Anna Wintour no se jubila
La todopoderosa británica deja el puesto de editora jefe de Vogue Estados Unidos pero continúa al mando de la publicación y de todas las cabeceras de Condé Nast
Anna Wintour no se jubila. La todopoderosa británica, a sus 75 años, no deja Vogue, tan solo cede su sillón de editora jefa de la edición estadounidense. Un puesto que estará bajo su supervisión al mantenerse como directora global de contenidos de la editorial Condé Nast. Wintour seguirá controlando los contenidos de publicaciones internacionales como Vanity Fair, GQ, AD, Condé Nast Traveler, Glamour, Tatler, Allure o Teen Vogue.
«Cualquiera que trabaje en un campo creativo sabe lo esencial que es no dejar nunca de crecer en el propio trabajo. Cuando me convertí en editora de Vogue —en 1988—, estaba ansiosa por demostrar a todos los que pudieran escucharme que había una forma nueva y emocionante de imaginar una revista de moda americana», rememoró Wintour al anunciar a su equipo una nueva etapa para la publicación. «Ahora —añadió—, encuentro que mi mayor placer es ayudar a la próxima generación de editores apasionados a irrumpir en el campo con sus propias ideas, apoyados por una visión nueva y emocionante de lo que puede ser una gran empresa de medios de comunicación».
Wintour aseguró que seguirá prestando «mucha atención a la industria de la moda» y destacó lo emocionante que será trabajar junto a alguien nuevo «que nos desafíe, nos inspire y nos haga pensar a todos sobre Vogue de un sinfín de maneras originales», desveló la edición online de la revista sobre las palabras de la directiva, que con su característico corte de pelo bob y sus inseparables gafas de sol Wayfarer la han convertido en un icono fácilmente reconocible.
Es tan alabada a nivel profesional por su habilidad para identificar tendencias como criticada por su carácter difícil en las distancias cortas. No en vano, una de sus ex asistentes personales, Lauren Weisberger, escribió el superventas 'El diablo viste de Prada' inspirándose en su experiencia a las órdenes de la británica, que acudió al estreno de la exitosa película vestida de la marca italiana.
Perfeccionista e impaciente, se dice que el personal de Vogue sabe que no debe iniciar interacciones con ella e, incluso, evitar compartir ascensor. Por no hablar de sus peticiones inverosímiles, como revisar la basura de un fotógrafo para conseguir una fotografía que él se había negado a darle.
Ante tales afirmaciones, Wintour se defiende diciendo que si es «tan perra», no sabe cómo tanta gente ha trabajado con ella durante 15 o 20 años. «Si a veces me muestro fría o brusca, es simplemente porque me esfuerzo por conseguir lo mejor», ha declarado en alguna ocasión. Respecto a las acusaciones de su negativa a contratar gente gorda, no lo desmiente: «Para mí es importante que la gente que trabaja aquí, especialmente en el departamento de moda, se presente de una manera que tenga sentido para el mundo exterior, como si trabajaran en Vogue». «Ella es honesta. Te dice lo que piensa. Sí es sí y no es no», según decía el fallecido diseñador Karl Lagerfeld.
Al no tener pelos en la lengua, no tuvo reparos en afirmar que sacó en portada a Kim Kardashian y Kanye West porque tener solo gente «de muy buen gusto» en la revista es «aburrido». Precisamente, la exuberante celebridad es una indispensable de la gala anual del Museo Metropolitano de Nueva York que Wintour organiza. La única fiesta en la que está más de 20 minutos, según la serie documental de la BBC Boss Woman, en la que se detalla que la británica se despierta a las 5:30 horas, juega al tenis y, después, a las 7:30, acude a la sede de las oficinas de Vogue, conocida como la biblia de la moda. Solo apaga su móvil para que no la molesten mientras come un plato de salmón ahumado y huevos revueltos.

Una estricta rutina para una mujer proveniente de una familia de alta alcurnia que osó mezclar ropa barata con alta costura en su primer número de Vogue, en noviembre de 1988. Se trataba de una fotografía de Peter Lindbergh de una modelo enfundada en unos vaqueros de Guess, una prenda que entonces no se veía apropiada para una portada. Fue el plan B de Wintour cuando a la joven no le entraba la falda de Christian Lacroix a juego con la sudadera con la cruz que dio la vuelta al mundo. Los impresores llamaron para asegurarse de que esa era la portada, porque pensaron que era un error. «Fue un acto de fe y sin duda fue un gran cambio para Vogue», dijo tiempo después Wintour, que no se considera una persona poderosa. Y, sin embargo, sigue siendo la jefa.
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