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Fotografía de la revista 'Ama' (1972) y tres modelos de vasos bilbaínos incluidos en el catálogo de 1888 de la vidriera Cifuentes y Pola.
Historias de tripasais

El txikito de culo gordo, fábulas sobre un vaso

Su gran peso y su forma atípica (la misma que ahora llama la atención de los turistas) provocaron que desapareciera delos bares hace 50 años

Martes, 4 de junio 2024, 19:06

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Cada vez queda menos gente que lo haya visto en acción. Para la mayoría de nosotros el clásico vaso de txikitero (80% de cristal macizo y 20% de vino, con suerte) ya no es clásico ni típico, sino un objeto curioso que rara o ninguna vez hemos sostenido en la mano. El chiste del «levantamiento de vidrio» tiene cada vez menos sentido porque los vasos de culo gordo, gordísimo, sólo existen en la memoria de los abuelos, en los museos y en las tiendas de souvenirs.

Los turistas los compran a pares, convencidos de que se llevan consigo un trocito de tipismo vasco y rezando para que la maleta en que lo acarrean no exceda el peso máximo de equipaje permitido en el avión. Eso sí que sería un recuerdo. Los 700 gramos que aproximadamente pesa cada uno de esos vasos llaman la atención tanto como su diseño incongruente. ¿Por qué tanto cristal para tan poco sorbo? El desequilibrio entre sentido práctico y estético era tan claro que a partir de los años 70 los vasos de txikito fueron desapareciendo de las barras de los bares para convertirse primero en una curiosidad etnográfica y luego en un objeto de deseo viajero.

La realidad

Su singularidad ha provocado que nos inventemos diversas leyendas sobre ellos. Yo, además de naves en llamas más allá de Orión, he visto cómo un grupo de turistas se comía con patatas la historia de que la amatxu de Begoña es aficionada al rioja desde tiempo inmemorial. En la esquina entre las bilbaínisimas calles de Santa María y Pelota, sobre la estrella que marca desde dónde se puede otear la basílica de la patrona, he oído a un guía explicar con entusiasmo y demasiada imaginación el vínculo entre la virgen, los txikiteros y la hucha-estatua que hay justo ahí al lado. «¿Ven la imagen de la virgen? ¿Ven cómo sujeta un vaso de vino en la mano?». Todos asienten. Según el cicerone la estatua es antiquísima y eso retrotrae el origen del vaso de culo gordo casi hasta el comienzo de los tiempos. «Pasaremos luego por una tienda en la que podrán comprar un vaso como ése de recuerdo».

En realidad la «txikiteroen kutxa» se colocó en 2008 y la escultura que la acompaña tiene la misma breve antigüedad. En honor a la devoción que los txikiteros del Casco Viejo profesan a la virgen se sustituyó la manzana que la talla original tiene en su mano derecha por un vaso de vino, ya ven ustedes qué simple y qué peligroso, porque la amatxu txikitera va camino —como el astronauta de la catedral de Salamanca— de tener mitología propia. Imagino que a su paso por la tienda de souvenirs el guía tiraría también de folklore legendario para contar cómo, cuándo y por qué nacieron los vasos de txikito. Me apuesto lo que quieran a que sacó a colación la historia que les conté yo aquí la semana pasada, la de la visita real y los farolitos de vidrio. Da igual que todas las fuentes solventes coincidan en que los únicos vasos que empezaron usándose como lamparillas fueron los de txakoli con forma de campana: lo importante es la anécdota chusca y, a ser posible, que ayude a vender objetos que acabarán sirviendo de portavelas.

Una medida

Lo más divertido es que esos vasos de txikito que ahora cuestan unos 15 euros la unidad (¡como para tener el juego de 12 completo!) suelen incluir la fábula de los candiles para dar pedigrí y razón de ser al producto. No sé por qué, pero varios fabricantes se han puesto de acuerdo en remontar el origen del asunto a una supuesta visita que la reina Victoria Eugenia hizo a Bilbao en 1929, época en la que este tipo de recipiente de cristal grueso no sólo existía ya en la capital vizcaína sino también en Vitoria. Llamaban la atención de los visitantes por su gran tamaño y su exigua capacidad, la justa para mojarse los labios y quedarse con ganas de más. Calculen ustedes: unos 10 centímetros de alto, 700 y pico gramos de cristal prácticamente macizo y un hueco irrisorio en el que beber entre 80 y 100 mililitros de vino. Un sorbito de nada.

Hace tiempo les expliqué aquí que el «chiquito» fue una medida real para líquidos que, dependiendo de la zona, equivalía a la tercera parte de un cuartillo (o lo que es lo mismo, de 504 ml). En las tabernas se pedían chiquitos medios o enteros que se servían, como en el caso del txakoli, en recios cubiletes de cristal prensado. El catálogo de 1888 de la vidriera gijonesa Cifuentes y Pola incluye tres tipos de vasos destinados al mercado vizcaíno: el «cilíndrico modelo Bilbao», el «cónico grande modelo Bilbao» y «de taberna sencillo Bilbao». Los pueden ver ustedes en la imagen de arriba. El de más abajo es el tipo «de taberna» con fondo reforzado o culo gordo, que imprimía robustez y capacidad de aguante al trajín constante de golpes, manoseos y fregaduras. Ése es el vaso de txikito primigenio, que por cuestiones de interés comercial y aumento del precio del vino fue menguando en capacidad pero no en tamaño ni apariencia. La próxima semana les contaré cómo ocurrió.

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