«Lucharemos, pero irse fuera es muy posible»
Los empleados de La Naval batallarán por seguir en Sestao, pero reconocen la alta probabilidad de tener que aceptar un traslado a Cádiz o Ferrol. Y de ser así, quieren que la situación se aclare pronto
erlantz gude
Viernes, 18 de enero 2019
La plantilla de La Naval protestó este jueves frente a Sabin Etxea para reclamar al PNV que exija al Gobierno central, en la negociación de ... los Presupuestos Generales del Estado de este año, su colaboración para salvar el astillero sestaoarra.
La plantilla aguarda la difícil llegada de un inversor que absorba el plantel de 178 trabajadores y mantenga sus condiciones laborales. Y pese a que los sindicatos tratarán de revertir la situación, los empleados miran de reojo cómo se dilucidaría su traslado a centros de Navantia, principalmente en Cádiz o Ferrol. Empiezan a concienciarse ante el consecuente «drama familiar».
Adolfo Garay 51 años. Jefe de zona
«Alejado de los míos, me perdería los últimos años de mis padres»
El grueso de los 150 trabajadores con derecho a recolocación en astilleros de Navantia son veteranos. Esta circunstancia arroja un repetido perfil con un doble agravante. Por una parte, tienen hijos jóvenes o adolescentes a los que es delicado desarraigar al estar en fase formativa, con el añadido de las mayores dificultades para encontrar trabajo en los destinos planteados. A ello se suma que tienen padres mayores y una edad que conllevaría más de una década fuera de casa.
Adolfo Garay está sufriendo particularmente ambas circunstancias, tras 37 años en el astillero, donde era jefe de zona. El problema en su caso es que su mujer es docente en la enseñanza pública «y no hay opción a un traslado». En medio, una hija de 14 años. Siente un vértigo adicional por el perjuicio que la partida significaría para el vínculo con sus padres. Él, un exempleado de La Naval. «Me perdería sus últimos años de vida», afirma Adolfo con amargura.
Víctor Clemente. 52 años. Ingeniero
«Me ha afectado mucho y en casa se ha disparado el clima de tensión»
«De marcharme, me iría solo, con la gran dificultad que implica estar así lejos de tu familia. Yo lo llevo fatal», apunta Víctor Manuel Clemente. Ingeniero técnico de minas, se formó por las tardes mientras trabajaba en el astillero. Actualmente era responsable de armamento antes de botadura y suma casi cuatro décadas en La Naval. Tiene dos hijos de 21 y 17 años y una madre de 91, a la que cuida.
El desgaste que depara la situación y las atenciones especiales a su madre, que reside en su vivienda, a lo que se agrega que su mujer también ha de cuidar de la suya, provoca «un clima de mucha tensión en casa, casi ni hablamos». Así que lo lleva «muy mal», porque anticipa que tendría que dejar en Trapagaran a los suyos. «Ya hablamos entre los trabajadores que, de darse esa situación, habría que intentar ser vecinos», reflexiona con otros compañeros intentando rebajar la tensión.
Carmelo Bengoechea 53 años. Delineante
«En la protesta de 2004 me hallaron una cardiopatía. Esto te carcome»
Carmelo Bengoechea compara la posible marcha a otra comunidad con «borrar el pasado», al tiempo que muestra las pastillas con las que trata su afección. Arrastra desde 2004 una cardiopatía detectada tras otro contexto de protestas. Espera que la actual tesitura se resuelva cuanto antes en medio de una inactividad que le resulta insoportable. «Todo esto me carcome». Hijo de un extrabajador de La Naval, le duele cómo su padre, aquejado de alzhéimer, «me pregunta cada poco tiempo si me voy a marchar».
Como para otros muchos, los actos con sus compañeros le proporcionan instantes de tregua en su particular calvario. Y de cara a diseñar un futuro lejos de Sestao tras 37 años en el astillero, donde entró como aprendiz y venía ejerciendo como delineante proyectista, emigraría en primer lugar, a la espera de que más tarde llegase su mujer, empleada en la enseñanza privada y que debería afrontar la dificultad de encontrar trabajo en otra región.
Sonia Baigorri 45 años. Área de pruebas
«No confío en que el Gobierno vasco intente recolocar al resto»
El caso de Sonia Baigorri presenta ventajas y desventajas respecto a sus compañeros. Aunque accedió al astillero antes de su privatización en 2006, interrumpió su vínculo el tiempo suficiente para no entrar en el programa de recolocaciones de Navantia. Por tanto, deberá buscarse un empleo. Con una niña de solo 10 años, que su marido cuente con un trabajo estable hace más llevadera la busca de alternativas en el mercado laboral.
El comité de empresa ha trasladado que en sus encuentros con la Administración, principalmente el Ejecutivo vasco se ha comprometido a intentar recolocar al reducido número de empleados sin derecho a ser reubicados en plantas de Navantia. Sonia desconfía sin embargo de esta opción. La confirmación del despido, a falta del trámite oficial, le permite ahora plantear las entrevistas con mayor libertad, ya que la incertidumbre le limitaba «al no poder concretar mi disponibilidad».
Miguel González 54 años. Jefe de talleres
«¿Y si Navantia no mantiene las actuales condiciones?»
Miguel Ángel González es un cabeza de familia con dos hijos de 30 y 26 años que aún viven en casa y carecen de trabajo en la actualidad. El mayor siguió los pasos de su padre en el astillero, pero la crisis impidió que le hiciesen fijo como esperaba. La pequeña estudió Filosofía y tiene la vista puesta en la docencia. Pero entretanto, la importancia de Miguel Ángel se multiplica como sostén familiar.
No abunda en la plantilla la idea de renunciar a la recolocación y buscar trabajo en otra empresa, habida cuenta de la dificultad para encontrar similares condiciones en el mercado laboral. Por eso, Miguel empieza a asumir una partida agravada por tener una madre a la que cuida por las tardes. En este escenario, aspectos que le preocupan como el cambio de vida pierden peso. Aunque como sus compañeros prefiere no hablar de salarios -«no es prioritario ahora»-, teme que Navantia «no mantenga las actuales condiciones».
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