Mendilibar se lo merece
El éxito del técnico de Zaldibar con el Sevilla no deja de ser uno de esos brillantes actos de justicia poética que por desgracia no abundan en el fútbol
Seguro que lo hay porque el fútbol es muy viejo y ha ocurrido de todo muchas veces, pero yo no recuerdo un impacto positivo tan ... fulminante en un equipo como el que, en poco más de dos meses, ha tenido José Luis Mendilibar en el Sevilla. La mejor manera de ilustrar la reacción de los andaluces, que recuerda al jeringazo de adrenalina de 'Pulp Fiction', es un sencillo repaso a la hemeroteca. Acudir a ella y comprobar lo que se escribía antes de la llegada del técnico de Zaldibar, con los hispalenses a dos puntos del descenso tras perder en Getafe, y lo que se escribió ayer tras la victoria en la Europa League y con la salvación ya en el bolsillo desde hace un mes.
El bien o el mal. O al revés, para ser más respetuosos con la cronología de los hechos. De alusiones terribles al infierno y críticas e insultos descarnados contra el presidente Pepe Castro, Jorge Sampaoli, los jugadores e incluso el casi intocable Monchi, a hablar ayer de paraísos terrenales, leyendas europeas, séptimos cielos, y por supuesto de un entrenador milagro elevado a los altares cuya renovación fue solicitada a coro por todos los hinchas sevillistas presentes en la final de Budapest.
Por cierto, si Castro y Monchi tenían pensado que Mendilibar fuese un técnico interino, poco más que un apaño para asegurar la permanencia antes de comenzar un nuevo proyecto más pomposo, supongo que habrán cambiado de opinión sobre la marcha. Esta impresión da. Y es que no renovar a 'Mendi' no sólo sería una majadería absoluta que los jugadores, muy encariñados con su entrenador, serían los primeros en no entender. Es que sería un acto de ingratitud que no comprendería ningún sevillista. Porque las cosas, como son: la permanencia y este título que da acceso a la Champions, con lo que esta competición supone económicamente para un club que esta temporada ha tenido que apoquinar 20 millones a los dos entrenadores que ha despedido, han salvado el cuello a Pepe Castro y quién sabe si al propio Monchi.
Estoy seguro de que la mayoría de los aficionados al fútbol, con las salvedades lógicas de los hinchas del Betis y la Roma, los fans de Mourinho y quizá los miembros de la Asociación del Rifle, se hicieron el miércoles sevillistas durante un par de horas. Y estoy seguro de que vieron en el triunfo del equipo de Mendilibar como uno de esos actos de brillante justicia poética que por desgracia abundan tan poco en el fútbol. Cómo no alegrarse de la victoria de un hombre recto y valiente que se da la importancia justa, un verdadero deportista en las malas y en las buenas. Y cómo no disfrutar con la derrota de un tipo que nunca sabrá perder y tan insoportablemente engreído y petulante como para despreciar y acabar regalando la medalla de plata que recibió porque él, según dijo, sólo colecciona las de oro.
Lo digo convencido: este éxito extraordinario de 'Mendi' es muy bueno para el fútbol. Y no lo digo porque lo vea como un premio para los entrenadores humildes, forjados en el barro y acostumbrados a luchar en la adversidad mucho más que en la abundancia. No. Entre ese tipo de técnicos también hay de todo, bueno y malo. Digamos que esa forma de humildad laboral no es una virtud en sí misma. Lo digo por lo que el técnico vizcaíno aporta a este deporte. En primer lugar, frescura, un aire puro que proviene del pasado, cuando el fútbol era libre y natural como la vida misma, cuando todavía no había sido esterilizado y puesto en el escrutinio del microscopio. Mendilibar es uno de esos escasos personajes públicos que todavía hablan con claridad y siguen llamando a las cosas por su nombre, lo cual no deja de ser hoy en día, entre tanta retórica hueca y farfolla algorítmica, un acto revolucionario.
Y en segundo lugar, por el tipo de fútbol que propone. Conviene detenernos en ello aunque sólo sea para advertir de una simplificación errónea en la que todavía caen algunos despistados: la de suponer que Mendilibar es un entrenador defensivo, de patapún, demasiado elemental, de esos que se relacionan con sus jugadores soltando rayos y truenos. Un buen capataz para obreros abnegados y mediocres, en fin. Y va a ser que no. Mendilibar convence a los jugadores porque sabe contagiarles su pasión y llegarles de frente, sin dobleces, rebosante de franqueza. Por otro lado, es un gran lector de partidos -sus cambios suelen mejorar a su equipo, como ocurrió el miércoles con la entrada de Suso y Lamela- y siempre ha propuesto un fútbol valiente, de presión alta y mucho ritmo. Las tropas de 'Mendi' salen a partirse la cara en todos los campos, como si hacerlo fuera una cuestión de principios (que lo es), y muchas veces se la parten, lógicamente. Pero ese riesgo ya está asumido de antemano y no deja de ser un signo de grandeza, la de un entrenador que se merece como pocos lo que ha conseguido.
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