Final bochornoso para la gran fiesta del ciclismo de Bilbao
Pidcock lanza un ataque demoledor en Pike Bidea y hace sufrir a Vingegaard en una etapa marcada por las protestas propalestinas que impiden llegar a la meta
Día negro. El etapón diseñado en Bilbao, digno de un Mundial, no lo fue. Lo tenía todo, pero le faltó lo más importante. Seguridad. A ... ocho kilómetros de meta, cuando la única tensión debía estar entre Vingegaard, Almeida y Pidcock, la agitación estaba ya en la meta. La Gran Vía estaba tomada por la Ertzaintza. De poco servía lo que ocurría en Pike Bidea. Las cámaras enfocaban los que debían ser los últimos metros de la gran fiesta de Bilbao, invadidos por manifestantes propalestinos, empeñados en cortar la carrera en la que compite un equipo bajo el nombre de Israel. La esperada gran jornada de ciclismo quedó empañada. A tres de meta, en el descenso hacia el barrio de San Ignacio, la organización quitó la música. Todos a casa. A los autobuses. Sin podio ni ganador. Sin ciclismo.
Publicidad
Los corredores fueron los primeros en sentir la gresca. En el primer paso por meta, que finalmente fue el último, las protestas estuvieron a punto de causar una desgracia. Querían quitar las vallas y salir a la carretera. La seguridad de la carrera les empujaba hacía atrás. Durante el forcejeo, pasó el pelotón. Se temió lo peor. «Daba miedo», expresó Patxi Vila, el director del RedBull-Bora. Como el resto, ya había advertido que había que ir pegado al lado derecho. En el otro estaba el caos.
Noticia relacionada
Fotos | Así han sido los momentos de tensión en la meta de La Vuelta en Bilbao
El pelotón estaba con la mosca detrás de la oreja desde que la ronda llegó a Figueras. Allí, una protesta obligó al equipo Israel a echar pie a tierra en plena contrarreloj por equipos. Anteayer, Simone Petilli sufrió una caída por una protesta en Lumbier, Navarra. En Bilbao y en toda Bizkaia también se esperaban movilizaciones. La salida se retrasó por una reunión de última hora. Se juntaron un ciclista de cada equipo con la organización en plena calle. Trataban la continuidad del Israel en la carrera. Por el bien de todos. Algún equipo fue claro. O ellos o nosotros. «Echarles sentaría un mal precedente», cree Adam Hansen, presidente de la Asociación de Corredores Profesionales.
La Vuelta no tiene la competencia para expulsarles. No son un equipo invitado, como Caja Rural, Burgos o Q36.5. Son un bloque World Tour, y el reglamento de la Unión Ciclista Internacional refleja que por ello pueden correr en las mejores carreras. Es la UCI quien debe dar el paso. O el Israel. «No nos planteamos no llegar a Madrid», dijo el director Óscar Guerrero. Patadón para delante en San Mamés. Tangana en la Gran Vía.
Publicidad
El esfuerzo de los ciclistas fue en balde. Arriba y abajo durante cuatro horas para quedarse sin cruzar por el arco de meta. El momento de aclamar al ganador fue una proclama por la libertad de Palestina. «¡Boicot Israel, Palestina Askatu!». No lo decía Juan Mari Guajardo, el speaker del ciclismo en España desde hace casi 30 años que ayer celebraba su cumpleaños. Nunca había visto algo así. Una meta invadida.
Hay que retroceder mucho para encontrar precedentes del estilo. En 1968, ETA colocó un artefacto bomba en Urbasa antes del paso de la carrera que obligó a suspender la etapa que llegaba a Pamplona. En 1977, la organización cambió la meta de San Sebastián a Miranda de Ebro. Y al año siguiente, fue la gota que colmó el vaso. Los ciclistas se encontraron troncos en Abadiño, se les lanzaba arena, se cruzaron coches en Hernani y se pararon a corredores en la crono final de Donosti. Incertidumbre. La carrera estuvo cerca de cancelarse. Se invalidó el resultado de la última etapa y se dio a Hinault como ganador. La Vuelta se alejó de Euskadi y no volvería hasta 2011, con un éxito rotundo. Deportivo y social. La ronda ya no ha querido irse. Volvió a Bilbao en 2016, 2019 y 2022. Todo fiestas. Como el Tour. En este 2025 queda desértico. Sin nada que celebrar.
Publicidad
«Están en todo su derecho para protestar, pero que no utilicen el ciclismo para hacerlo», criticaba Carlos Verona, del Lidl-Trek. «Hay mucha gente que paga por esto. Pido sentido común y que dejen al ciclismo tranquilo», reiteraba el madrileño afincado en Andorra, a la vez que felicitaba a la Vuelta por la decisión. «La seguridad es lo primero». Vingegaard estaba contrariado. Tenía la etapa marcada. Ganar de rojo en Bilbao, dedicárselo a su hijo, que cumplía un año, y dejar así atrás los fantasmas del País Vasco, de una Itzulia contra la que despotricó por hacerle bajar por la carretera abombada de Olaeta en la que temió por su vida. «La Policía ha hecho un gran trabajo. Fue una lastima».
El danés fue el primero en pasar por la pancarta de tres kilómetros, donde se detuvo el reloj. Allí estaba Javier Guillén, el director de la Vuelta, cruzando los brazos de forma airada. Recordando el mensaje. Pidcock, que llegó a soltar dos veces al líder del Visma, parecía que quería seguir hacia delante. Pero la jornada acababa allí, rumbo al parking de autobuses.
Publicidad
Landismo o barbarie
El primer incidente no se hizo esperar. Un grupo de manifestantes tuvo cinco minutos parado al pelotón en Enekuri durante la salida neutralizada. Se impuso el diálogo de los altos cargos de La Vuelta. La tregua dio paso a los ataques, a la exhibición de Pedersen abriendo el paso, los intentos del UAE por desgastar al Visma o el resurgir de Mikel Landa. Atacó en el primer paso por el Vivero y llegó a Bilbao con ventaja. El fervor por el ciclista alavés sigue ahí. Landismo o barbarie. Fue lo segundo. Primero porque la espalda le crujió. Tuvo que dejarse atrapar. Su intento solo sirvió para devolver la fe a sus devotos.
La carrera ya estaba embarrada. Tras el paso de Landa, llegó el primer lío serio en la Gran Vía. Mientras los peores presagios le llegaban al director de carrera, otros dos manifestantes trataron de frenar la segunda subida al Vivero de los favoritos con una pancarta. Pidcock tuvo que pasar por debajo. Otros por los laterales. Casi por la cuneta. Era el tercer aviso.
Publicidad
La decisión fue dejar la etapa sin ganador y acabar tres kilómetros antes. En Lezama se enteraron los directores. A los ciclistas se lo dijeron en Zamudio. «Hubo algo de confusión», reconoce Carlos Canal (Movistar). No tardaron en comprenderlo. Los ciclistas saben predecir la carrera. Están con el cuerpo entumecido por las protestas que se suceden desde que pusieron una rueda en España.
«Yo no quería hacer nada. Tom (Pidcock) atacó y tuve que dejarlo ir», dijo Vingegaard. El británico demarró en la curva de la caseta de aguas de Pike Bidea, el epicentro de la fiesta en el Tour. Al contrario que en 2023, las piernas le quemaron al danés. El inglés apenas llega al 1,70. Es un peso pluma. Tiene ventaja en cuestas así. Pero el danés, sufridor nato, le atrapó justo al iniciar la bajada final. Juntos, llegaron con unos diez segundos de ventaja sobre Almeida, Hindley y Gall en aquello que quiso asemejarse a un final. Hubo un ciclista que fue a la meta. Quería terminar el trabajo. Su gran tarde. Pidcock rodó por la Gran Vía, custodiado por la hilera de ertzainas. «Ponernos en peligro no ayudará a su causa. Pero no quiero decir nada político, me meteré en problemas». Lo que quería era que nada de esto hubiera sucedido.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión