Le han hecho tanta publicidad negativa que al final no he podido resistir la tentación de asomarme a la serie 'Soy Georgina'. Y sí, cumple ... todas las expectativas. Ya de entrada un amigo de ella dice que no es «ergocéntrica». Y otro afirma que es «una persona muy persona». A partir de ahí, todo lo demás... Basta con sentarse a contemplar los registros de Georgina que, a sus 28 años, lo mismo actúa como una diva (frasea lento a lo Sara Montiel) que como una choni que deja pequeña a la Esteban o como una maruja de las de antes tipo 'Encarna, que se me quema la empanadilla'. Su Cristiano no se queda atrás. Aparece fugaz pero eficaz: «Tengo pelucas con pelo auténtico. Y mejor que el mío», asegura el delantero.
En general la serie huele a plástico nuevo, a coche de lujo recién estrenado. Más que un 'reality' de Netflix es un 'antinaturality' de Netflix. («Amoooores, ¿cómo habéis estado?», les dice una afectadísima Georgina a sus hijos). Pero por ahí también se cuela la verdadera naturaleza de 'Gio', la dependienta de tienda de lujo que por una carambola del destino pasó al otro lado del mostrador y se encontró viviendo en un casoplón donde tardó «medio año» en orientarse. Ahora quiere vender la mesa del comedor, del tamaño de la de Putin: «No la puedo meter en Wallapop».
Frases como «Yo no sabía que había paparazzis en el mundo» o «Me encantan las joyas con chándal» la definen. Pero hay otras que la delatan: «¡Siempre el wifi de los cojones! Cuatro routers en esta casa y nunca va». O cuando resume su encuentro con Beatriz Borromeo: «Hala, y yo de Jaca y sin puta idea de nada». Luego le pide a un guardaespaldas que le espante una avispa. «¿Te ha picado?», le pregunta con desdén. Y añade: «Joder, éstas van directas al oro».
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