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Pienso en esa fascinante novela de no ficción que es 'A sangre fría', escrita por Truman Capote. En un pueblo perdido de Kansas, EE UU, ... en noviembre de 1959, los cuatro miembros de la familia Clutter fueron asesinados sin que se encontraran motivos o claves para identificar a los asesinos. Cinco años después dos jóvenes fueron acusados y encontrados culpables, por lo que resultaron ahorcados en la penitenciaría de Kansas. Capote muestra en su relato, tras una minuciosa investigación, la visión de la doble vida norteamericana.
Con la llegada de Trump, vimos que la vida acostumbra a ir en serio y nos dimos de bruces con una realidad que la globalidad no podía ignorar. Hemos entrado en esas fases que los expertos en duelos dicen que es necesario pasar; negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Nos quedamos perplejos cuando los estadounidenses lo hicieron presidente y nos preguntamos en qué demonios pensaban cuando lo votaron. Luego vinieron la ira y la indignación, que en forma de ríos de tinta discurrieron por el planeta, para posteriormente pasar a la negociación. Con papel de fumar se la cogían los mandatarios europeos cuando mandaron a Giorgia Meloni a partir peras con Trump. Nos deprimimos al ver al presidente vestido de azul marino, pasándose por el arco del triunfo la rigurosa etiqueta vaticana, y a esta colocándolo en primera fila. Y ahora viene la aceptación, que es cuando la humillada Ucrania firma y celebra el pacto que incluye una cesión de esos minerales de tierras raras que tanto codiciaba Trump. La aceptación suele ser larga, pero al menos nos evita parte del sufrimiento que experimentaremos con los sapos que vamos a tragar.
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