Los que viven entre los aviones

Ocho profesionales del aeropuerto, desde un controlador aéreo hasta el que lava los coches, desgranan anécdotas que permiten conocer mejor los entresijos de 'La Paloma'

Miércoles, 18 de noviembre 2020

  1. Carlos Balboa | Controlador

    «Me crié entre aviones, con cinco años subía ya al aeropuerto»

PEDRO URRESTI

Carlos Balboa no recuerda su vida sin aviones: «Desde que tengo memoria, me crié entre ellos». Con apenas cinco años, «subía ya con mi padre al aeropuerto (entonces todavía el de Sondika) a pasar el sábado o el domingo». «Era bombero en la terminal», explica. Tenía muy claro que volar era lo suyo y en 1988, con apenas 23 años, se hizo socio del Real Aeroclub de Vizcaya. Pero, aunque le hubiese encantado ser piloto profesional, obtener el título «no estaba al alcance de una economía familiar como la nuestra». Por eso al cumplir los 27 se presentó a las oposiciones de controlador. A los 29 ya estaba trabajando en Las Palmas y cuatro después logró su objetivo de volver a casa. Como su padre, él también empezó en Sondika, para después inaugurar La Paloma, donde espera jubilarse.

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Balboa es uno de los responsables de que los aviones, ahora menos debido a la pandemia -«esta mañana solo tengo cuatro llegadas registradas»-, aterricen o inicien su vuelo sin problemas. En su trayectoria ha vivido mil y una peripecias, muchas de ellas acompañadas de viento y niebla, habituales en la terminal vizcaína. Prefiere quedarse con las bonitas, «como el partido del Athletic en Manchester». Y no solo porque aquel memorable 15 de marzo de 2012 el club rojiblanco lograra la hazaña de conquistar 'El teatro de los sueños' al imponerse al United por 2-3 en la Europa League, «sino porque en Loiu fueron tres días de locura, en los que batimos todos los récords de tráfico aéreo, cuando estos suelen darse en la semana de Pascua». Y tiene guardado en su memoria el día que visitó Loiu un Boeing 747 (fue el mayor avión de pasajeros durante más de cuatro décadas hasta que la compañía Airbus creó el A38). «No llegó a aterrizar, sino que hizo una pasada baja cerca de la pista y se volvieron para Madrid, pero fue algo espectacular».

Reconoce que también ha habido malos momentos, como aquel fatídico 14 de enero de 2002, cuando un avión de carga de Ibertrans se estrelló contra el monte Santa Marina La Vieja en Zaldibar y fallecieron sus tres tripulantes. Lo recuerda bien, fue a las 7.30 horas y la tripulación solicitó a la torre de control permiso para acercarse, pero de repente se perdió el contacto. «Cuando lo ves desaparecer del radar, llamas y llamas y no te contestan... Fue terrible».

Ahora, a sus 55 años, disfruta de su trabajo y de su afición, volar. «En cuanto puedo, y la economía me lo permite, me quito el gusanillo», confiesa. Ha hecho muchos recorridos por la costa, «que en Euskadi tenemos una muy bonita, con vistas aéreas fantásticas», pero también ha surcado la mayor parte de la península. «En agosto fuimos a pasar un fin de semana a Santiago, pagas las tasas, el aparcamiento y a disfrutar». Su viaje más largo ha sido a Valencia, aunque podría desplazarse por Europa. «Nunca me ha dado por ahí, quien sabe».

  1. Fernando Pinto | Responsable de fauna del aeropuerto

    «Antes se cambiaban los motores enteros y no se conocían las averías provocadas por las aves»

El suyo es un caso curioso. Este bilbaíno de nacimiento se formó como delineante de obra civil pero su pasión es la ornitología. Y su trayectoria profesional se forjó en la aeronáutica. «He estado en Barcelona, Madrid, Castellón...». Cuando le surgió la opción de regresar a Euskadi trabajaba en el aeropuerto de Tenerife Sur: «Me pidieron colaborar en la planificación del nuevo aeropuerto de Bilbao».

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Aquí fue donde empezó a fusionar profesión y vocación. «Como tenía una formación muy grande en ornitología y surgió la necesidad de realizar una investigación sobre la avifauna de la terminal ya en Sondika, la dirección pidió mi colaboración y yo encantado». Y en esas estaba cuando se topó en los terrenos del actual aeropuerto con el lindano, ese residuo tóxico que durante décadas se almacenó sin control en la provincia. «Yo pasaba por la zona y me olía mal, a ese olor dulzón tan parecido al de la zona de Barakaldo donde había aparecido ese pesticida. Asocié una cosa con la otra y alerté», recuerda. Todo se limpió, subraya.

En 1996 hizo un curso especializado, se recicló como técnico de medio ambiente y se convirtió en responsable de fauna del aeropuerto. Elaboró un completo diagnóstico de todas las aves que se acercaban al recinto portuario y descubrió fenómenos curiosos, como que la avefría europea era la que «más problemas» daba en aquellos tiempos: «Entonces no había mucha información porque muchas veces los técnicos cambiaban motores enteros de aviones y no se sabía cuántas averías procedían de impactos con aves». Y las gaviotas también daban su guerra. «Llegaban a diario, a la misma hora, desde enclaves del litoral como Bermeo o Gorliz, camino a los vertederos perimetrales de Bilbao como el de Artigas».

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En los últimos años los buitres se han convertido en los protagonistas de estos incidentes. Algunos han impactado contra aviones provocando graves averías. «A mí este problema me pilló casi con un pie fuera del aeropuerto (se jubiló el año pasado), pero ya antes de que se provocaran los primeros problemas habíamos hecho un estudio». recuerda. Los propios pilotos les habían alertado de avistamientos de ejemplares muy cerca de los aviones.

Aunque ahora sea una medida generalizada, «y tampoco es que la inventase yo», suya fue la idea de traer halcones al aeropuerto para ahuyentar a todo tipo de aves. «Ya hicimos un servicio experimental en la vieja terminal de Sondika en 1996, y en 'La Paloma' ha estado desde el principio».

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  1. Fernando Mejía | Limpiacoches

    «Antes de la pandemia hemos llegado a lavar más de 750 coches de alquiler al día»

Natural de Colombia, había trabajado en mil y un empleos antes de llegar a Bilbao «en diciembre de 2007». Siempre dice que a él le tocó la lotería, aunque fuera un poco más tarde. «En marzo de 2008 me contrataron para limpiar coches de alquiler en el aeropuerto», subraya. Llegó a tiempo para presenciar en primera persona «el gran despegue de 'La Paloma'».

Fernando Mejía interpreta la evolución aeroportuaria desde su visión en el lavadero. «Las cifras se han multiplicado ni sé decirte cuánto, pero fíjate que ahora en temporada alta podemos lavar más de 750 coches al día, y eso por lo bajo, contando que cada uno despachemos 15 autos por jornada y que estamos solo 50, cuando a veces limpiamos 20 y nos juntamos 65».

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El perfil del cliente del 'rent a car' también ha variado. Al principio era «más nacional y de negocios». El turismo internacional, sin embargo, ha desbordado todas las previsiones. «Antes de la pandemia veías a muchos de Estados Unidos e incluso de Australia», subraya. Un cliente que, a veces, llega con premio. «Hace un tiempo estaba limpiando un vehículo y entre los asientos encontré una cartera. Me pareció curioso porque carecía de documentación, pero tenía 100 dólares en su interior». Se la entregó al jefe de turno de su empresa, que la guardó en depósito. Ya no se acordaba de lo ocurrido cuando, a los tres meses, «me llamaron para decirme que me daban los 100 dólares porque nadie los había reclamado». Algo parecido ha ocurrido con cámaras y móviles, «éstos últimos más antes, cuando la gente no estaba tan acostumbrada».

Pero es que en los coches se han encontrado «hasta cajas de comida». «Hay gente que compra de todo para una completa jornada de picnic por Bizkaia y luego le sobra la mayor parte; no se molestan en tirarlo y lo abandonan en el maletero», cuenta. En estos casos no se espera porque se echa a perder: «¡Y nos hemos pegado unas merendolas entre todos los compañeros...!».

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A sus 53 años, Nando, como todos le conocen, destaca de su trabajo el buen ambiente y el compañerismo, «aunque seamos de compañías diferentes». «No se me olvidará cuando a mis dos hijos los atropelló un coche en Plentzia y todos mis compañeros se volcaron en ayudarme, pendientes de echarme una mano; nuestra relación es como una familia, y sé de lo que hablo porque, desde los 8 años, he trabajado en muchísimas cosas».

  1. Iñigo Delgado | Supervisor del transporte de maletas

    «Hace 25 años no podíamos imaginarnos cuánto iba a cambiar el aeropuerto»

Entró en el aeropuerto de Bilbao como agente de servicios auxiliares en 1996. Se encargaba de cargar las maletas en los «tractores» que las llevan desde el área de facturación al avión y en sentido contrario. Hoy es el que se encarga de supervisar que todo este procesos se lleve a cabo con la máxima precisión y seguridad. «En 25 años he visto cómo ha cambiado esto por completo», subraya.

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Su padre, Luis Delgado, confirma sus palabras «punto por punto». Y lo dice con conocimiento de causa, «porque somos cuatro generaciones las que hemos trabajado aquí». Su abuela Genoveva ya era «limpiadora de aviones». Y su padre, «capataz de Aviaco». El propio Luis, 'Alicates', entró en 1972 en la terminal de Sondika al ofertarse un puesto de mecánico. En principio para labores «que no tenían nada que ver con los aviones, pero me hice varios cursos en Francia y acabé entrando en el aeroclub para arreglar avionetas». Se jubiló hace ya más de una década, «cuando 'La Paloma' la utilizaban tres millones de pasajeros, y el año pasado ya fueron más de seis; ¡quién lo iba a decir!».

Iñigo reconoce que ahora se le cae el alma al suelo al deambular por los pasillos «casi vacíos» de la terminal. «Está todo paralizado, pero seguro que más pronto que tarde esto vuelve a vibrar con la gente; vamos a volver a estar a tope, a volar en lo más alto otra vez».

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  1. Alberto Bóveda | Ex jefe de Bomberos del aeropuerto

    «Algún accidente dentro de la terminal ha habido, pero nunca una víctima mortal»

Se jubiló el año pasado tras 35 años de servicio en el cuerpo de bomberos del aeropuerto de Bilbao, en Sondika y en Loiu. Y en este tiempo Alberto Bóveda ha tenido que intervenir en muchas ocasiones, «pero nunca se ha producido una víctima mortal en el interior de nuestras instalaciones». Aunque al año de entrar, el 19 de febrero de 1985, ya vivió «todo lo peor que se podía vivir»: el accidente del vuelo 610 de Iberia entre Madrid y Bilbao al chocar contra una antena de televisión instalada en el monte Oiz. Fallecieron las 148 personas que viajaban a bordo.

Dentro del aeropuerto recuerda salidas de pista, fallos en el aterrizaje y especialmente el accidente de un Airbus de Iberia en 2001. «Fue un susto muy grande porque se fracturó el fuselaje, pero no hubo desgracias. Solo alguna leve fractura de algún pasajero al saltar mal del avión durante la evacuación y poco más». Nada para lo que podía haber pasado, porque la aeronave quedó destrozada, «con el morro hacia abajo y la cola hacia arriba». Debió ser un problema con el tren delantero: «Saltaban chispas al tocar el fuselaje con el suelo, pero no perdió combustible y no se incendió».

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En estos años ha tenido siempre muy clara la importancia de su trabajo para el buen desarrollo de la actividad en la terminal. «Sin nosotros, alerta en todo momento, no podría volar ningún avión». Así que su labor ha sido estar siempre con mil ojos y «entrenar continuamente para mantenernos preparados». Ellos no hacen salidas continuas como los Bomberos de la Diputación, «porque solo podemos intervenir en el recinto aéreo», pero asegura que sus ya excompañeros «están perfectamente listos para cubrir cualquier situación». Porque no dejan de hacer simulacros, «de fuego real, de entradas a un fuselaje con humo y sin humo para salvar vidas, labores de extinción, ventilación y salvamento». Y sobre todo, pruebas de tiempo. «Nos lanzan avisos desde la torre y tenemos que estar en el punto concreto que nos digan siempre en menos de tres minutos», se congratula.

Con ese objetivo su base está ubicada en un punto estratégico, «muy cerca de la mitad de la pista, que tiene 2 .600 metros de longitud». Y cuentan con los mejores medios, como camiones con una capacidad de 10.000 litros de agua y 1.200 de espuma, casi el doble que los de los parques de extinción, «porque ellos tienen siempre bocas de agua cerca donde enganchar sus mangueras, pero nosotros tenemos que garantizar que podemos sofocar un incendio en las peores condiciones con nuestros depósitos».

  1. Andrés Lainz | Piloto de Vueling

    «Había dificultades en Loiu hasta para que durmiesen los aviones, todo estaba a tope»

Recuerda muy bien cómo de pequeño veía despegar los aviones del viejo aeropuerto de Sondika. Tenía muy claro que su futuro estaba en el cielo, así que en 1997 se sacó la titulación, se hizo socio del aeroclub vizcaíno y durante cinco años ejerció allí de instructor para nuevos aspirantes a piloto. «Si quieres llevar un avión comercial debes coger experiencia y esta fue mi preparación previa», subraya Andrés Lainz.

Tras esa fase obligatoria, consiguió un puesto en Air Madrid en una ruta que le obligaba a estar continuamente sobrevolando el Atlántico. Pero, como no dejó nunca de vivir en Bilbao, «Loiu lo utilizaba casi a diario, iba y volvía a Madrid como pasajero y solo allí me ponía la gorra de piloto», explica. En 2006 entró en Vueling y un año después consiguió que le destinasen a la base de la compañía en Bilbao.

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Lainz reconoce que, «hasta la pandemia, que lo ha paralizado todo», el tráfico aéreo había crecido mucho a nivel mundial, «las carreteras por las que circulamos en Europa empezaban a estar saturadas». Pero ha notado especialmente este incremento en Loiu, donde no «solo se reflejaba en la terminal con tanto movimiento de pasajeros que ha llegado a generar problema de servicios», sino en la propia pista. «Había dificultades hasta para que durmiesen los aviones porque estaba todo a tope, se veía que estábamos llegando a máximos», confiesa. «El diseño inicial de este aeropuerto era para nueve millones de viajeros, pero al final se redujo a cinco; está claro que la previsión inicial no estaba muy desencaminada».

Ahora, sin embargo, las pistas parecen desiertas. Solo Vueling, que en sus mejores tiempos llegó a hacer 1.000 viajes diarios con el conjunto de su flota en todas las terminales españolas, «como ocurrió en el pico de agosto de 2019», está muchos días por debajo de 100. «Todo el tráfico aéreo ha caído casi un 90%, esperemos remontar pronto esta crisis».

  1. María Vilariño | Jefa de azafatas de Vueling en Loiu

    «El pasaje que solemos tener aquí es muy correcto y educado»

E.C.

Había trabajado en otras compañías, pero siempre fuera de Bizkaia, y ansiaba hacerlo en una que estuviese cerca de su casa. En 2008 la contrató Clickair, que luego se fusionó con Vueling. «Empecé en Barcelona, pero a los nueve meses ya me trasladaron a la base de Bilbao», recuerda María Vilariño. Ha visto crecer a la aerolínea en 'La Paloma' hasta convertirse en la más activa de la terminal: «Pasamos de uno a cinco aviones». Destaca los enlaces de la capital vizcaína con Barcelona, «que son diarios», pero también las conexiones con Londres, París o Berlín, «o con las Islas Canarias, que hacen que mucha gente del sur de Francia o comunidades limítrofes prefieran venir aquí a coger sus vuelos».

En cualquier caso, la actual jefa de azafatas de TCP (auxiliar de vuelo) en la compañía, destaca que en Loiu se ha encontrado con una agradable sorpresa: «El pasaje que solemos tener aquí es muy educado». Tras trabajar en otros aeropuertos, sabe lo que es lidiar a diario con usuarios «complicados», pero asegura que en 'La Paloma' «la mayoría son correctos, acostumbrados a los viajes, lo que facilita mucho nuestra labor». Eso se nota muy especialmente en estos tiempos de crisis sanitaria, «porque se conocen bien los protocolos y, sobre todo, los cumplen». «Nos lo reconocen compañeros de otros vuelos que aterrizan aquí y se quedan sorprendidos», remarca.

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También está encantada con el equipo que tiene a su cargo, la mayoría natural de Bizkaia. «No sé si es por el propio carácter del norte y de los vascos, riguroso a la hora de hacer las cosas, pero en mi opinión esto ha ayudado a que la propia base crezca en Loiu». Así lo confirma, según asegura, el alto índice de satisfacción entre los tripulantes, «y nuestros buenos ratios de puntualidad».

  1. Víctor Fernández |Coordinador de energía y balizamiento

    «Son más de 2.000 puntos de luz empotrados en el suelo»

YVONNE ITURGAIZ

Es el encargado de las «ayudas visuales» a los aviones, de que todas las luces que sirven de guías en la pista de aterrizaje estén siempre en perfecto estado de revista. Víctor Fernández es consciente de que cualquier error podría provocar un accidente, «porque nos encargamos de dirigirles desde que tocan suelo hasta las plataformas de aparcamiento». Y es, reconoce, una tarea constánte, «ya que son más de 2.000 focos de luz empotrados en el suelo que se funden, que hay que reparar... debemos estar encima en todo momento».

Trabaja desde 1983 en el aeropuerto de Bilbao, «cuando era muy pequeñito, teníamos muy pocos pasajeros y el personal de tierra les acompañaba hasta la escalerilla del avión con paraguas cuando llovía». Por entonces la terminal de Sondika acababa de inaugurar la segunda pista habilitada con motivo del Mundial 82, «pero no era nada comparada a lo que hay en Loiu». Una zona de aterrizaje que, además, se ha complicado «mucho en estos 20 años». «Además de dos pistas, tiene calles de rodadura para liberar la pista lo más pronto posible y así evitar entorpecer a los aviones que aterrizan o despegan y que se ampliaron ante el constante crecimiento del tráfico aéreo». Y, claro, todo eso conlleva más iluminación, «y más dificultades para realizar el mantenimiento porque el trasiego era tan continuo que casi no tenías tiempo de reparar nada entre vuelo y vuelo».

Ahora, con la pandemia, ha bajado el número de salidas y llegadas, y tiene más tiempo en pista para realizar el mantenimiento. «Antes tardabas a veces una semana en atender todas las incidencias que surgían; ahora se solucionan en menos tiempo». Más tras el progresivo cambio de luces a la tecnología LED, «que nos da más garantías porque tienen una duración media de hasta 40.000 horas».

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Entre las funciones de Víctor Fernández también está la energía eléctrica que abastece al aeropuerto. Y ahí ha sufrido las consecuencias del espectacular diseño de 'La Paloma', «muy bonito estéticamente, pero poco práctico para muchas cosas». En constante modificación tras los problemas detectados (goteras, cubierta, junta dilatación) así como por las reformas interiores para ganar espacio para tiendas y a una hostelería que de un servicio de calidad al aumento constante de pasajeros. han aparecido con cierta frecuencia problemas eléctricos que le han generado algún que otro quebradero de cabeza. «Poco a poco se va reconduciendo todo y las instalaciones funcionan a la perfección», concluye.

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