Benjamín Netanyahu saluda en el Parlamento frente a Donald Trump. Reuters

Netanyahu en el peligroso avispero político de Israel

El Parlamento hebreo, la Knéset, pone contra las cuerdas al primer ministro y cobra importancia con decisiones como la anexión de Cisjordania

Lunes, 10 de noviembre 2025, 17:38

Cuando se piensa en gobiernos de coalición imposibles rara vez viene a la mente el de Israel. Desde fuera, a menudo se considera al hebreo ... como un país cohesionado que sobre todo hace piña ante los grandes retos que afronta, como es la «guerra existencial» que declaró a Hamás en Gaza tras los atentados del grupo terrorista el 7 de octubre de 2023. Sin embargo, la política israelí se ha convertido esta legislatura en un heterogéneo avispero en el que Benjamín Netanyahu, el mandatario que más tiempo ha permanecido al timón del país -17 años-, siempre tiene una espada de Damocles sobre su cabeza.

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Porque el partido del primer ministro, el Likud, ganó las elecciones de noviembre de 2022, sí, pero únicamente logró 32 de los 120 escaños de la Knéset, el legislativo unicameral israelí, forzándole así a la búsqueda de aliados para formar un gobierno 'Frankenstein' en el que la ultraderecha ha ganado especial poder. No en vano, ministros extremistas como el de Finanzas, el líder del Partido Religioso Sionista Bezalel Smotrich, y el de Seguridad Nacional, el representante del Partido Otsmá Yehudit (Poder Judío) Itamar Ben-Gvir, ostentan un poder que supera ampliamente el que les correspondería por los 7 y 6 asientos que sus formaciones ocupan en el Parlamento, a cuyos comiciones acudieron en una lista conjunta con el minoritario Noam que obtuvo 14 escaños. La unión se rompió poco después de las elecciones.

Su influencia es clave para entender la mano dura del gobierno de Netanyahu en Gaza y su rechazo a la solución de los dos Estados -que 'Bibi' apoyó en su día- para tratar de poner fin al eterno conflicto palestino-israelí. Tanto Smotrich como Ben-Gvir, que residen en edificios ilegales levantados en asentamientos de la Cisjordania ocupada y tienen prohibida la entrada a países como Reino Unido, Canadá o Australia por incitación al odio, incluso rechazan de plano cualquier negociación territorial, ya que, en su opinión, lo que debe llegar 'desde el río hasta el mar' no es Palestina sino el Estado judío. Es más, el titular de la cartera de Finanzas niega la existencia del pueblo palestino, y ambos han propuesto que se apruebe la pena de muerte para los terroristas.

El poder de los pequeños partidos

Esa ha sido una de las decisiones más polémicas que la Knéset ha tomado en las últimas semanas, pero mucho más impacto ha tenido la que llama a anexionar Cisjordania. Fue aprobada en contra de la opinión de Netanyahu y por un solo voto de diferencia que, curiosamente, fue el de un diputado díscolo del Likud. Es una buena muestra de la zozobra que predomina en el Parlamento y de cómo debilita al primer ministro.

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La tensa presencia de Smotrich y Ben Gvir en el Ejecutivo ha provocado que sea considerado el gobierno más ultra de la historia de Israel, pero no es nada nuevo que políticos de formaciones minoritarias resulten determinantes en las decisiones que toma Tel Aviv. «Desde la década de 1980, el sistema ha otorgado a los partidos pequeños e ideológicos, especialmente de la derecha, la capacidad de imponer partes de su agenda política. En ocasiones, estos partidos pueden empujar al gobierno a posiciones más extremas», sostiene el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Texas, Brent E. Sasley.

Israel es un país peculiar en muchos aspectos. En primer lugar, no cuenta con una Constitución, cuya redacción se ha ido posponiendo 'sine die'. En su lugar existe una serie de trece leyes básicas que regulan diferentes aspectos de la gobernanza y que en algún momento serán incorporadas como capítulos de la futura Carta Magna. En segundo lugar, la legislación emana de un parlamento relativamente pequeño que se elige como si todo el país fuese un solo distrito y en el que solo hace falta lograr un 3,25% de los votos para lograr representación. El resultado es un hemiciclo muy fragmentado para un país de 10 millones de habitantes, en el que una docena de partidos que representan los intereses de grupos tan heterogéneos como los ultraortodoxos -que se niegan a ser movilizados en el ejército y han decidido dejar de apoyar a Netanyahu-, los árabes-israelíes o los comunistas, están condenados a buscar alianzas para gobernar.

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No es fácil. De hecho, el segundo partido más votado en las últimas elecciones fue el Yesh Atid, que obtuvo su mejor resultado electoral -24 escaños- y que se define como laico y de centro. Su presidente, Yair Lapid, que fue primer ministro durante seis meses de 2021, se ha negado a apoyar a Netanyahu en la guerra de Gaza, ya que representa todo lo contrario de sus socios: apuesta por una negociación con la Autoridad Palestina para lograr la paz, rechaza los asentamientos judíos ilegales -que los socios del actual primer ministro quieren utilizar para imposibilitar la creación del Estado de Palestina-, y promueve una agenda más progresista que incluye la aprobación del matrimonio igualitario.

Apoyo al plan de paz

Curiosamente, en este complejo mosaico político en el que la figura de Netanyahu a menudo pende de un hilo -el último desencuentro se ha producido con los partidos ultraortodoxos por su negativa a ir a la guerra-, el plan de paz propuesto por Donald Trump parece haber promovido cierto entendimiento. Según las primeras encuestas realizadas entre la población hebrea, solo el 8% rechaza la hoja de ruta que llega desde Washington, y, aunque Smotrich y Ben-Gvuir la han criticado, ni siquiera ellos se han atrevido a proponer su boicot. Y buena muestra de la aceptación que ha logrado fue la cerrada ovación que casi todos los diputados dispensaron a Trump durante su visita a la Knéset.

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La hoja de ruta ha ofrecido a Netanyahu una bombona de oxígeno. Los diferentes escándalos que llevan años salpicando al primer ministro se han dejado a un lado, y el presidente de Israel, Isaac Herzog, incluso indicó su predisposición a considerar el perdón para el mandatario en caso de que sea condenado por alguno de los tres casos de corrupción que tiene abiertos.

Es más, muchos consideran que en unas elecciones anticipadas podrían darle al Likud resultados propios de sus inicios, en las décadas de 1970 y 1980, cuando ocupaba más de 40 asientos en la Knéset. Si eso sucediese, Netanyahu demostraría ser un superviviente nato, capaz de capear los temporales que cada poco tiempo auguraban su caída y de salir indemne de las patadas que ha propinado al avispero político israelí.

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