Paret-Peintre le gana el relato a Healy
Ciclismo ·
Vingegaard vuelve a intentar distanciar a Pogacar en el Mont Ventoux, pero el líder no cede ni un metro en la mítica cimaJon Rivas
Martes, 22 de julio 2025, 19:05
Desmadejados, como si cada pierna y cada brazo trabajaran a su aire, tal que carros de combate con las orugas descoyuntadas por una mina pero ... que siguen avanzando, buscaban la victoria Paret-Peintre y Healy. Eso es el Mont Ventoux, un campo de minas, y en los últimos cien metros estallan, y hacen trizas la oruga, pero el francés y el irlandés avanzan mientras el motor les funciona y es el ciclista de la tierra el primero que asoma por la chepa, esa ilusión óptica que crea la pendiente desde el otro lado, y que desciende los treinta metros para atravesar en cabeza la línea de llegada y llevarse la gloria eterna de vencer en la mítica cima.
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El Ventoux, enclavado en una región idílica como la Provenza, escenario de decenas de películas cursis de serie B, ese sol, esos viñedos, esos pueblos de postal, la jarra de vino fresco y una baguette de pan con queso para el amor a primera vista de los protagonistas, es también la crudeza del mistral, que azota implacable para golpear las contraventanas en noches de insomnio, y, por supuesto, una historia única compuesta de muchos relatos diferentes. Cada vez que se asciende, se escriben páginas nuevas. Desde siempre. Los italianos recuerdan un agravio, el de Armstrong a Pantani, cediéndole condescendiente la victoria, y también el Alka Seltzer para la resaca que les proporcionó Eros Poli, un percherón que perdió durante la ascensión veinte de los 25 minutos de ventaja que llevaba, aunque ganó en Carpentras, para levantar la moral a sus compatriotas que la madrugada anterior habían visto fallar el penalti definitivo de la final contra Brasil a Roberto Baggio en el Rose Bowl de Pasadena. Para la historia bufa queda esa carrera de cien metros a pie de Chris Froome, desesperado y sin bicicleta.
Los aficionados españoles recuerdan la historia de Juanma Garate ganándole la partida a Tony Martin en la última curva, el día en el que Contador se aseguraba el triunfo final para humillación de Lance Armstrong, el ciclista que nunca existió, o la del relojero de Ávila, Julio Jiménez, que atravesaba en cabeza mientras kilómetro y medio más abajo se escenificaba la tragedia de Tom Simpson, muerto sobre las piedras blancas en medio de la canícula.
La escapada de Enric Mas
Cada ascensión al Ventoux se desgrana en varios capítulos. El que escribió Enric Mas durante bastantes kilómetros, hasta que agotado, poco después de pasar por delante del Chalet Reynard, empezó a ceder para dar paso a los corredores más fuertes. Hasta entonces lo había sido él metido en la fuga grande, después también en la más pequeña, de la que al paso por las estrechas calles de Bedoin, solo quedaban, además de él, Velasco, Alaphilippe y Arensman. Entre los cuatro ciclistas gastaron casi toda su energía y los granos se iban cayendo del racimo hasta que el mallorquín decidió que era el momento. Faltaban trece kilómetros, una eternidad, pero flaqueaban sus acompañantes.
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Enric Mas cogió ventaja, poco a poco, aunque por detrás llegaba el peligro. Paret-Peintre y Healy, crecido en el Tour después de sentir los superpoderes del jersey amarillo aunque solo fuera por un día, recortaban diferencias. A veces a pequeños bocados, otras a mordiscos. Así que el minuto del Chalet Reynard, donde desaparece la vegetación y empieza el viento a soplar de cara, se empezó a diluir porque los porcentajes de pendiente, aunque menores que en los kilómetros previos, se le vinieron encima al corredor del Movistar. A menos de cuatro kilómetros para la cima del Observatorio, cazaron a Mas, que se quedó descolgado en principio, pero al que las maniobras de los otros dos –acelerón, frenazo, acelerón, frenazo– le permitieron conectar.
Duelo en la cumbre
No solo a Mas sino también a Buitrago y Van Wilder. Malas noticias para el español, con demasiadas ambiciones para gestionar, y muy buenas para Paret-Peintre, que veía llegar a un amigo, el belga, que le hizo el trabajo sucio en el kilómetro final y que le permitió llegar a la curva de Garate un metro por delante, lo suficiente como para después de un esfuerzo inhumano ganarle la partida a Healy.
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Pero el Ventoux escribía otro relato paralelo, que por momentos estuvo a punto de solaparse con el primero: «Casi alcanzamos la escapada. Vimos a los ganadores a un kilómetro de meta, pero ni Superman los habría alcanzado», dice Pogacar, porque Jonas Vingegaard no se rinde, «el Tour está vivo», asegura todavía el danés, que atravesaba el bosque de aficionados con la mirada fija en la cima pelada que puede convertirse en un infierno para cualquiera, y si ya una vez pudo con Pogacar en ese mismo escenario, por qué no otra. Así que el Visma, su equipo, se desplegó como la cola de un pavo real, y cuando restaban nueve kilómetros para acabar, lanzó el primer proyectil, que repelió el escudo antimisiles de Pogacar, sin levantarse del sillín. Una, dos y tres veces aceleró Vingegaard, y otras tantas respondió el líder.
La diferencia con la cabeza se iba reduciendo cuando Pogacar hizo su intento, el penúltimo antes de la meta, El postrero llegó en la curva final, para adelantar a Mas y distanciar por dos segundos a Vingegaard, que además sufrió un accidente en la meta. «Un fotógrafo se me echó encima después de la línea, no sé qué estaba haciendo. Me fui al suelo, creo que la gente en la zona de meta debería usar un poco más los ojos».
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