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Mujer sujetando un rosario AFP

Economía y religión

Lunes, 21 de julio 2025, 00:12

Se suscita la pregunta de si la religión y la economía son ámbitos excluyentes, o, por el contrario, pudieran participar de alguna raíz común.

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Las ... religiones postabrahámicas -cristianismo, islam y judaísmo- han moldeado normas, instituciones y comportamientos económicos, unas veces impulsando el progreso y otras erigiendo barreras invisibles. Max Weber, en su obra seminal 'La ética protestante y el espíritu del capitalismo', argumentó que las creencias religiosas no son meros ornamentos culturales, sino fuerzas que configuran comportamientos económicos. Para Weber, el ascetismo calvinista, con su énfasis en el trabajo duro y la frugalidad concluía en que el éxito económico no solo se traducía en riqueza, sino que era una señal del asentimiento celestial.

El catolicismo ha jugado un papel distinto, pero no menos influyente. La piedad cristiana, encarnada en órdenes religiosas que gestionan escuelas, hospitales y centros de acogida, o la ingente labor de la sociedad civil, ha tejido redes de solidaridad que han amortiguado durante siglos las fracturas del mercado. Sin embargo, esta misma tradición ha sido, en ocasiones, un manto que ha cubierto desigualdades, justificando estructuras de poder económico bajo el halo de la providencia divina.

Este trueque entre lo material y lo espiritual arroja resultados tangibles. Estudios recientes, como los del economista Luigi Guiso, muestran que las sociedades con alta religiosidad tienden a tener menores índices de corrupción, un factor que facilita el crecimiento económico. En el Islam, la prohibición de la usura (riba) ha dado vida a sistemas financieros que priorizan la equidad sobre el lucro desmedido. La banca ética, inspirada en estos principios, atrae a quienes buscan alinear sus finanzas con valores trascendentes, un eco que resuena también en el auge de la inversión sostenible, donde grandes empresas adoptan -al menos en el discurso- compromisos ecológicos y sociales. Igualmente, el hinduismo, con su énfasis en el dharma (deber), ha influido en prácticas comerciales en India, promoviendo negocios familiares que priorizan la estabilidad sobre la ganancia inmediata. Incluso el budismo, con su elogio de la moderación, inspira modelos de consumo sostenible que desafían el materialismo desenfrenado.

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Sin embargo, la religión no es un motor unidireccional del progreso. Como señala Weber, las creencias pueden tanto liberar como encadenar. En el cristianismo, ciertas interpretaciones históricas han elevado la pobreza a virtud, desincentivando la ambición económica individual. Más aún, la religión ha sido usada para legitimar desigualdades y privilegios. Durante siglos, el 'derecho divino' sostuvo monarquías y élites económicas, mientras que, en contextos islámicos, interpretaciones reaccionarias han restringido el acceso de las mujeres a los derechos de los hombres. En el hinduismo, el sistema de castas ha sido usado históricamente para justificar segregaciones, aunque hoy muchas comunidades lo cuestionen.

La religión acompaña a la economía trazando rutas atípicas y pintorescas. Eventos religiosos como el Camino de Santiago, el Ramadán o las festividades del Diwali en India generan millones de euros en turismo y comercio, rivalizando con los eventos deportivos de élite. En 2023, el Jubileo de la Virgen de Guadalupe en México convocó a más de 10 millones de peregrinos, impulsando las economías locales. Estas manifestaciones, aunque secularizadas y festivas, muestran que la fe sigue siendo un activo económico.

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La Iglesia católica, que durante siglos fue un actor económico de primer orden, ha visto mermada su influencia directa sobre la economía, pero no su capacidad de incidir en el debate público. Desde la exhortación del Papa Francisco en la 'Evangelii Gaudium' advirtiendo del 'capitalismo salvaje' y de 'esa economía que mata', hasta las críticas de los obispos locales a la precariedad laboral, la voz religiosa sigue interpelando al sistema económico.

En países de tradición cristiana, donde los tañidos de las campanas conviven con la fiebre de los mercados, esta relación se produce con naturalidad. No se trata de enfrentar lo material con lo espiritual, sino de reconocer que ambos interpretan su papel en la compleja danza de la historia. En este cruce de caminos, donde el oro y la fe se miran de reojo, cabe una relación civilizada. En última instancia, economía y religión son formas alternativas de buscar sentido a un mundo con sombras. Como en una antigua vidriera, donde la luz revela colores ocultos, el cruce de lo material y lo espiritual nos invita a preguntarnos no solo cómo prosperar, sino para qué, con qué fin.

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