Abre la muralla
A Trump le encantaría un muro inexpugnable con su nombre, como el de Adriano
A finales de los 90, trabajé como guionista para la productora de Valerio Lazarov, el incombustible y adusto rumano que se hizo famoso en la ... TVE de los 60 como realizador por sus movimientos de cámara parkinsonianos. Participé en la cursi serie 'Tío Willy', protagonizada por Andrés Pajares; me echaron pronto. Lazarov mantenía las apariencias de su poder, que había sido considerable y ya estaba venido a menos, pagando el caro alquiler de la mayor parte de una planta en la impresionante Torre Picasso, creo que era en el piso 43 (tiene 45). En la interminable reunión de los guionistas con Pajares, en presencia de Lazarov, mientras el actor soltaba delirantes monólogos sobre cómo veía a su personaje, la torre crujía y decían que oscilaba (como lo hacen todas las de tantos pisos, parece ser).
En pleno siglo XXI, de revolución tecnológica y oscuridad política, dos elementos de aire medieval, las torres y las murallas, siguen vigentes y se les da importancia. Lazarov tenía que conformarse con una planta, pero tener en propiedad una alta y estilizada torre de cristal y acero es símbolo de poder y riqueza. Así lo muestran las empresas importantes y los grandes bancos. Entré con vergüenza al vestíbulo de la dorada Torre Trump, en la Quinta Avenida, que es tan hortera y opulenta como su dueño. Al-Qaeda entendió que atentar contra las torres gemelas era, más allá de la magnitud y la mortandad del ataque, el derribo de un símbolo.
Muros y murallas unen lo simbólico a lo utilitario: el ejercicio del poder de exclusión, o de retener dentro en el caso de los muros de una cárcel. Adriano mandó levantar la muralla que llevó su nombre en Escocia para evitar que los belicosos pictos entraran en Britania y la saquearan. La Gran Muralla China se erigió para frenar a los nómadas del norte. Ahora, ya están construidos varios tramos de una desaforada muralla para separar Estados Unidos de México y Latinoamérica. Su finalidad es evitar que los pobres entren, no a saquear, sino a trabajar irregularmente por salarios de explotación. Así no hará falta practicar tanta deportación ignominiosa. En el dudoso caso de que Trump sepa quién fue Adriano, seguro que le encantaría tener también a él un muro inexpugnable que lleve su nombre.
Quilapayún, aquel grupo musical chileno de ingenuidad comunista, al que vi y coreé en la época esperanzada de la Transición, cantaba a una muralla levantada con todas las manos, las de blancos y negros, que iba desde el monte hasta la playa, cuyas puertas se cerraban ante el sable del coronel y se abrían al corazón del amigo. Las cosas son un poco diferentes.
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