«Vamos a Madrid, a ver a Pedro»
EL CORREO se suma durante una etapa a la marcha por las pensiones dignas: «Estamos dando desde abajo una lección que deberían asumir en el Congreso»
Alguno de los participantes en la marcha de los pensionistas a Madrid la describe, con ironía, como «un viaje del Imserso, pero andando». En realidad, ... basta pasar una mañana con ellos para darse cuenta de que, más bien, se trata del extremo opuesto a ese tópico de unas vacaciones plácidas y pasivas sin mucho en lo que pensar. Los pensionistas que protagonizan la protesta no solo llevan sus reivindicaciones como estandarte, ino que también están aprovechando el recorrido para impregnarse de problemas ajenos, de inquietudes que muchas veces no salen a la luz, de la realidad de esa España rural, despoblada e invisible por la que ellos avanzan a paso ligero. Tan ligero, que pone en aprietos a quienes se suman ocasionalmente a su ruta. Podríamos decir que, si los viajes del Imserso sirven como imagen estereotipada de un cierto modelo de jubilado, estos treinta y seis hombres y mujeres de entre 63 y 78 años demuestran que ese cliché se quedó anticuado hace mucho tiempo.
La primera etapa que transcurre íntegramente por la Comunidad de Madrid arranca en Somosierra, a 109 kilómetros por carretera de la capital. Esta columna norte -compuesta fundamentalmente de vascos, pero también con algunos asturianos, cántabros, aragoneses, catalanes y castellanos- salió el 23 de septiembre de Bilbao y el martes llegará a su destino y se abrazará al fin con la columna sur que partió de Cádiz. La diversidad no es solo geográfica: «Somos un grupo muy plural ideológicamente, incluso en esta misma mesa. Nadie está detrás, no hay siglas de ningún tipo, y las banderas van juntas como un ramillete de flores», resume Luis Alejos, jubilado de La Naval, que comparte desayuno en el pueblo con Koldo Abades 'Súper', Ángel Martín y Hermes Carral. «El que más, el que menos, todos hemos estado en la lucha sindical. Somos perros viejos», apunta Ángel, que se ha lesionado un pie y tendrá que ocuparse de la 'furgoneta escoba'.
El grupo, un derroche cromático de chalecos reflectantes y banderas al viento, empieza a caminar a las ocho y media, con unos 24 kilómetros por delante: la longitud de las etapas siempre es aproximada, porque la red de autovías ha complicado tremendamente los viajes a pie y obliga a ponerse creativo con los itinerarios. El primer tramo discurre por el arcén de la N-1, en compañía de una furgoneta de la Guardia Civil y con el brío que aporta el frescor de la mañana. La jornada cuenta con invitados especiales: han venido cinco bomberos forestales de la zona, en huelga indefinida, y su perro Uri Geller, bautizado como el ilusionista que doblaba cucharas, aunque «debería haberse llamado Houdini porque su verdadero don es escaparse». Los bomberos han preparado una pancarta en euskera y otra en castellano que dice «yo de mayor quiero ser como tú».
En estas tres semanas, los pensionistas han atesorado un montón de experiencias inolvidables, la mayoría referidas a vínculos fugaces pero profundos con personas que se han ido encontrando por el camino. Sin perder el ritmo, Mariano Ruiz, 'Luki' Gómez y Begoña Vesga repasan algunos de esos momentos que han dado sustancia a la marcha. Por ejemplo, el paso por el colegio de los Josefinos, en Orduña, donde subieron a las aulas para explicar a los alumnos su lucha: las preguntas de los críos, su inesperada conexión con las demandas de los pensionistas, dejaron a más de uno con los ojos inundados de lágrimas. «Nos dieron folios con frases de ánimo. Una niña quería invitarnos a su casa a desayunar y algunos nos pedían autógrafos. Estoy convencido de que nos entendieron mejor que los políticos», resume 'Luki', que en el 92 participó en el referente inevitable de todo esto, la Marcha de Hierro contra el cierre de Altos Hornos. «El director nos hizo comprometernos a volver», añade Mariano, con dos alpargatas infantiles colgadas del cuello: está echando una carrera con su nieto Markel, a ver quién llega antes, si el abuelo a Madrid o el bebé al mundo.
El cura roquero
Se acuerdan también de Nati, la mujer de 86 años que los acompañó seis kilómetros en Bahabón de Esgueva y que, además, les hizo unas rosquillas que sabían al anís de la infancia. O del cura roquero de Pancorbo, con su camiseta de Bruce Springsteen, que se quedó con un chaleco para presidir con él la misa del domingo. O de la señora de Treviana, en La Rioja, que se acercó hasta Miranda con la intención de darles cincuenta euros, porque no se sentía capaz de caminar con ellos pero quería contribuir de alguna manera. O de los chavales de Durango que se sumaron a sus consignas en el cámping de Espejo. «Esto es una escuela de convivencia, de aprendizaje, de escucha, de ver y conocer otras realidades», comenta Begoña, muy impresionada por «el empoderamiento femenino en el mundo rural, con alcaldesas y mujeres que toman la palabra».
El grupo atraviesa el pueblecito de Robregordo, donde no se ve un alma, y da esquinazo a la autovía tomando una carreterita devastada que conduce a La Acebeda. Por el camino no faltan los lemas coreados («y tú, que estás mirando, también te están robando»), las bromas sobre la resistencia de las «próstatas juveniles» y lo que podríamos llamar la vida menuda de la marcha. «¿A qué estamos, a setas o a pensiones?», le gritan al que se ha parado a recoger una 'Entoloma lividum', tóxica y traidora. «Voy a enseñársela a uno que se cree que sabe y no tiene ni idea», se justifica el aludido. Un pensionista encuentra un pajarillo muerto y se retira a la cuneta para enterrarlo: es Txarly, anarquista vitoriano, que da sepultura a los pájaros en recuerdo de una hija que murió en accidente. A Txarly se le localiza rápido porque, entre ikurriñas y estelas cántabras, él enarbola la bandera pirata: «Los bucaneros eran gente libertaria, autónoma, que expropiaba a los poderosos, los piratas de verdad», aclara.
En La Acebeda, un pensionista local, Ramón Espinosa, saluda a los caminantes, extrañado de toparse con tanto revuelo en su pueblo.
- ¿Pero adónde vais, almas de Dios?
- ¡A Madrid, a ver a Pedro!
- Pues ahora mismo ha salido en 'Ana Rosa'. Y yo he dicho: 'Me voy a mi huerto, que me lo paso mejor'.
El móvil de Javi Martínez no deja de sonar, con llamadas de radios y televisiones que buscan declaraciones. A Javi lo apodan 'Sefa', por Sefanitro, la empresa donde trabajó muchos años y de la que acabaron despidiéndole: aquello le llevó a una huelga de hambre de 21 días que tuvo su reflejo en la prensa de la época. 'Sefa' forma parte del grupo que impulsó esta marcha, compuesto esencialmente de comparseros de Txomin Barullo, Bizizaleak y Mamiki. «Fue en Aste Nagusia. Estábamos cenando unos bocatas en Bizizaleak, hablando sobre la manifestación de Madrid del 16 de octubre, y alguno comentó que un grupo iba a subir andando desde Rota. '¿Cómo, lo hacen allí y los de Bilbao no lo vamos a hacer?'. Ese mismo día ya nos juntamos doce y una furgoneta», evoca. Desde muy pronto tuvieron claro un rasgo fundamental de la convocatoria: «Decidimos que las etiquetas se quedaban en Bilbao. Aquí hay gente soberanista, no soberanista... Pero todos somos pensionistas, pensionistas sin apellidos, y eso nos une. Estamos dando desde abajo una lección que deberían asumir en el Congreso».
Apoyo de los camioneros
La marcha avanza ahora por una vía de servicio, ceñida a la Autovía del Norte. Pasan camiones y más camiones -Transsoto, Palacios, Mazo, Tecnalia, Logesta...- y la mayoría deja un mensaje de claxon en apoyo a la protesta. «El Estado preferiría que un camión se llevase por delante a unos cuantos. ¡Menos pensionistas!», se ríe Paco García, un andaluz que lleva medio siglo en Cataluña. A medida que los pensionistas se acercan a su destino, Buitrago del Lozoya, la caminata va adquiriendo cierto aire de fiesta. Poco antes de llegar a La Serna se suman los jóvenes de la asociación Apafam, de ayuda a los discapacitados intelectuales, junto a la albokari madrileña Ana Martínez. También aparece de la nada un equipo de 'El intermedio', con Andrea Ropero al frente, y otro de TVE. Y, ya a la entrada de Buitrago, unos cuantos vecinos con pancartas entrechocan las manos con los jubilados. «Queríamos darles cariño y hacerles más llevadero el camino», se entusiasma Iñaki Ortega, que es de Sestao pero reside desde hace un año en la localidad madrileña.
En el recorrido por las calles del pueblo, les animan desde la puerta de los bares. Un señor muy mayor se asoma despacito a su ventana, junto a la jaula del canario, y rompe a aplaudir. Delante del Ayuntamiento, que es también sede del Museo Picasso, 'Luki' dirige unas frases a los pensionistas y a todo el que las quiera escuchar: «Lo que nunca nos quitarán será la dignidad», dice. Y, después, llega el momento de dar cuenta de la comida que les han preparado en el pueblo, una de esas muestras de solidaridad que siguen conmoviendo a los pensionistas: en todas las escalas, independientemente de las siglas que gobiernen, los han acogido con mimo. Este momento, a punto de atacar la menestra o el puré con costilla, parece bueno para hacer balance provisional de la experiencia. «Zoragarria, bonito sobre bonito, de quitarse la boina», elogia Arantza Amutxategi, de Lekeitio. «¡Lo mejor que viví en muchos años!», se emociona Daniel García, un asturiano de Pola de Siero que prefiere dormir al raso que dentro de los albergues. Y Juan Cruz Expósito, bilbaíno y jubilado de la construcción, se pone muy serio: «Ha habido etapas duras, pero la más dura va a ser la de la despedida. Habrá que decir adiós a toda esta gente maravillosa que yo no sabía ni que existía. Sí, separarse va a ser lo peor».
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