Nadie se atreve a encarar ese misterioso giro del camino en el que jóvenes y mayores se encuentran prestándose apoyo, o mirándose de reojo según ... el caso, porque la desigualdad empieza a ser evidente. Los 'boomers', la generación X, la Z… y los demás vivimos en el mismo lugar, pero habitamos distintos países, con diferente lenguaje, algoritmos y sueldos.
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A esta desigualdad estructural, los que ponen nombre al devenir de la vida la han bautizado como lucha generacional, en mi opinión un nombre muy poco acertado emocionalmente, pero propicio para ser lanzado a las interminables batallas electorales. Los mayores concentran más patrimonio y los jóvenes, más precariedad, y esta rotunda e indiscutible aseveración es peligrosa y sirve para que al problema de la vivienda se le estén buscando afrentas entre los que están obligados a sostener un sistema de pensiones 'injusto'.
Todas las generaciones pierden batallas, las derrotas casi siempre están encabezadas por caudillos, ideologías o libertadores. Si nuestros hijos deben destinar el 90% de su sueldo en emanciparse, algo no funciona. La falta de vivienda va a dejarles una cicatriz profunda que será su particular batalla generacional. Tres de cada cuatro jóvenes con empleo siguen atrapados en casa de sus padres. Los 'boomers', esos que hacemos las fotos en horizontal, somos tendencia, porque el país tiene demasiados jubilados, poca natalidad y una asimetría que no tiene ya remedio. No estoy preparada para un análisis sesudo de lo que tenemos entre manos, pero lo que no falla es ese olor venenoso que se filtra en los discursos de quienes nunca quieren sacar al elefante de la habitación.
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