La temporalidad en sectores como la hostelería es elevada. E. C.

La cara invisible del desempleo

Lunes, 10 de noviembre 2025, 00:03

Octubre nos ha enviado un doble mensaje sobre nuestro mercado laboral. Por un lado, que el paro registrado subió en 22.100 personas hasta un ... total de 2,44 millones, un aparente traspiés al término de la campaña turística, pero que sigue dibujando el mejor octubre desde 2007. Por otro lado, que la Seguridad Social ganó 142.000 cotizantes hasta los 21,8 millones de afiliados, máximo histórico. Si eliminamos los vaivenes del calendario —lo que los técnicos llaman 'desestacionalización'— la foto cambia: 57.000 altas adicionales, pero 13.000 parados menos que en septiembre.

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Procede matizar los registros: la tasa de paro, un simple cociente, subió hasta el 10,5%, no porque se haya destruido empleo –el numerador–, sino por el notable aumento de la población activa, el denominador. En el extremo más sensible del panorama laboral está la excepción: los jóvenes, con un alza del paro juvenil del 5,5% en octubre. Y, por ramas, los servicios absorben la mayor parte del empleo, mientras la industria aguanta con dignidad. Hasta aquí, lo visible.

Pero el paro oficial no lo cuenta todo. Para entender la fragilidad real del mercado de trabajo español conviene examinar la llamada 'holgura laboral' ('labor slack'), un indicador de tres componentes, dos de ellos invisibles. Al paro clásico, ámbito estadístico supuestamente conocido, se suman dos universos opacos repletos de individuos insatisfechos: el de las personas subempleadas, que trabajan menos horas de las que desearían, y el de quienes querrían trabajar, pero no tienen ánimo para implicarse en la búsqueda de un empleo, por las diversas formas de desaliento que padecen.

Según las métricas europeas más recientes, la holgura laboral en España ronda el 18% de la fuerza laboral potencial. Más de la mitad proviene del paro estadístico y el resto del subempleo y de los inactivos 'desanimados' o disponibles simplemente 'no buscadores'. Trabajarían, pero solo conjugan el condicional. ¿Qué significa ese 18%? Que, además del paro explícito, hay una bolsa significativa de tiempo y talento infrautilizados. Por eso un país puede crear empleo y, aun así, convivir con salarios contenidos, alta rotación y productividad discreta o nula: el sistema dispone de un colchón de oferta laboral que frena los salarios, pero con efectos claramente negativos.

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En perspectiva europea, España sigue en el podio de la holgura laboral: tercera entre los Veintisiete. Y si miramos a la OCDE, España también figura entre los países con registro más elevado del grupo en lo que concierne a esta patología persistente. Cabe reconocer que la enfermedad ha remitido desde los picos de 2013 (el 30%), hasta algo más de la mitad en la actualidad. El progreso existe. La vulnerabilidad también.

Tres razones explican la alta tasa de holgura registrada en España. La primera, la alta temporalidad que no ha eliminado el subempleo involuntario. Muchos contratos son estables sobre el papel, pero con horas insuficientes o intermitencia de tareas. Sigue en importancia la combinación de un paro juvenil elevado y los repetidos ajustes sectoriales –sobre todo en hostelería, comercio y cuidados– que generan rotación y tiempos muertos frecuentes. Finalmente, gran parte de los inactivos potenciales carecen de vías de reenganche rápido al mercado. Les falta orientación, y no identifican los puentes que enlazan el desempleo con la formación profesional y finalmente la empresa.

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Conviene, por tanto, no confundir buenas cifras parciales con victorias estratégicas. Vivimos un momento de exaltación gubernamental del crecimiento del empleo y su incidencia en un PIB tractor de la UE. Se trata sin duda de un espejismo relativo. Hemos abierto, sin restricciones, las esclusas a una inmigración poco cualificada, que absorbe, como por ósmosis, las tareas que repudian los nacionales y que propulsa la Renta nacional absoluta, pero apenas las rentas familiares o per cápita. Si subimos al escaño de la holgura contemplamos ese empleo exitoso en número, pero no necesariamente en capital humano. El talento se dispersa en jornadas parciales, turnos irregulares y trayectorias fragmentadas. La consecuencia es conocida: productividad contenida o negativa y salarios rezagados respecto de Europa. Y olvidemos de momento el rompecabezas de los fijos discontinuos.

El lector no tiene por qué dominar tanta jerga. Le bastará con una idea esencial: octubre nos ha traído más empleo que paro, pero el mercado español, tercero en holgura de la UE, sigue encubriendo una capacidad de trabajo excesiva e infrautilizada.

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