus ideas
sara hidalgo garcía de orellán
Historiadora
Lunes, 4 de mayo 2020, 00:19
En estos días en que el coronavirus nos obliga a estar en casa, en que nos gustaría estar con nuestros familiares o amigos y visitarles, ... y, en definitiva, que nos gustaría gozar de la libertad de movimientos que hemos tenido siempre, me he acordado de todas aquellas personas que vivieron esta situación durante años por dedicarse a la política no nacionalista en Euskadi. Y entre todos ellos me he acordado de los y las jóvenes del PSE-EE y del PP, que sacrificaron su juventud, la libertad de esa etapa vital, por representar las siglas con las que se habían comprometido.
La violencia de persecución en Euskadi se desató con intensidad a mediados de los años noventa. En 1995, Herri Batasuna publicó el corpus ideológico de esta estrategia en su ponencia Oldartzen. Comenzaba lo que se conoció como el tiempo de la 'socialización del sufrimiento', cuando el número de personas amenazadas por ETA aumentó exponencialmente y, para la política no nacionalista, supuso que toda su militancia quedó bajo el punto de mira etarra.
El desgaste psicológico de vivir con la espada de Damocles que representaba ETA fue elevado. Este desgaste, además, venía acrecentado por el hecho de que se seguía matando, y aunque cuantitativamente el número de asesinados fue menor que en los años ochenta, el número de posibles objetivos aumentó. El secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, un joven concejal del Partido Popular que se dedicaba a la política en su tiempo libre, supuso un auténtico aldabonazo para la sociedad vasca en general, pero también fue un baño de realidad para muchos jóvenes que se habían acercado a la política no nacionalista. «Ahora todos podemos ser objetivo», fue una de las ideas más repetidas por muchos jóvenes concejales de pueblos vascos, gente anónima, que no pertenencia a la primera línea política, pero a la que ETA había decidido poner en su primera línea de fuego.
En esa época en Euskadi la juventud se hallaba movilizada. Jóvenes nacidos a finales de los setenta y ochenta, que, a finales de los noventa, en la veintena o primera treintena, decidieron dar un paso al frente. Ir en la lista electoral era la 'puesta de largo', el inicio del señalamiento público. Una vez que se tomaba esa decisión no había vuelta atrás. Si se resultaba elegido (y no era del todo improbable, teniendo en cuenta que en estos años tanto el PSE-EE como el PP obtuvieron buenos resultados electorales), el cargo venía con un añadido, la escolta. Fue quizás este elemento uno de los más recordados por estas personas. Pasar la veintena con una o dos personas detrás tuvo un elevado coste personal para muchos de ellos. Acciones tan cotidianas como salir por la noche con los amigos (salir a las 'zonas viejas' mucho más), intentar ligar (¿quién iba a querer volver a casa en el coche de un o una amenazada por ETA y con dos escoltas?), y cosas tan ordinarias como ir al cine, tomar una caña un domingo a la mañana en una terraza, o pasear al perro al atardecer, se hacían imposibles. No digamos acudir a las fiestas patronales que todos los años se celebran en los municipios vascos y que, en aquellos momentos, estaban en su mayoría hegemonizadas por el nacionalismo vasco radical. Y es que estar escoltados suponía que toda tu vida tenía que estar planificada y que no había lugar para la improvisación.
Pero, además de la escolta, estos jóvenes tuvieron que hacer frente a una serie de situaciones complicadas y para las que no siempre tenían la madurez psicológica y emocional necesaria. Me refiero a situaciones como ir al pleno con una moción de condena por un asesinato de ETA, que podía ser un amigo o compañero de partido, y recibir insultos o, en el mejor de los casos, indiferencia, o ir por las calles del pueblo donde uno vivía y ver pintadas dianas con su nombre dentro, o el 'ETA mátalos', y el o la amenazada saber que el 'mátalos' se refería a él o ella.
Estas tesituras sociales, no obstante, no fueron obstáculo para que muchos jóvenes vascos dieran un paso al frente. Jóvenes que sacrificaron su libertad de movimientos, su ocio, su sociabilidad, amistades incluso, y que vieron cómo su juventud quedaba marcada de una manera irremediable, pasando, de la noche a la mañana, de la primera juventud a la adultez.
En estos días de encierro, quizás sea bueno echar la vista atrás y extraer conclusiones de la historia, y recordar que muchas personas padecieron esto durante años, simplemente por defender sus ideas y las de los miles de ciudadanos que les votaron. Jóvenes cuya juventud quedó marcada, pero que también dejaron su huella en la política vasca.
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