Perder
Ahora los políticos no son los verdaderos líderes. Los ponen y los quitan cuando quieren
Puede que no sea asunto mío, pero si lo fuera diría que, cuando Feijóo declara que está orgulloso de no ser presidente, se muestra penosamente ... inconsciente de lo mal que suena eso. Y si me lo permiten añadiría que, cuando acto seguido alardea relajadamente de lo mucho que se ha divertido durante su proceso de investidura fallida, no le hace gracia a absolutamente nadie y parece no darse cuenta de ello. Si hubiera alguien leal a su lado, debería avisarle. Supongo que hay gente muy importante que tiene que estar muy, muy enfadada por el fracaso del sustituto de Casado. No lo supongo, lo sé. Si a mí me suena mal que se jacte de haberse divertido, no me quiero ni imaginar lo mal que les sonará a esos señores tan poco frívolos.
Que la política ya no es lo que era, vale: eso lo entendemos todos. El tiempo pasa. Nada es lo que era. Yo escuchaba a Bob Dylan en casete. Pero los políticos de ahora parecen actores de serie de televisión que recitan un texto memorizado, compuesto por un equipo de guionistas supuestamente geniales, pero quizá no tanto. Y aquí quería yo llegar, Lucho, viejo amigo. ¿Te acuerdas de cuando la palabra democracia aún emitía fulgores que embriagaban?, le pregunto. Y me dice: Cuando yo era chaval, en mi barrio había un negro muy elegante, llevaba sombrero. Era una especie de personaje, todo el mundo lo conocía, estaba casado con una señora pelirroja y conducía un Seat 1430 de color amarillo. Y tiene razón. Me acuerdo de aquellos coches. Y de que no había negros en las calles. Lucho, en el fondo, siempre tiene razón. Porque no miente.
Yo entiendo que cuando llegamos a una edad tendemos a compararlo todo con los estándares del pasado. Como si aquello fuera el paraíso. Y no lo fue. Teníamos más fe y más esperanza, creíamos en cosas, dice el Lucho nostálgico. Y supongo que también eso parece innegable. Cómo no íbamos a creer si no teníamos nada. Pero a lo que yo iba es al hecho de que ahora los políticos no son los verdaderos líderes. Dicen (y especialmente omiten) lo que les dicen que digan (y omitan). Los ponen y los quitan cuando quieren. Puede que ese orgullo que dice sentir Feijóo se base en el convencimiento de que todavía no hay nadie postulándose en la sombra. O puede que aún sueñe con nuevas elecciones en enero. Cuando le adularon para que aceptara el papelón de apartar a Casado, tuvieron que persuadirle de que ganaría. Si hubiera sospechado que había alguna posibilidad de perder no lo habría aceptado, creo yo. Su figura ya tiene algo de personaje shakespiriano: vapuleado por el destino. El ganador que finalmente se alegra de perder.
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