De un tiempo a esta parte se han puesto de moda en la villa los cafés de especialidad. En las metrópolis más modernas del planeta – ... Tokio, Berlín, Nueva York, Copenhague– llevan siendo tendencia desde hace décadas, pero aquí los ritmos son otros y el público no parece dispuesto a cambiar tan fácilmente el cortadito torrefacto de toda la vida por el néctar de un grano etíope de la región de Yirgacheffe filtrado en V60. Sobre las diferencias de calidad entre uno y otro no cabe discusión alguna, sería como comparar el Don Simón con un Romanée-Conti. Sin embargo, las cafeterías de especialidad han abrazado un formato que nos hurta algunos de los mayores placeres de empezar la mañana en el bar de la esquina.
Para empezar, ese gesto natural de acodarse en la barra y cantarle el pedido al camarero ya no tiene cabida. La mayoría han eliminado el mostrador o lo utilizan solo para exhibir sus productos, adoptando un formato de atención al público más cercano al del 'fast food', donde se pide y se paga en caja, para consumir después en alguna de las mesas del local –cuando las tiene– o directamente en la calle. Eso ralentiza los tiempos si se opta por quedarse en el establecimiento –la inmediatez del cafelito a media mañana es vital– o nos empuja a la incomodidad de la vía pública.
Más allá de los detalles del pedido, resulta difícil entablar una conversación con quien está detrás de la barra, que al entregar el ticket ya habrá dirigido su mirada hacia el siguiente cliente. Tampoco hay mucho que rascar con los vecinos de mesa; la mayoría, al menos de momento, son turistas extranjeros en busca de un formato que ya es la tónica en sus países de origen.
Ese ecosistema que se forma en un bar, por modesto que sea, donde a primera hora suelen estar los de siempre, se entablan animadas charlas o se ríen los mismos chascarrillos, aquí desaparece. Ni hablamos ya de forjar amistades duraderas, pues es muy probable que mañana los clientes sean otros. La calidad de la bebida podrá ser muy superior a la de los bares de toda la vida, pero ¿de verdad vamos a una cafetería solo a consumir café?
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