A garrotazos
La crisis solo se superaría, y parcialmente, con un acuerdo que piense en el interés general. Nada indica que pueda ser alcanzado
Si buscamos un emblema de la actual situación política española, este sería la pelea representada por Goya en una de las pinturas negras de la ... Quinta del Sordo. Dos hombres, semihundidos en la tierra, luchan con sendas garrotas a fin de acabar cada uno con el otro. Imaginemos que en vez de barro se encuentren sobre arenas movedizas, las cuales acabarán tragando a ambos. Su actitud no cambiaría. Seguirían empeñados en la mutua destrucción.
Las arenas movedizas son hoy demasiado reales. Una vez dominada hasta cierto punto la pandemia, tenemos ante nosotros una pavorosa crisis económica. Existe una opinión generalizada de que ese hundimiento solo podría ser superado, y parcialmente, mediante un acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y sindicales, pensando en el interés general. Nada indica que ese objetivo pueda ser alcanzado.
Por un momento, para luego olvidarla, con voz pequeña y escasa sinceridad, Pedro Sánchez se hizo eco de tal opinión: solo mediante un acuerdo transversal en políticas económicas podía esperarse que la reconstrucción fuese un éxito. Pero admite en la comisión a Iglesias, que es tanto como designar a la zorra para cuidar las gallinas. Protección social y reactivación económica serían las claves, que mal pueden ser atendidas desde el unilateralismo preconizado por Iglesias, con sueño de nacionalizaciones y sin relanzamiento empresarial. Los cierres en cascada de empresas ya están en el orden del día, y tanto Gobierno como PP parecen ignorar que eso es un problema de todos.
El desencuentro, por parte del Gobierno, tuvo su origen en la pretensión de que la política antivirus había sido un pleno acierto hasta el 8-M, justo cuando el país se encaminaba a batir récords de contagios y muertes. Una actuación tardía que tuvo asimismo lugar en Italia y en Francia, con análogos efectos. El informe publicado por 'The New York Times' viene a probar que de imponerse una semana antes el confinamiento, los muertos se habrían reducido en un 55%, y con dos semanas, desde el 1 de marzo, en un 83%. La negligencia culpable existió. Y no había que esperar a informes de la Guardia Civil para estar seguro de que concentraciones masivas, y no solo feministas, más la ausencia de control en las fronteras garantizaban la difusión exponencial del virus.
Fueron además desechados los métodos de test y seguimientos implantados en Corea del Sur y Taiwán. La diferencia con Francia e Italia residió en que allí los errores y las responsabilidades fueron reconocidos, y la información, transparente. Macron nombró un consejo de catorce expertos reconocidos, que actuó de forma autónoma y pudo oponerse a las medidas del Gobierno. En Italia fue habitual el debate en televisión entre el principal responsable y otros especialistas. Aquí se asumió desde el principio que la infalibilidad de Fernando Simón garantizaba la del Gobierno. Los informes beatíficos antes del 8-M en TVE han sido borrados de la Red, evitando así que los ciudadanos, no ya los jueces, percibieran la realidad. El encubrimiento de lo ocurrido, por ejemplo con la tragedia de los sanitarios, fue la regla.
Y del absurdo al absurdo. Primero la Guardia Civil es llamada para eliminar la disidencia («los bulos») y más tarde su cúpula resulta diezmada cuando por mandato judicial elabora un informe crítico de la gestión gubernamental. A su lado, la jueza es descalificada por los medios afines al Ejecutivo. Ante la crisis, el Gobierno optó por cerrar filas e imponer la primacía absoluta del poder ejecutivo sobre el judicial, siguiendo el patrón del rey absolutista Jacobo I al ver en sus jueces a «leones bajo el trono». Una vía autoritaria.
Todo acompañado por una agresividad creciente desde los extremos, sin que ni Sánchez ni Casado les frenen. Pablo Iglesias avanza golpe a golpe en su protagonismo de fuerza populista que se sirve de las instituciones para exarcerbar los enfrentamientos e imponer políticas anticapitalistas. Algo distinto de priorizar la defensa de los más débiles en el proyecto de reconstrucción. Y Vox avanza también, jaleado por otros exaltados en el PP. El ataque de Álvarez de Toledo al padre de Iglesias y la acusación de éste a Vox, deseoso al parecer de un golpe de Estado, merecen ingresar en la historia de la infamia política. Anuncio de los garrotazos, lo último que necesitamos en la situación actual.
Las responsabilidades de Sánchez son muy altas,mientras por su parte Casado convirtió desde el principio la pandemia en ocasión para deponerle. Describió un apocalipsis creado por Sánchez, sin la más mínima dimensión constructiva. Más valdría imitar con mayor dureza a Ciudadanos, practicando una crítica realista que atrajera a tantos descontentos. Acepta el abrazo del oso de Vox. Así nos llevan unos y otros, camino del desastre.
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