Firmeza sin peros ni disculpas
La violencia contra la mujer existe y es preciso posicionarse ante ello sin mensajes confusos ni comparaciones. Negarlo es propio de mentes obtusas y retrógradas
En 1999, la Organización de Naciones Unidas (ONU) declaró el 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. ... Han transcurrido dos décadas y todo sigue igual, o quizás peor. Cualquier persona interesada solo tiene que echar un vistazo a noticias, leyes, condenas, estadísticas y demás que se publican a diario para saber que esa violencia goza, desgraciadamente, de buena salud, y no son exageraciones. En lo que va de año, solo en España han sido asesinadas 51 mujeres, más de mil desde que empezaron a contabilizarse las cifras en 2003, y el número va en aumento. En el cómputo no están las maltratadas física y psíquicamente, las amenazadas o las violadas. Según el Ministerio del Interior, serían unas 600.000 las mujeres que han sufrido algún tipo de maltrato, y de las casi 200.000 denuncias presentadas solo el 0,006 % eran falsas, por mucho que algunos voceros insistan en que ese tipo de denuncias son habituales.
Toda mi vida he estado rodeada de hombres y jamás he sentido ningún tipo de discriminación por el hecho de ser mujer, muy al contrario. Mi padre me alentó a estudiar y a viajar, mi compañero está siempre a mi lado, mis hijos me apoyan, mis editores y amigos también. Las mujeres de mi vida, mi madre y mi abuela, nunca me levantaron la mano ni me hicieron sentir mal; me enseñaron a defenderme, a ser libre, y la relación con mi hija y nieta es de cariño y entendimiento. Así pues, no puedo hablar de violencia contra la mujer en primera persona. Pero ya tengo una edad y es mucho lo que he visto, oído y leído como para no tener una idea muy clara de la situación por la que atraviesan infinidad de mujeres que no han tenido mi suerte.
Intento entender por qué razón alguien maltrata a una mujer o a una niña, abusa de ellas, las veja o las mata. Tampoco entiendo por qué últimamente escuchamos declaraciones esperpénticas que igualan la violencia contra las mujeres a la que sufren los hombres. Cierto que existen hombres asesinados o maltratados por sus parejas, criaturas inmoladas por sus madres, hijas e hijos que soportan vejaciones maternas. La crueldad no tiene sexo, pero la violencia ejercida contra la mujer en general es muy superior e ininterrumpida. Las estadísticas están ahí, al alcance de cualquiera que desee obtener una información veraz; no hay día en que no aparezcan noticias en prensa y televisión de hechos luctuosos en los que mujeres son violadas o mueren a manos de hombres perturbados, pues no pueden ser otra cosa; sabemos que existe un comercio y un turismo sexual que mueve millones; los abusos en manada o de forma individual están a la orden del día en fiestas, calles y hogares, sin contar las que tienen lugar en todas las guerras e, incluso, en los campos de refugiados.
Creíamos que empezaban a desaparecer siglos de misoginia durante los cuales se dijo y se creyó que la mujer era un hombre imperfecto, mal hecho; que el hombre, y solo el hombre, había sido creado a imagen de Dios, y que la culpa de todos los males de la humanidad radicaba en el pecado original inducido por Eva, la primera mujer. Pasan los años, el mundo avanza a trancas y barrancas, cambian las normas sociales, las modas, las formas de vida, las jornadas laborales; existen la Seguridad Social, los servicios de asistencia médica y la educación gratuita, al menos en Occidente, por mentar algunas de las ventajas de las cuales no disfrutaban los hombres y mujeres de épocas pasadas. Sin embargo, hay algo que no ha cambiado: eso que ahora llaman violencia doméstica o de género, o intrafamiliar, como para quitarle hierro, y que es, de hecho, una continuidad de lo mismo: la prepotencia del macho sobre la hembra, el derecho patriarcal de vida y muerte sobre la mujer, la obsesión sexual, la fuerza bruta.
Todos los días y en todas partes del mundo infinidad de personas de todas las edades son maltratadas, insultadas, humilladas, violadas o asesinadas. Tienen en común que son mujeres y están indefensas ante sus agresores. Nos llevamos las manos a la cabeza cada vez que tiene lugar uno de estos hechos deplorables, pero no cuestionamos nuestro modelo de sociedad, una sociedad preocupada por el bienestar, las prendas de marca, el falso glamour, el éxito y la forma más rápida de hacer dinero; más interesada en la gente 'guapa' que en la que tiene algo interesante que decir; mediatizada por una televisión repleta de violencia y sexo a todas horas, canciones como esa que dice: «La amaba, pero tuve que matarla», y por una publicidad repleta de tipos macizos y bellas mujeres. La realidad es muy diferente; es la del ama de casa, trabajadora, educadora, transmisora de valores, guardiana de la tradición, madre gallina, baluarte protector del hogar y... chacha para todo, interina gratuita a tiempo completo, paño de lágrimas, cocinera, fregona, lavandera, barrendera, maestra, enfermera, cuidadora de ancianos, abuela-canguro, sin vacaciones, puentes ni fiestas, sin jubilación y, sobre todo, sin reconocimiento. También es la de una niña abusada en su propio hogar, la de una joven que permite que su pareja le pegue y la controle, la de una esposa mortificada, la de una empleada acosada en el trabajo, la de una anciana agraviada por sus hijos.
Se diga lo que se diga, la violencia contra la mujer existe y es preciso posicionarse ante ella con firmeza, sin peros, sin disculpas, sin mensajes confusos, sin comparaciones. Negarlo es propio de mentes obtusas y retrogradas, de gentes que todavía creen que existieron las brujas.
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