El espejismo
En el curso de esta tragedia, los españoles hemos aprendido una cosa: Pedro Sánchez no es Ángela Merkel. Por falta tal vez de preparación, y ... sobre todo de voluntad del presidente, nunca hemos recibido una lección como la impartida por la líder alemana, precisando cuál era el estado puntual de la pandemia, cuáles eran las expectativas y los riesgos derivados de la 'ratio' de contagios, entonces allí ligeramente superior a la unidad, sobre las cuales debían fundamentarse los comportamientos de Gobierno y ciudadanos. Hemos disfrutado en cambio de una excelente política de imagen, pronósticos basados en buenos deseos, zigzag informativo sobre número de víctimas, material sanitario y máscaras, y estupendos eslóganes de marketing, culminados en el mortinato de la 'nueva normalidad'.
Las palabras cumplieron su función, y pobre de quien quebrantara el conformismo, a pesar de que España se encontró a la cabeza del ranking mundial por habitante en contagios y muertes, e incluso en la pésima elaboración de estadísticas. Frente a «los expertos» de los medios oficiales, el discrepante sentaba plaza de antigubernamental. Y de antifeminista si mencionaba el 8-M como factor desencadenante. Ahora podemos constatar la ampliación del riesgo en toda reunión colectiva, pero al parecer las de aquel día fueron inocuas, tal y como aseguró Simón el día antes, en una declaración luego cuidadosamente borrada.
El confinamiento surtió efectos muy positivos frente a la pandemia, pero al finalizar el estado de alarma, el Gobierno y los gobiernos, ocupados ante todo de proclamar su acierto ante la opinión pública, presentaron la desescalada como inicio de un nuevo tiempo feliz, alejado de la tragedia. No se tomaron las precauciones necesarias. El virus se mostró insensible a tan brillante propaganda, y rechazó secundar la 'nueva normalidad', donde los rastreos se convertirían en algo secundario, y tanto el Gobierno de Madrid como las autoridades de las autonomías podrían contemplar satisfechos la alegría general. Solo que un simple paseo por las calles o la noticia de fiestas, reuniones y celebraciones eran indicadores que invitaban a una rectificación urgente, en el sentido de controlar unos comportamientos cuyas consecuencias resultaron inevitables.
Así ha tenido que venir la dura realidad a sacarnos de un limbo de «analfabetismo del riesgo» culpable de la «segunda oleada», etiqueta imprecisa que carga sobre el virus lo que es irresponsabilidad humana. De hecho hemos registrado un brutal retroceso, consecuencia del incumplimiento de las precauciones necesarias de las que habló Merkel. Y del indebido apresuramiento en una desescalada que repitió el cuento de la gallina de los huevos de oro.
Cuando retirabas dinero del banco, recibías un mensaje de «apoya el turismo», ignorando el coste de un regreso del virus. Y del consiguiente fin abrupto de ese turismo. Al producirse lo inevitable, nuevos retrasos e insuficiencia en las respuestas sanitarias. Ahí estamos. Italia encontró la salida. Nosotros, no.
Esa singularidad, a diferencia de lo sucedido en Francia e Italia, solo puede entenderse como eco del falso progresismo sobre el tema exhibido por Sánchez, en la estela de Iglesias, consistente en sustituir la elección racional por la seguridad conferida a los propios juicios y decisiones. El aval es la ideología de quien las adopta. Soy progresista, luego siempre acierto, aunque las cosas salgan mal; quien se oponga es un reaccionario. Tal visión dualista de la realidad no solo concierne a la política frente a la pandemia, donde Sánchez, su ministro y Simón resuelven todo en un concertante, sin admitir alternativa o rectificación alguna.
El fracaso sufrido desde marzo no cuenta para Sánchez: solo su acierto personal. Así el fondo negro de la pandemia no impide su apoteosis al regresar de Bruselas, en La Moncloa y en el Congreso. Innecesarios datos ni matices. El 'progresismo' pinta en blanco y negro, favorecido por la absoluta nulidad de sus antagonistas, Casado y Ayuso.
La amputación resultante del pensamiento va más allá. Es ya habitual la sucesión de exabruptos cuando habla el vicepresidente, tales como las denuncias de conspiraciones y cloacas, o su elogio a Merkel porque ha dejado de ser neoliberal. Siempre en forma de falsas evidencias. Ahora toca ser cazador de reyes. Y es que tal progresismo no es de izquierda, sino izquierdista. Construye su propia realidad.
Ejemplo, la miopía de su vertiente feminista que ignora todo cuanto no encaja en un maniqueísmo de género: persecución de la mujer por el integrismo islámico (Irán, Estado Islámico) o sevicias monstruosas chinas contra mujeres uigures. Irene Montero calla. Mientras, a favor del cuidadoso olvido del asunto Morodo, otro progresista, Zapatero, respalda al dictador Maduro. Pero el marketing funciona, según el CIS, en tanto que el virus avanza.
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