«Vinimos a Euskadi a salvar el pellejo»
Venezolanos que huyeron de su tierra sueñan con que la llegada de Guaidó cambie el rumbo del país y de sus vidas
La autoproclamación de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela ha sido acogida de manera muy dispar entre la clase política y en los distintos ... países. Sin embargo, entre los venezolanos que se han visto obligados a abandonar su país, el sentimiento es unánime. Estos últimos días viven como en una fiesta, ya que consideran que la situación actual es el anticipo de un verdadero cambio que quizá les permita volver a casa o, al menos, dejar de sufrir por los que dejaron al otro lado del Atlántico. Debido al cambio horario, pasan las noches pendientes de la televisión, de cada noticia sobre su país. Cuatro venezolanos que viven en Euskadi cuentan cómo viven estos momentos, recuerdan los motivos por los que huyeron de su tierra y nos revelan, ante todo, sus esperanzas de futuro.
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Pedro Gil, 35 años. Vive en Castro Urdiales. Abandonó Venezuela hace tres años.
«Tuve que salir corriendo con mi mujer»
La historia de Pedro es la de muchos de sus compatriotas. Era un joven con una carrera prometedora como encargado de marketing de una cadena de hipermercados y tenía una vida sencilla y feliz junto a su mujer, Lisbeth. Su biografía plácida se torció cuando apresaron a Daniel Ceballos, alcalde de su ciudad, San Cristóbal de Táchira. La mujer de Pedro formaba parte de su equipo y, claro, fue señalada. «Empezó la persecución. Era insostenible», recuerda Pedro, quien tuvo que dejar todo atrás «y salir corriendo». La pareja se veía en la cárcel o algo peor. Pedro dejó en Venezuela a su madre, a su hermano pequeño, amigos, la casa familiar... «En mi hogar ya no vive nadie, porque mi hermano, también señalado, tuvo que huir a Colombia. Y mi madre aguantó unos meses, pero se marchó allí también, temerosa porque hombres armados y encapuchados entraban en casa constantemente», relata. Como cuenta, el camino del exilio ha sido el escogido por muchos políticos y también por compatriotas de a pie, que al ser conocidos por su oposición al régimen chavista estaban marcados.
Los acontecimientos de esta semana han encendido una lucecita de esperanza en el corazón de Pedro, que milita en Voluntad Popular, el partido del actual presidente interino. «Me veo más cerca de casa», sentencia. ¿Qué diferencia este giro político de otros que ha habido en los últimos años? «Es distinto. El presidente interino tiene el acompañamiento popular y el internacional... falta el de las fuerzas armadas, que están corruptas. Pero la situación es tan mala en el país que hasta ellos o sus familias sufren las consecuencias. Sus madres también tiene que esperar una cola kilométrica para lograr un kilo de arroz. Por eso, también se está moviendo algo en el seno de los militares», explica. Se le nota ilusionado. En Castro Urdiales, donde vive, trabaja de camarero y está «muy contento», pero sueña, como muchos de los cuatro millones de venezolanos desplazados por causas forzosas, con volver a casa y «reconstruir el país». «Confío en que toda la experiencia que hemos acumulado en los lugares que nos han acogido durante este paréntesis nos sirva para levantar Venezuela... nos va a hacer falta cuando regresemos. A día de hoy, no hay casi profesores para los niños. La mayoría han tenido que escapar».
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Alexeidry Meneses, 33 años. Vive en Leioa. Dejó su país hace 15 años
«Mi madre me dice que no vuelva todavía, que está muy peligroso»
Alexeidry, Alex para sus allegados, sólo tenía 18 años cuando se vio obligada a dejar su hogar. Era una cría, pero ya estaba en el punto de mira: «Engañaba a mi madre, le contaba que iba a estudiar o al centro comercial y me marchaba a las manifestaciones. Era la época de 'el señor que ha muerto'». El innombrable no es otro que Hugo Chávez, la persona que encarna el principio de la pesadilla para los venezolanos que han tenido que dejar su hogar por la situación política del país. «Mi familia temía por mí y me mandaron a Madrid, con mi abuela. Yo no quería, tenía allá a mis amigos, no quería marchar a un país desconocido...» , señala. Aunque, visto lo que empeoró después la situación, cree que hizo lo correcto. «Una amiga nuestra ha fallecido por falta de antibióticos. La gente come de la basura... creo que el mundo no es consciente de lo que pasa en Venezuela».
Por eso, ella, que trabaja en la consulta de un médico y vive tranquila en Leioa, no tiene intención de volver a Caracas de momento. «La verdad, cuando me marché, pensé que iba a ser por menos tiempo... ahora, veo los cambios que se están produciendo con mucha ilusión. Pero antes de regresar tendría que normalizarse todo», indica. Ha dejado en Venezuela media vida y se nota que le duele. «Me fui hace 15 años, no he vuelto. Y llevo cuatro sin ver a mi madre, que antes venía, pero ya no, le piden 3.000 dólares por el pasaporte...», dice. A Alex, agotada porque apenas ha dormido esta noche siguiendo las noticias de su país, se le quiebra la voz: «Quiero ver a mi gente. Pero mi madre me repite que no vuelva todavía, que está muy peligroso».
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Yorki Carpio, 48 años. Vive en Gorliz. Se marchó de Venezuela en julio de 2017
«Como madre, pasas terror»
Yorky es una recién llegada. Aguantó en Venezuela hasta que todas las alarmas se encendieron y empezó a pensar que su propio hijo, de 17 años, iba a acabar como las personas a las que ella ayudaba en la cárcel, detenidos por ser disidentes y despojados de cualquier garantía constitucional. Ella, con una brillante carrera profesional, trabajaba también en una organización de Derechos Humanos que recogía y repartía víveres entre «las personas apresadas arbitrariamente, que están en condiciones infrahumanas». Por eso, sabía muy bien lo que se cocía en las celdas, lo fácil que era entrar y lo difícil que resultaba salir. «Como madre, te da terror», admite.
Por supuesto, ella y toda su familia estaban más que marcados debido a su compromiso. En la lista negra de los que pueden ser «allanados». «Esta es una práctica que consiste en ubicar a los disidentes y entrar en su casa sin ningún tipo de orden, para amedrentarlos. Se llevan las computadoras, porque dicen que son pruebas, pero aprovechan para coger lo que quieren, hasta comida. Te desvalijan. ¿Cómo explicarlo para que se entienda? Es delincuencia armada. Una vez ocurrió en mi casa, pero, afortunadamente no estaba», recuerda.
Así que, ante esta situación, decidió huir con su hijo, que ahora mismo estudia en Francia. Ella se ha quedado en Euskadi, cerquita de él, porque por problemas burocráticos no ha conseguido poder residir en el país galo. Pero parte de su familia sigue en Venezuela, ayudando a quienes lo precisan. «Está en nuestro corazón seguir luchando», subraya. Ahora, ve la llegada de Guaidó con alivio y confía en que este tiempo en el que su familia ha acabado diseminada por el mundo pueda tocar a su fin muy pronto. Porque, al igual que sus compatriotas, recuerda que no se marcharon de su casa por gusto: «Vinimos a Euskadi a salvar el pellejo». Una frase que este colectivo repite como un mantra.
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José Ignacio Quincoces, 65 años. Vive en Leioa. Lleva 30 años entre España y Venezuela
«Lo peor es que allá están perdiendo la esperanza»
Hijo de una vizcaína «de Ortuella» y de un burgalés, José Ignacio lleva 30 años «en un ir y venir entre Venezuela y España». Se casó con una santutziarra, tiene dos hijos bilbaínos de nacimiento «y una vida cotidiana siempre en busca de la felicidad que todos deseamos». Esta es su tarjeta de presentación. Parece simple, pero no lo es. Porque al otro lado del Atlántico tiene muchos lazos que le atan: familiares y amigos «la mayoría criollos de pura cepa, pero también hijos de emigrantes, casi todos gallegos». «Me preocupan mucho. Sobre todo, desde hace unos siete años, cuando la situación socio económica se puso color de hormiga, un poco antes de la muerte de Hugo Chávez», indica Quincoces con su voz de barítono. Según cuenta, en estos años, cuando hablaba con su gente por teléfono y les anunciaba la posibilidad de una visita, la conversación siempre terminaba así: «No vengan todavía, espérense un poco más, que la cosa está chucuta (muy mal)».
«¿Cómo vivimos esta situación desde Bilbao? Pues mal, muy mal. Es mi tierra de nacimiento y tengo allá a personas que me consta que lo están pasando muy mal. Sobre todo porque, además de tener problemas cotidianos (cortes de agua, gas, y energía eléctrica), no disponen de alimentos en la tienda de la esquina, ni de medicinas en la farmacia... -apunta-. Y lo que es peor, están perdiendo la esperanza, pues solamente ven salir el sol a la mañana siguiente, pero nada más: los trabajos no tienen salario compensatorio mínimamente digno, a los niños no les puedes enviar a los colegios por falta de profesores, no hay transporte...».
Por eso, desea con ardor que lo que está sucediendo en estos días permita un nuevo gobierno de transición «para que Venezuela vuelva a una verdadera democracia, a la que todos podamos regresar». De visita o para volver a echar raíces.
La cifra de venezolanos en Euskadi se triplica en diez años
Desde 2015 se ha disparado la llegada de venezolanos a Euskadi, según explica Aitzbea Ramos, de la asociación Tierra de Gracia, que ofrece apoyo migratorio e inserción social en el País Vasco a quienes llegan desde Venezuela. Según los datos que manejan, el colectivo de inmigrantes venezolanos ha crecido un 252% en la última década. Es la variación entre los 1.769 que había en 2008 y los 6.224 de 2018. En una década, la cifra se multiplicado por 3,5. El mayor crecimiento en este periodo se dio entre 2014 y 2015. Ahí tuvo lugar el auténtico salto
Los recién llegados se han afincado, sobre todo, en Bizkaia, territorio donde se concentra la mayor parte de los venezolanos que residen en la comunidad. «Nuestros aitas, aitites y demás son vascos, nacidos en Euskadi -explica-. Fueron a Venezuela a buscarse la vida al terminar la guerra y durante el franquismo. Hoy estamos de vuelta, buscándonos la vida aquí. Y trabajando por nuestro país a control remoto». Este miércoles se concentraron junto al Arriaga para mostrar su esperanza en un cambio.
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