Pogacar se queda con todo en su segundo Tour
Al estilo del 'Caníbal' Merckx, el líder esloveno gana también en Luz Ardiden y se asegura los triunfos en la general, la montaña y la clasificación de los jóvenes
Federico Martín Bahamontes comía los limones con cáscara. Por su plato también pasó más de un gato. Era la posguerra y los ciclistas venían del ... hambre. Y eso, hambre, han tenido siempre los campeones. En casa de Eddy Merckx no faltó nunca un buen menú, pero el chaval nació insaciable. Hambre de victorias. Como Bernard Hinault...
Como Tadej Pogacar, que ganó en la cima de Luz Ardiden la última etapa de montaña del que ya es, a falta de tres jornadas, su segundo Tour. El líder esloveno volvió a ejecutar con su ráfaga final a Vingegaard, Carapaz y Enric Mas, que esta vez, como él reconoció, estuvo en su «sitio». Pero Pogacar no les dejó ni la cáscara. Al estilo de Merckx, se quedó con la etapa, aseguró el maillot amarillo y el de mejor joven y, sin buscarlo, llegará a París como rey de la montaña. Se ha quedado con casi todo. «¿El Tour es como un juego para usted?», le preguntaron. «Sí, lo paso muy bien», respondió entre carcajadas.
Tiene una voracidad generosa. «Mi equipo lo ha dado todo por mí. En el Tourmalet he ido a rueda de mis compañeros, sin tener que preocuparme por nada más», agradeció. Quería dedicarles, como el día anterior en el Portet, la victoria. «Yo siempre quiero dar el cien por cien», asegura. Y luego, cuando lo gana todo, lo comparte con sus compañeros del UAE.
De eso, de generosidad, fue siempre un ejemplo Antonio Gómez del Moral, fallecido el miércoles a los 81 años. Se hizo ciclista repartiendo en bicicleta sacos de carbón en aquellos años de la posguerra por las calles de Cabra (Córdoba). Fue el primer español en ganar el Tour del Porvenir, en 1962, venció en etapas de la Vuelta, vistió el mítico maillot del KAS y estuvo tres días como líder del Giro en 1967. Y era líder de la Vuelta cuando tuvo que dejar la carrera por la muerte de su madre. En el velatorio, muy afectado, también falleció su padre. Del Moral era un corredor completo, fuerte y dispuesto a inmolarse por sus compañeros. Acabó dos veces decimoprimero en el Tour, en 1966 y 1966. Y conoció, claro, el Tourmalet, el primer puerto de esta decimoctava etapa.
Allí estaban otros dos dorsales generosos, Madouas y Omar Fraile. En fuga. El francés tiraba de Gaudu, su rival en la infancia y su líder hoy. El vizcaíno subía pendiente de Ion Izagirre. Pero el guipuzcoano no iba. El Tourmalet es una máquina de picar carne. Así que Omar tiró hacia delante, a pillar a Gaudu y Latour, los que coronaron primero. Tarde para el corredor de Santurtzi. Tampoco es fácil bajar el Tourmalet. Gaudu frenó menos que Latour y se largó. Carga con la presión de ser la gran esperanza del ciclismo galo. Y con la pena por su hundimiento en el Ventoux. Le dolía aquella derrota. Quería resarcirse.
En el Tourmalet, Gaudu estaba en casa aunque es bretón, de Finisterre, el fin del mundo. «Es el primer puerto grande que subí de niño», repite. Ganador del Tour el Porvenir y de dos etapas de montaña en la Vuelta, sacó las alas descolgándose hacia Luz-Saint-Sauver, la puerta de salida del Tourmalet y de entrada a Luz Ardiden, la meta y última gran subida de este Tour. A Gaudu le perseguían Omar, Latour, Guerreiro, Woods y Poels, que defendía el liderato de la montaña. Cerca venía el pelotón con Pogacar, Vingegaard, Carapaz, Más y Pello Bilbao. Y más atrás, el cuarto de la general, Rigoberto Urán, la única víctima ilustre que se cobró esta montaña con 110 años de historia en el Tour. Lo iba a perder todo.
Ataque de Enric Mas
Sólo restaba subir a Luz Ardiden. Ya nadie pensaba en destronar a Pogacar, inalcanzable con más de cinco minutos sobre Vingegaard y Carapaz. Los rivales del líder peleaban por los restos, por la etapa. El Ineos de Carapaz apartó a Gaudu del primer plano. Kwiatkowski y Hart desbrozaron el camino para el ecuatoriano. Lutsenko perdió el paso, aunque sin hundirse. Pello Bilbao, que iba a subir a la novena plaza de la general, resistía. Siempre resiste. Parece de goma.
Cuando el último gregario de Carapaz, el más generoso de todos, Castroviejo, se preparaba para lanzar a su líder, apareció Majka, escudero de Pogacar. El polaco anunció lo que iba a suceder. Pogacar, que ya tenía el premio gordo (el Tour), lo quería todo, incluida la pancarta de Luz Ardiden. Salió a por ella. Castroviejo donó ahí su último aliento a Carapaz. Cerró el hueco y se paró en seco. En el Tour se quedaban los tres de siempre, Pogacar, Vingegaard y Carapaz, y dos invitados nuevos, Kuss y Enric Mas, al fin con los mejores.
El corredor balear (ya es sexto en la general) rumiaba la decepción del día anterior, cuando se alejó definitivamente del podio. Apenas tenía reservas, pero, valiente, tiró de ganas. Atacó en el kilómetro final. «Si se quedan mirándose, igual tenía yo una oportunidad», contó. Lástima para él que había un nuevo 'Caníbal' en el Tour, otro de la especie de Merckx. Pogacar no miró ni a Vingegaard ni a Carapaz. Sólo mira hacia delante. Bajó un piñón. Clack. El sonido de la sentencia. En la pendiente recta final, los demás le vieron por la espalda cómo levantaba los brazos con los que se ha quedado con todo el botín de su segundo Tour.
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