Muere Vitorino Eguren, símbolo del éxito de Rioja Alavesa
De la mula al tractor y al turista con Tesla, el gran patrón de la bodega Eguren Ugarte encarnó la profunda transformación de la comarca y protagonizó una de las más increíbles historias de éxito
Era muy habitual que esos visitantes que llegan en sus Teslas relucientes y en sus fabulosos Jaguar a la bodega Eguren Ugarte se encontraran a ... un señor con la gorra bien calada, la azada en una mano y el almuerzo en otra. Daba lo mismo que fueran australianos, americanos o japoneses. Con una habilidad pasmosa, él les saludaba de un modo tan afectuoso como auténtico, desplegaba sus encantos de hombre de campo sin zarandajas y todos caían rendidos ante él. Pocos, muy pocos, acabarían reparando que era el dueño y señor de ese mar de viñedos, de ese bodegón modernísimo con hotel incluido. Vitorino Eguren (San Vicente de la Sonsierra, 1934) encarnaba a la perfección la enorme transformación que ha vivido Rioja Alavesa, ese éxito sudado a puro tinto. Vitorino, el del buen vino, le ha dado este 20 de abril el último trago a la vida.
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Sólo conoció el verbo currar en todos los tiempos verbales: curró de joven hasta dejarse el lomo en las tierras de la familia y ha currado hasta casi el último suspiro. Vitorino, hijo de Vitorino, nieto de Amancio y bisnieto de Trifón, comenzó a vender su vino a granel en una bici, que más tarde cambió por un motocarro y después por ese 'dos caballos' del que se sentía tan orgulloso. Desde bien joven demostró un olfato finísimo para los negocios y empezó a abrir tascas por media Vitoria, donde despachaba su vino junto a su mujer Mercedes Cendoya, siempre inseparables.
Hecho a sí mismo
La vida de Vitorino Eguren daría para una de esos 'biopics' que les gustan tanto a los americanos sobre hombres de éxito, hechos a sí mismos. Él lo fue. En los 70 y 80 vizcaínos y guipuzcoanos entraron con su capital en Rioja Alavesa. Y en los 90 Vitorino Eguren fue de los primeros que vieron clarísimo que no había que contentarse con llenar las copas de Vitoria, Bilbao o Madrid, él entendió muy pronto que el futuro pasaba por vender sus vinos lejos, muy lejos, en sitios que los de su generación no sabían ni señalar en el mapa. Más tarde también fue de los primeros en Rioja Alavesa que abrió las puertas de su casa, hasta la cocina, inventándose eso del enoturismo que en la comarca, por aquel entonces, no tantos comprendían.
«Todo lo que he hecho en esta vida ha sido trabajar y trabajar», contaba en una larga conversación que mantuvo con EL CORREO con motivo del 75 aniversario del periódico. «Y si puedo, me gustaría trabajar hasta el último de día de mi vida», apostillaba. Se podría decir que ha sido. Hoy su familia, hasta el último de sus empleados y toda Rioja Alavesa lloran taninos por la pérdida de un hombre que no tuvo miedo a soñar con las copas más llenas. Bien merece un buen brindis.
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El funeral para despedirle se oficiará este sábado, a partir de las seis de la tarde, en la catedral de María Inmaculada.
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