Creo yo
Tengo un amigo hipocondriaco. Todos tenemos uno, supongo. Al cabo de los años, ya resulta hasta gracioso. Siempre tiene algo. Ahora es la rodilla. Hace ... quince días era un herpes. El mes pasado fue el estómago. El anterior algo en la muñeca. O en el oído. O en la piel. Pero lo que quería decir es que, con cada nueva cosa, se olvida de la anterior. Como si necesitara tener siempre algo por lo que preocuparse mucho. Pero, a la vez, como si también necesitara cambiar de asunto constantemente. Como si se aburriera.
Con la actualidad diseñada por los medios pasa algo parecido. Unos temas solapan a otros. Uno de los temas que se solapan es la inmensa cantidad de mugre que rodea los asuntos del emérito y la vergüenza nacional que acarrea dicha omisión. Y otro es el tema de la pederastia en la Iglesia española. ¿Preferimos no mirar? Vale, pero no es buena estrategia. Luego, es peor. La Iglesia francesa ha decidido abrir por fin los ojos, mirar de frente y reconocer sin ambages la responsabilidad institucional que le corresponde por los abusos sexuales sistémicos a 330.000 menores. De modo que han asumido indemnizar a las víctimas. Aunque tengan que desprenderse de parte de su patrimonio.
¿Qué pasa en España? ¿Tú qué crees que pasa? Lo contrario, claro. Y no es solo Francia. Son ya muchos países los que han abierto los ojos y afrontado sin miedo este serio asunto. Sin embargo, en España, todo es opacidad. En vez de iluminar y aclarar, aquí preferimos negar y callar. O responder con evasivas. O intentar minimizar la cuestión. O decir que aquello pasó hace mucho y ha prescrito. Cuando no es cierto. Porque esa es una cosa que nunca prescribe, creo yo.
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