Brecha digital
Mayores aislados estarían menos aterrados con una pantalla para ver a su familia
Hace unos años estuve involucrada en un proyecto que contemplaba la brecha digital a la que iban a estar sometidos los que habían nacido antes ... de que la tecnología comandara la vida. El proyecto no salió adelante. A la Administración y a las empresas de telefonía no les pareció algo urgente; suponía invertir en un sector de población que, en teoría, no iba a ser consumista. Mis contemporáneos, y sus padres andaban en esos momentos mendigando a hijos, sobrinos y jóvenes generosos unas pautas para relacionarse con el teléfono móvil, o con la tablet que los hijos les regalaban en Navidad para jugar a Apalabrados o hacer solitarios. En algunos ayuntamientos, los mayores tenían la posibilidad de quitar el miedo a los ordenadores, mostrándoles lo fácil que era entrar a la página del Imserso, o en la de la caja de ahorros; unas nociones de andar por casa que quedaban escasas en cuanto salían por la puerta.
La digitalidad se impuso y las generaciones analógicas, un poco a tientas, abrumadas por la velocidad vertiginosa a la que se volvían analfabetos, sufrían, se refugiaban y se resignaban, sin entender las bases de un mundo en el que la virtualidad les parecía un asunto de cuarto milenio. Algunos llegaron al Whatsapp tras la jubilación y se dedicaron a bombardear a sus contactos con cientos de mensajes.
Estos días, tener un balcón, un trozo de jardín o una ventana que dé a un patio de vecinos te conforta, aunque no canten ópera ni toquen la guitarra. Termino la jornada, medio zumbada por los miles de mensajes, el trabajo frente a la pantalla del ordenador, la clase virtual de pilates, y las indicaciones que durante horas he tenido que dar a la tía Adela para que descubra que no está sola, y que puede ver a sus sobrinos encerrados en Barcelona, Milán o Buenos Aires. Me duele la cabeza, y no sé si es por el virus o por esta tristeza larvada que siento al pensar en esos mayores aislados que se sentirían menos aterrados si tuvieran una pantalla donde ver a su familia.
Con lo que nos ha mangado nuestro dicharachero Juan Carlos de Borbón habríamos podido montar una empresa de formadores digitales espectacular. Lo de la cacerolada está bien en estos días. No sirve para nada, pero cataliza la perplejidad en la que estamos envueltos. Como siempre, es la ley la que le ha permitido la opacidad fiscal. Los políticos que han gobernado desde 1977 han considerado que no podemos mirar bajo las alfombras de la realeza, que son pájaros libres. La generación que está doblemente encerrada estos días solía decir que los asuntos de faldas casi siempre terminan mal. A ver si es verdad. Necesitamos que se destapen y penalicen las vergüenzas de los que carecen de ella.
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