Una vía de escape. Mishurova posa con los guantes y el saco. p. urresti
Marianna Mishurova | Boxeadora

Derechazos para aliviar el dolor de una guerra

. La ucraniana forma parte del club MT Boxing de Sestao, localidad que la acogió hace 7 años y desde donde clama por la liberación de su país

Laura González

Jueves, 12 de mayo 2022, 01:10

Marianna Mishurova, Anya, como prefiere que le llamen, ya no es la que era desde el 24 de febrero, cuando las tropas rusas iniciaron la ... invasión de Ucrania, su país. Tan solo un mes antes ella paseaba feliz con su familia y amigos por las calles de Kiev, ciudad que le vio nacer hace 29 años, y que ahora se encuentra arrasada por las bombas. Una pesadilla que sufre desde Sestao, localidad vizcaína donde reside desde hace casi ocho años, y donde ha encontrado refugio en el boxeo en el club MT Boxing.

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Este deporte siempre le ha llamado la atención, y lo sigue desde pequeña. «Allí se ve mucho, y a mí me encanta. El alcalde de nuestra ciudad, Vitali Klitschko, llegó a ser campeón del mundo». «El boxeo es vida, me ayuda mucho a nivel mental. Gracias a él expulso todo lo negativo y lo cambio por energía», relata antes de añadir que no está preparada para competir. Hace apenas unas semanas que regresó al ring. El horror que está viviendo su pueblo le había dejado sin fuerzas. «Estoy con depresión, tomando pastillas para estar un poco mejor. He pasado varios días con ataques de pánico y ansiedad, sin comer y sin dormir», cuenta todavía angustiada. «Me vienen imágenes de recuerdos bonitos, de cómo era todo antes. A la gente que no ha matado Putin de verdad, nos dejado muy tocado mentalmente, nos ha arrebatado la felicidad».

Administrativa en una empresa de recambios de automoción, ha estado unos días de baja por depresión. «No sé si volveré a ser la misma de antes. Los ucranianos vamos a tener durante muchísimos años esta rabia y este dolor dentro, frente a todo lo ruso», asegura, mientras repasa en su móvil las fotos de cómo estaba Kiev en Navidad, radiante con toda la decoración e iluminación. «Había tensión, se palpaba que algo iba a pasar, pero aún así la ciudad estaba preciosa, con la gente disfrutando», cuenta, antes de mostrar un vídeo en el que aparece en casa de sus padres (a quienes llama aitas) con el ritual de los ucranianos en cada Nochevieja. «Como en España lo de las doce uvas, allí se quema un papel en el que escribes un deseo y echas las cenizas en el champán, y te lo bebes. Estábamos todos felices. Ahora lo veo y me parece increíble».

Su abuela sigue allí

Anya lleva pegada a su teléfono desde el estallido de la guerra. «Del primer mes recuerdo pocas cosas. Estaba todo el rato escribiendo a la gente para ver si seguían vivos. Estuve tres días sin saber de una amiga que tiene dos hijos. Bajaron al refugio y cayó una bomba que mató a todos los que estaban en el edificio de al lado». Pese a semejante escenario, barajó regresar a Ucrania en esas primeras semanas para ayudar como voluntaria. «En la Universidad a las chicas nos dieron preparación básica para vendar, y a los chicos militar, saber cómo montar un kalashnikov, entre otras cosas».

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Muchas de sus amigas han tenido que huir a otros países como Italia, Polonia y Bulgaria. Sus padres, Marianna y Sergi, lograron huir con su coche entre las bombas y tras varias semanas de viaje, parando en casas de amistades o en hoteles que les iba buscando su hija por Internet, han encontrado refugio en Francia, cerca de San Juan de Luz. Allí esperan salir adelante gracias al trabajo de ella, traductora y profesora de francés. «Mi padre es funcionario. Ninguno de los dos está cobrando nada y no pueden sacar apenas el dinero que tienen en el banco». En Semana Santa pudo estar varios días con ellos.

En Ucrania se ha quedado su abuela materna, en una residencia especial. «Tiene 80 años y demencia. Vivía en un piso en Kiev, cerca de mis padres, y no quería irse, dejar allí sus cosas. Cuando cayó una bomba casi al lado les llamé histérica. Al final la cogieron y se fueron. En esos momentos hay que pensar más con la cabeza fría que con los sentimientos».

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Por suerte, Anya no cuenta con ningún familiar y amigo entre la interminable lista de muertos. Lo que sí tiene es parientes rusos que niegan que se trate de una guerra. «Un primo de mi aita, con el que tenía muy buena relación y era contrario a Putin, ahora dice que nos está salvando. ¿De quién? Pero si nuestro presidente es el amo, está amenazado él y su familia y ha dicho que de allí no se mueve. Está dando ejemplo».

Del conflicto, que lleva ya más de dos meses, no puede ver imágenes, «me pongo a temblar», y tampoco soporta escuchar las conversaciones en la calle. «La gente está muy equivocada. Llevamos en guerra desde hace ocho años, no tan abierta como ahora, desde que echamos a nuestro expresidente Yanukovich, que era amigo de Putin, y un corrupto. Ahí empezó todo, primero por Crimea. Me duele que se hable sin saber. Nunca hemos sido una parte de Rusia, sí de la Unión Soviética. Kiev se fundó mucho antes que Moscú, y nuestro idioma es más antiguo, y nuestra cultura es riquísima. Nos esforzamos mucho para tirar adelante y poder progresar, después de soportar muchas represiones y desgracias», relata con ímpetu, presumiendo de su patria, a la que confía en volver pronto, cuando ya esté libre. «Mi vida la tengo aquí, pero en cuanto todo acabe me gustaría ir para ayudar en lo que sea y para que mi actual pareja conozca de donde vengo».

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